Muchas personas que han sido infectadas con SARS-CoV-2 probablemente producirán anticuerpos contra el virus durante la mayor parte de sus vidas. Investigadores han identificado células productoras de anticuerpos de larga duración en la médula ósea de personas que se han recuperado del COVID-19. Se ha informado que los niveles de anticuerpos séricos anti-SARS-CoV-2 disminuyen rápidamente en los primeros meses después de la infección, lo que resulta preocupante ante la posibilidad de que no se generen BMPC (células plasmáticas de larga vida de la médula ósea) de larga duración y la inmunidad contra el SARS-CoV-2 sea de corta duración.
Por Infobae
Sin embargo, en un estudio publicado por la revista especializada Nature realizado por un equipo encabezado por Jackson Turner, del Departamento de Patología e Inmunología de la Facultad de Medicina de la Universidad de Washington, en Estados Unidos, en individuos convalecientes que habían experimentado infecciones leves por SARS-CoV-2, los niveles de anticuerpos séricos anti-SARS-CoV-2 spikeprotein (S) disminuyeron rápidamente en los primeros 4 meses después de la infección.
En la fase inicial del estudio, las muestras daban cuenta de esa reducción. Mientras que entre cuatro y 11 meses después de la infección esta reducción se ralentizaba.
Sin embargo, los investigadores también tomaron muestras de médula ósea de pacientes previamente infectados para medir la presencia de células plasmáticas de la médula ósea, que son importantes en la protección de los anticuerpos y el desarrollo de una protección a largo plazo frente al virus.
En las muestras, los investigadores sí encontraron células plasmáticas de larga vida de la médula ósea que producirían anticuerpos contra el COVID-19. A diferencia del descenso de otros anticuerpos que observaron, los niveles de BMPC se mantuvieron estables de 7 a 11 meses después de la infección. ”Estamos buscando la fuente de estos anticuerpos que son producidos por células que viven en nuestra médula ósea”, indicó Ali Ellebedy, profesor asociado de la Facultad de Medicina de la Universidad de Washington en San Luis, participante del estudio.
El estudio proporciona evidencia de que la inmunidad provocada por la infección por SARS-CoV-2 sería extraordinariamente duradera. Además de las buenas noticias, “las implicaciones son que las vacunas tendrán el mismo efecto”, indica Menno van Zelm, inmunólogo de la Universidad de Monash en Melbourne, Australia.
Los anticuerpos, proteínas que pueden reconocer y ayudar a inactivar partículas virales, son una defensa inmunitaria clave. Después de una nueva infección, las células de vida corta llamadas plasmablastos son una fuente temprana de anticuerpos. Pero estas células retroceden poco después de que un virus se elimina del cuerpo, y otras células de mayor duración producen anticuerpos: las células B de memoria patrullan la sangre en busca de reinfección, mientras que las BMPC se esconden en los huesos, produciendo anticuerpos para décadas.
“Una célula plasmática es nuestra historia de vida, en términos de los patógenos a los que hemos estado expuestos”, explica Ali Ellebedy.
Los investigadores supusieron que la infección por SARS-CoV-2 desencadenaría el desarrollo de BMPC, casi todas las infecciones virales lo hacen, pero ha habido signos de que el COVID-19 grave podría interrumpir la formación de las células. Algunos de los primeros estudios de inmunidad a COVID-19 también avivaron las preocupaciones, cuando descubrieron que los niveles de anticuerpos se desplomaron poco después de la recuperación.
Para identificar la fuente de los anticuerpos, el equipo de la Universidad de Monash recolectó células B de memoria y médula ósea de un subconjunto de participantes. Siete meses después de desarrollar los síntomas, la mayoría de estos participantes todavía tenían células B de memoria que reconocían el SARS-CoV-2. En 15 de las 18 muestras de médula ósea, los científicos encontraron poblaciones ultrabajas pero detectables de BMPC cuya formación había sido provocada por las infecciones por coronavirus de los individuos entre siete y ocho meses antes. Los niveles de estas células se mantuvieron estables en las cinco personas que dieron otra muestra de médula ósea varios meses después.
“Esta es una observación muy importante, dadas las afirmaciones de la disminución de los anticuerpos contra el SARS-CoV-2”, indica Rafi Ahmed, inmunólogo de la Universidad Emory en Atlanta, Georgia, cuyo equipo co-descubrió las células a fines de la década de 1990. “Lo que no está claro es cómo se verán los niveles de anticuerpos a largo plazo y si ofrecen alguna protección -agrega Ahmed-. Estamos al principio del juego. No estamos mirando cinco años, diez años después de la infección”.
Este equipo de trabajo ha observado los primeros signos de que la vacuna de ARNm de Pfizer debería desencadenar la producción de las mismas células. Pero la persistencia de la producción de anticuerpos, ya sea provocada por vacunación o por infección, no asegura una inmunidad duradera al COVID-19. “La capacidad de algunas variantes emergentes del SARS-CoV-2 para mitigar los efectos protectores de los anticuerpos significa que pueden ser necesarias inmunizaciones adicionales para restaurar los niveles -concluye Ellebedy-. Mi presunción es que necesitaremos un refuerzo”.