Una generación de venezolanos vive en un país distinto al de sus padres. Los veinte años de chavomadurismo han impactado en lo político, social y económico a la Venezuela del puntofijismo, influenciando los rasgos que contribuyen a definir la identidad de sus habitantes.
En lo político, tenemos un país sin separación de poderes, expresión fiel del caudillismo que han querido instaurar… pero sin caudillo. El Ejecutivo hace y deshace –quizás más lo segundo que lo primero– para mantener una relación de dominación con el pueblo, que lo lleva a sentirse inferior en pensamiento y sin autonomía de acción.
En lo social, se ha registrado la crisis de refugiados más grande en la historia moderna del Hemisferio Occidental, producto de las condiciones que enfrentan los venezolanos a diario. Las cifras son similares a los éxodos causados por una guerra o conflicto convencional.
Y en lo económico, la consecuencia es un país destruido. El producto interno bruto se redujo 80% con relación a 2013, según el Fondo Monetario Internacional. El ejemplo más claro de la ruina es la depreciación de la moneda. Ha sufrido una reducción de 14 ceros (100 billones). Un bolívar del año 2000 tiene un valor presente de 0,000000000000001 bolívar, es decir, nada.
El chavomadurismo también instauró un Estado mafioso-criminal que llevó a “la somalización” del país.
Son dos décadas de lucha política en las que la sociedad civil manifestó varias veces y de manera rotunda –en ocasiones con un débil o guabinoso liderazgo opositor– su rechazo a vivir en dictadura. El enfrentamiento fue principalmente electoral. Las fuerzas democráticas usaron de forma activa y pasiva los comicios para salir del chavomadurismo. El fracaso en ese terreno, sin embargo, generó frustración en quienes rechazan lo que ya consideran un expaís. Las excepciones fueron el referéndum constitucional de Chávez en 2007 y las parlamentarias en 2015, que alimentaron la esperanza del “sí se puede”. Pero el desgaste político en los últimos dos años, sobre todo, fue abrumador.
La lucha contra el poder de facto en el plano interno desgastó la praxis política de la oposición durante los últimos 19 meses. Esto llevó a que algunos legitimadores del interinato –Josep Borrell en nombre de la Unión Europea– sigan insistiendo en el restablecimiento de la Venezuela democrática.
La fotografía político-electoral reciente de la encuestadora Datincorp permite revelar la identidad de la mayoría de los venezolanos en el chavomadurismo. Es una población que se formó con los sermones emocionales del régimen de Hugo Chávez-Nicolás Maduro, quienes apelan al estómago –base del populismo–. A esto hay que sumar el impacto de la pandemia del covid-19, que ha hecho a todos reflexionar sobre la muerte y lo efímero de la vida.
El estudio determinó que la mayoría de los venezolanos no confía en el liderazgo político nacional para solucionar la crisis del país. Ni se siente identificado con ningún partido o movimiento político. Tampoco se ve reflejado en el chavismo ni en la oposición. Y cree que los partidos políticos deben desaparecer dando paso a unos nuevos o transformarse porque no sirven.
Sin embargo, la mitad de la población esta? de acuerdo con las negociaciones –mecanismo de Oslo– que están adelantando “el gobierno y la oposición” para comenzar a resolver la crisis del país. Pero considera que la agenda debe ir más allá de lo político e incluir lo referentes a la crisis económica y de los servicios públicos. Un dato interesante es que dos terceras partes de los encuestados apoyan una solución a la crisis económica, aun cuando no se llegue a ningún acuerdo de elecciones presidenciales antes de 2024.
Al mismo tiempo, la mitad del país esta? decidido a votar en las elecciones de gobernación y alcaldías del próximo 21 de noviembre. Una mayoría “calificada”, las tres quintas partes, prefiere que el próximo gobernador y los nuevos alcaldes sean independientes. Y 77% propone a la oposición participar y votar en las elecciones del 21 de noviembre.
A modo de conclusión, podemos decir que el venezolano formado en el país chavomadurista se caracteriza por ser antipartidista y apolítico. El despojo de los partidos por parte del TSJ de Maduro el año pasado y la creación del Movimiento Somos Venezuela por gente del régimen –para diferenciarse del PSUV– contribuyeron al sentimiento de que las organizaciones políticas actuales no funcionan en la intermediación entre el Estado y la sociedad civil.
El cansancio de la población por la precariedad del día a día la ha llevado a darle prioridad a la solución de la crisis económica y de los servicios. Si el culpable es el “bloqueo estadounidense”, como dice el régimen, no le importa sacrificar la libertad y la democracia por lograr al menos ese bienestar.
Por último, en el país chavomadurista, no importa cuánto se tenga que votar, aunque ahora sea por outsiders. Los de los partidos generan desconfianza –“solo velan por sus intereses”–, pero eso no constituye un obstáculo para participar en las venideras elecciones.
La mayoría de los hombres y mujeres del país chavomadurista son pragmáticos, apolíticos, antipartidistas y votantes. Unas características que definitivamente hay que tomar en cuenta en el restablecimiento de la democracia en Venezuela.