Este régimen ha impuesto una visión panfletaria de la política. Comprensible hasta cierto punto para Maduro y para muchos de sus dirigentes porque, al fin y al cabo, es un régimen de fuerza donde no cabe el ejercicio de la razón, sino el de la violencia. Absolutamente incomprensible para la oposición, o la que se dice oposición que ya no esgrime razones de ninguna naturaleza para mantenerse como alternativa, sino que simplemente se sienta en la mesa de México y los demás, corren o se encaraman: práctica que hemos venido manejando en los últimos años.
Cuando hablamos de las razones de la oposición, nos referimos a las de orden doctrinario o ético, ideológico o programático, sobre una determinada concepción de la humanidad, el mundo y las cosas. Cada postura obedece a un conjunto de valores y de principios que se desarrollan en un contexto histórico determinado. Ayer hubo socialdemocracia, socialcristianismo, marxismo y liberalismo en Venezuela, con tesis, voceros, y discusiones. Hoy, nada de eso hay, solo tenemos el más vulgar pragmatismo de un régimen que se dice socialista (¿y lo es?), oculta su carácter comunista, e intenta sobrevivir gracias a la criminalidad (la organizada, por supuesto) y, de hecho, a sus zonas económicas especiales, así como un buen día China y Vietnam se olvidaron del tormentoso pasado, hicieron inútiles tantas muertes y, en la actualidad, viven como parásitos de un capitalismo que no ha colapsado según las predicciones ya más que centenarias, pero incumplidas.
Ninguno de los partidos y voceros de la oposición, con muy aisladas y honrosas excepciones, tiene tres dedos de frente para explicar sus visiones y propuestas de profundidad, y versar sobre los temas contemporáneos que le dan otra hondura a la angustia por la libertad: mercados, género, migraciones, narcotráfico, etc. La discusión ideológica es un lujo para los intelectuales, como ellos llaman y desprecian, no a los come-libros, sino a los que se preguntan para qué una política de servicio a los demás. En ocasiones, nos da risa que haya aquellos que se presentan ante la opinión pública como constitucionalistas y jamás le hemos visto o leído diez cuartillas relacionadas con la materia; líderes sindicales que ignoran el derecho laboral; y líderes empresariales que no reclaman la efectiva libertad de mercado, desesperados por los negocitos pendientes con el régimen.
Este es el panorama que nos han dejado 20 años de revolución, desdibujados del andar y accionar político, porque solo nos hemos dedicado a responder la agenda que el régimen nos impone para ellos seguir manejando el poder. Nos separan, nos dividen y hasta nos ponen a jugar en diversos tableros como en el ajedrez, sin ser expertos en la materia y poder hacerlo. Jugamos y no tomamos en cuenta ni la más elemental teoría como la de juego que implica considerar el impacto de las propias decisiones sobre los otros y el contexto. El «juego» como dice la teoría es la interacción entre dos o más partes y depende de que la gente actúe de manera racional y consciente de los límites del «juego» o en nuestro caso de la negociación y saber que la contraparte también conoce las reglas, las respeta y las cumple.
La solución no es hablar de justicia, libertad y democracia como simples enunciados. Es hablar de ellas desde su creencia y su práctica. Es desarrollar un estado de bienestar real, con estrategias claras y efectivas, en unidad, es decir, considerando y dando espacio a todos los sectores que tenemos el mismo objetivo, sin mezquindad, sin pensar en el beneficio propio o partidista, porque nuestro trabajo va más allá. El trabajo es consistente con la recuperación y la reconstrucción de nuestro país. Durante estos veinte años, hemos insistido, resistido y persistido en la solución: el juego tiene reglas y hay que respetarlas, pues su aplicación aglutinará a la ciudadanía alrededor de un gobierno libre, democrático, confiable y respetuoso.
@freddyamarcano