Cuando uno los compara, concluye en que “son caimanes del mismo caño”. ¡Nacidos para mentir! Son camaleónicos, cambian de color y de estado de ánimo según su conveniencia. Por eso Maduro se fue al Vaticano, entre gallos y medianoche lo recibió el Santo Padre. Aseguró y prometió que no insultaría nunca más a los prelados católicos. ¡Pero que va! La naturaleza de ambos los empujaba sobre sus presas, igualito como la historia del sapo que fue aguijoneado por el alacrán en medio del rio. Así era Chávez y así es Maduro. Mentirosos contumaces. Y lo hacen con el mayor desparpajo. No se les arruga ni un músculo de la cara para mentir. ¿Recuerdan la promesa de Chávez de que se cambiaría el nombre, sino resolvía el drama de los niños de la calle? Ahora el panorama es peor, no sólo hay más niños rebuscando desperdicios en la basura para ver que comen, sino que sobreviven en medio de una desnutrición crónica más de 400 mil criaturas de origen venezolano.
Tanto Chávez como Maduro, en la antesala de sus diálogos, mostraban una carita de santurrones, eran unos tirabesitos, pero cuando montaban en la olla a sus contertulios, lo que soltaban por esas bocas era fuego que consumía las esperanzas de aquellos ingenuos que caían en la trampa de creer que de esos populistas saldría algo bueno para Venezuela. Nunca han honrado ni una letra de esos acuerdos suscritos después del final de cada diálogo, ¿O no?
En medio de los estragos que va dejando a su paso la pandemia COVID-19, Maduro ha rejurado, una y otra vez, que “hará todo lo posible por vacunar a los venezolanos”, en alguna medida cumplió, pero la fatalidad no deja de ser su sombra, porque las vacunas ABDALA que trajo son parte de un experimento cubano, que no han sido certificadas por el COVAX, eso quiere decir que el muy mentiroso usa a los ciudadanos venezolanos como “conejillos de Indias”.
En conclusión, mal se puede seguir confiando en semejantes truhanes que no escatiman ocasión para engañar y así prolongar la agonía de un pueblo que seguirá luchando por su libertad plena.