Conmovedora historia: Sobrevivió a un suicidio familiar, perdió sus dos piernas y ahora es atleta paralímpica de Tokio 2020

Conmovedora historia: Sobrevivió a un suicidio familiar, perdió sus dos piernas y ahora es atleta paralímpica de Tokio 2020

Haven Shepherd, durante su prueba en Tokio – EFE

 

 

 

Es la sonrisa de estos Juegos, contagiosa su alegría, su desparpajo y su vitalidad. Y tendría motivos para todo lo contrario, pero Haven Shepherd sobrevivió a un abrazo familiar con una bomba en medio y ahora solo puede ver todo lo bueno de la vida. Por el momento, participar en unos Juegos Paralímpicos, donde solo llegan los más fuertes. Así lo reseñó ABC.

Lo es. Con 18 años, quinta en la prueba de 200 estilos y queriendo brillar también en 100 braza en su estreno en una cita de este calibre. Ya lo era. Nacida en Vietnam, cuando tenía 16 meses, sus padres decidieron suicidarse pegándose una bomba al cuerpo cada uno. Con ella en brazos. Ellos murieron de inmediato, Shepherd no; lanzada a más de treinta metros, resistió a la onda expansiva y a la metralla que quedó en su cuerpo, solo sus piernas, amputadas por debajo de la rodilla, quedaron en ese abrazo familiar de muerte. El segundo nombre de Shepherd es Faith (‘Fe’).

Los 29 días de hospital que pasó se pagaron gracias a las donaciones y las ayudas de otros pacientes. Sus abuelos no podían permitírselo. No recuerda nada de aquella vida. La suya empezó cuando fue adoptada por Rob y Shelly, de Misuri, a los 21 meses. A sus padres, temerosos de cómo serían las necesidades de una niña sin piernas, se les quitó pronto el miedo. Haven podía hacerlo todo, desde ponerse unas chanclas hasta correr.

Creció con seis hermanos mayores, cuatro chicas y dos chicos. «Siempre bromeé con mis hermanos en que yo era la niña-milagro, la favorita de papá y mamá. Ellos me dieron el mundo, y todos los deportes», dijo a su llegada a Tokio. Practicar alguna disciplina era casi obligatorio en una familia competitiva y muy activa. Ninguno de ellos era adoptado. Comenzó con el atletismo, pero las rozaduras de las prótesis le hicieron abandonarlo. Probó con la piscina que tenían en el jardín. Ahí, con 10 años, reticente al principio, encontró su modo de ser libre, de que no hubiera ruidos ni prótesis. «Son pesadas y no son cómodas. Es como tener un calcetín muy ajustado y no me deja ser lo libre que yo quiero ser», admitía. Libre se siente sin ellas, sin que se pare a pensar demasiado en que no tiene piernas. Fue su tío, entrenador de natación, quien le enseñó los cuatro estilos; enseguida llamó la atención del equipo estadounidense.

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