Los juegos olímpicos de Tokio han mostrado mucho de lo cuál sentirnos orgullos los seres humanos, no solo por ser un selecto grupo personas con capacidades físicas y mentales excepcionales en competencia, sino por la diversidad de orígenes y espíritu de lucha en contextos adversos. Todos los participantes nos hacen sentir esperanza.
Pero tres historias, mostrada a través del megáfono y el reflector de Tokio, me han hecho reflexionar sobre si es la Venezuela de hoy la que algunos deportistas representan. Pienso en un refugiado boxeador, en un campeón esgrimista y en una atleta lesbiana.
El boxeador ni siquiera está bajo el tricolor nacional, es un venezolano que aparece como “Refugiado”, una de las innovaciones de Tokio, que con su personal esfuerzo económico y deportivo logró la clasificación a los olímpicos pese a tener que migrar frente a la crisis humanitaria compleja que padece el país hacia Trinidad y Tobago. Una vez en la cita olímpica, su país de acogida rechaza su regreso y al perder, frente a las cámaras, solo alcanza a pedir disculpas a Venezuela por no alcanzar una medalla. ¿Ese patriotismo representa a la Venezuela de hoy? Yo creo que no. La Venezuela de hoy confunde patriotismo con una versión caricaturesca de la Guerra de Independencia. El patriotismo de verdad es sacrificarse personalmente por estar a la altura del país, por ello creo que ese boxeador representa a la Venezuela del mañana, no a la de hoy. En la Venezuela del mañana nadie sobra, todos son bienvenidos a cumplir sus sueños aquí.
El campeón esgrimista me parece un ejemplo de las paradojas de nuestro presente. Es un gran deportista, de altísimo desempeño, que solo puede mantenerse a ese nivel competitivo estando fuera del país. Aquí no encontraría las instalaciones deportivas adecuadas para su nivel de competencia, ni el régimen alimenticio y de entrenamiento, ni la seguridad personal, ni la tranquilidad familiar que supone un exitoso ciclo olímpico. Fácilmente podría representar a Polonia antes que a la Venezuela de hoy, pero en realidad creo que representa a la Venezuela del mañana. Representa a la Venezuela a la que le sean indiferentes sus ideas políticas en tanto deportista y que tenga en el territorio nacional las condiciones de infraestructura deportiva que le permitan alcanzar a él sus sueños y los sueños de cualquier otro esgrimista venezolano.
La atleta, ya campeona olímpica, es un ejemplo notorio de como la Venezuela de hoy es miope. La Venezuela de hoy es capaz de aplaudirle sus logros deportivos y al mismo tiempo le prohíbe, con sus antiquísimas y pacatas leyes, que pueda casarse y tener plenos derechos familiares dentro de nuestras fronteras. Esta Venezuela solo puede quererla en la restringida dimensión deportiva, pero su integralidad, toda su poderosa personalidad, es intragable para la Venezuela de hoy empeñada en decidir a quién ella debe amar. Pues bien, ella no representa a la Venezuela de hoy, representa a la Venezuela de mañana, a la Venezuela diversa, que reconoce y defiende los derechos humanos de todos, la Venezuela que legaliza el matrimonio igualitario y proporciona igualdad a la comunidad LGBT.
La Venezuela de hoy no nos representa ni a los que vemos las competencias por la TV, quienes estamos obligados a ver intercaladas las imágenes de los deportistas con los selfies del ministro del deporte en Tokio. La Venezuela del mañana seguramente será capaz de desechar la propaganda gubernamental invasiva y darle espacios a la ciudadanía para el entretenimiento y la sana recreación a través de los medios de comunicación libres.
Yo creo que la Venezuela del mañana es inevitable. Tal como ocurre que anochece y luego amanece, así será el paso del hoy hacia el mañana. Las agujas del reloj pueden ser detenidas, a punta de pistola en alianza “cívico, militar y policial”, pero el avance del tiempo es inexorable, ni porque todas las manecillas sean puestas presas en el helicoide podrá detenerse el advenimiento del mañana. Podrán ir a rezar todos los días al dios muerto del “Cuartel de la Montaña” para pedirle al sol detener su camino, pero igual, amanecerá. Y ese amanecer será glorioso, será olímpico, será de oro.
Julio Castellanos / [email protected] / @rockypolitica