Muy desconcertante, por decir lo menos, es la noticia sobre la supuesta manipulación de datos en los informes ‘Doing Business’ de 2018 y 2020, respectivamente, para beneficiar a China y a otros tres países, más aún cuando, según las investigaciones, los responsables fueron nada menos que los dirigentes del Banco Mundial en su momento, Jim Yong Kim y Kristalina Georgieva, actual presidenta del Fondo Monetario Internacional.
Por su parte, ante semejante escándalo, la decisión de la administración del Banco no podía ser diferente a la de suspender la elaboración del informe, ya que no solo estaba en juego su credibilidad, sino también la de la institución. Es realmente inconcebible que por causa de los intereses de unos pocos se haya distorsionado el propósito de un informe que fue creado precisamente para ayudar a los países a tomar decisiones de política pública con base en evidencia y permitirles, a la vez, hacer seguimiento de las mejoras económicas y sociales.
La relevancia que con los años adquirió el ‘Doing Business’ fue tal que se convirtió en el referente obligado no solo para los inversionistas a la hora de decidir dónde invertir, sino también para las multilaterales en el momento de asignar los recursos de crédito. Claramente, eran los países mejor ubicados en el ‘ranking’ los principales receptores de inversión y crédito. Un posicionamiento muy importante que no podía pasar desapercibido para los gobiernos participantes.
Así, el ‘Doing Business’, con su enfoque basado en el análisis de la regulación directamente relacionada con la facilidad de hacer negocios en los países, se convirtió en un gran estímulo para que los gobiernos mejoraran la regulación. Esto, bajo el supuesto de que la mejor regulación elevaría su puntaje general y, por tanto, su posición en el ‘ranking’, lo cual no resultaba siendo cierto si otros países lograban avanzar más rápido.
Esto es exactamente lo que según las investigaciones pasó con China en el informe del 2017. Este país quedó muy insatisfecho con la posición 78 que ocupó en el ‘ranking’, pues consideraba que con todas las reformas que había hecho, su ubicación debería haber sido mejor. De ahí surgió la presión para que en los resultados del informe del 2018 los cambios realizados quedaran reflejados a través de un mejoramiento de la posición en el ‘ranking’, con las consecuencias que ya conocemos.
Ahora bien, independientemente del resultado final de las investigaciones respecto a lo sucedido con el ‘Doing Business’, que aún falta tiempo por conocer, esta experiencia debería servirnos para profundizar respecto a los ‘rankings’ y los riesgos que pueden derivarse de estos cuando no se utilizan adecuadamente.
Los ‘rankings’ son muy útiles cuando su motivación es propiciar mejoras a partir de la evidencia. Es decir, cuando conducen a una sana competencia entre los participantes, con el fin de lograr avances frente a resultados anteriores, y que pueden terminar o no reflejándose en una mejor ubicación en el ‘ranking’.
Afortunadamente, este es el rol que en Colombia han jugado tanto el ‘Doing Business’ como el Índice Global de Competitividad del Foro Económico Mundial y los Índices de Competitividad de Ciudades y Departamentos que elabora cada año el Consejo Privado de Competitividad con la Universidad del Rosario.
Todos, en su especificidad, han sido de gran utilidad para conocer el estado real de las cosas en los diferentes frentes que analizan y les han dado tanto al Gobierno Nacional como a las regiones y al sector privado herramientas para avanzar en el objetivo de ser cada vez más competitivos. Lo que pasó con el ‘Doing Business’ no puede ser un desestímulo para dejarlos de utilizar, todo lo contrario.
Este artículo fue publicado originalmente El Tiempo (Colombia) el 26 de septiembre de 2021