León Sarcos: Karl Kraus y su obsesión por el buen lenguaje

León Sarcos: Karl Kraus y su obsesión por el buen lenguaje

A Margarita Arribas

Karl Kraus  (1874-1942) fue un eminente escritor y periodista austriaco, aforista, ensayista y poeta contemporáneo de Marcel Proust y Thomas Mann, quien sedujo muy joven, con su carismática personalidad, su escritura y su oratoria, al Premio Nobel de literatura (1981), Elias Canetti, logrando tal influencia que uno de los tres tomos de la biografía del búlgaro, La antorcha al oído, lleva el nombre Die Fackel (La Antorcha) en el idioma original, el nombre del periódico que Kraus fundo (1899) y dirigió casi en solitario por más de veinticinco años, dejando una profunda huella intelectual en la Europa de finales del XIX y los años anteriores a la primera guerra mundial, en el XX. Kraus, de joven, mudó del judaísmo al catolicismo y de la monarquía saltó al republicanismo socialista.

Kraus fue de aquellos hombres de letras obsesionados con el lenguaje; para él, el uso equivocado de este es el responsable de los grandes males del mundo: estaba convencido de que cualquier pequeño error, aunque su registro estuviera limitado en el tiempo y en el espacio, podía provocar grandes catástrofes. Así lo describe Canetti: Karl Kraus, que era un hombre sensible a los abusos del lenguaje, tenía el don de captar in status nascendi el producto de aquellos y no dejarlos escapar más. 





Él vio en el tratamiento ligero del lenguaje de sus contemporáneos un signo del malestar y descomposición de su tiempo. Por eso embestía como un buen toro de lidia contra una muleta bien animada al enfrentar cualquier error en el manejo del lenguaje y al encarar todo signo de hipocresía social. Pensaba que el trabajo periodístico, como ahora las redes digitales con su pésimo manejo, era un instrumento de motivación efectista de los males de la humanidad para recrear la tragedia de los que peor viven y menos información verdadera perciben. 

Canetti, invitado por sus compañeros a unas vacaciones en Viena —corría la primavera de 1924, y contaba diez y nueve—, fue a conocerlo y al oírlo quedó prendado de tal manera que cinco años después se dio cuenta de que era su esclavo. Así lo confiesa en un lúcido ensayo escrito con pasión canettiana titulado Karl Kraus, Escuela de la Resistencia:

Hoy día sé por qué Karl Kraus me cayó entonces tan a propósito, por qué sucumbí a él y por qué, finalmente, tuve que ponerme a la defensiva contra su influencia.

En una sala atestada de gente —cuenta Canetti—, apenas si cada quien podía moverse, disfruté de un verdadero e inolvidable espectáculo. Los asistentes quedamos deslumbrados por su carisma, su histrionismo camaleónico y su inigualable capacidad oratoria: en los años que tengo de vida —lo decía a los sesenta—, no he conocido un orador igual a él en ninguno de los ámbitos lingüísticos europeos que me son familiares. El mundo de las leyes, que Karl Kraus custodiaba con voz cristalina, como un mago airadoson palabras del joven poeta austriaco George Trakl—, unía dos esferas que no siempre se manifiestan: la esfera de la moral y la de la literatura.

Su virtuosismo o medios para seducir en el escenario eran principalmente dos: la literalidad y el horror. La literalidad, expresada en su arte de utilizar citas ajenas que terminaban enjuiciando al autor citado, era muchas veces el punto final, la culminación de lo que el orador tenía que argumentar contra él. Otra cualidad que lo distinguía de la mayoría de los escritores y personajes públicos de su época sería esta: Karl Kraus era el maestro del horror. Esto podría verificarlo cualquier lector que llegue a tener en sus manos el libro o la versión digital de Los últimos días de la humanidad.

Kraus fue el ser humano más humanamente vivo que en su momento podía ofrecer Viena: Era la contrafigura de todos los escritores, de la enorme mayoría de los escritores que untan con miel la boca de los hombres para ser amados y alabados por ellos… Necesitaría un libro entero para estudiar seriamente sus pasiones, para describir su cólera, su sarcasmo, su amargura, su desprecio, su adoración cuando se trataba de amor y de mujeres —adoración que incluía siempre cierta gratitud por el sexo femenino en cuanto tal—, su piedad y su ternura para quienes carecían de todo poder, la audacia mortífera con la que daba caza a los poderosos…el orgullo con el cual creaba distancia a su alrededor y la adoración activa por sus dioses Shakespeare, Claudio. Goethe, Nestroy y Offenbach.

A pesar de su gran locuacidad y agresividad en el discurso, y de sus escritos saturados de sarcasmo e ironía, era un ser muy tierno y dulce en el romance, como lo testimonian sus cartas de amor, recogidas en un libro publicado por Kovacsics. Mantuvo un cerrado duelo por la conquista de la baronesa bohemia Sidonie Nádherny de Von Borutín con el célebre escritor de origen checo Rainer Maria Rilke, que según testimonio de conocidos causó mucho sufrimiento existencial a Kraus.

Canetti cuenta que después de ir a varias de sus conferencias y leer algunos números de La Antorcha, luego de algunos años ocurría una disminución de la voluntad para juzgar por uno mismo. Él solo respetaba sus dioses y sus preferidos y de ahí excluía del juego a los novelistas, a los narradores en general. Esta fue la razón por la que decidí empezar a huir de su tenaz dictadura, y pude leer con tranquilidad y placer a Dostoievski, Poe, Gogol y Stendhal, como si Kraus no existiera. Toca imaginar que para Kraus, dada su naturaleza, la lectura de Proust resultaba muy inconveniente. 

De esta manera, el escritor laureado de Masa y Poder sintetiza la influencia que tuvo Kraus en su condición y estilo. Es importante tener un modelo que posea un mundo rico, turbulento e inconfundible, un mundo que él mismo haya sentido, observado, escuchado, probado y pensado… Por dichos mundos nos dejamos envolver y dominar, y no puedo imaginarme un escritor que, en un principio, no haya sido dominado y paralizado alguna vez por una autenticidad foránea. Pero cuanto más rico sea el mundo de quien nos tenía sometido a su dictadura, tanto más tendrá que ser el nuestro al desvincularse de aquel.

Los dos legados que Kraus regaló a Canetti: 

Ante todo, un sentido de responsabilidad absoluta. Lo he tenido rayano en mí, dice, como una obsesión, y nada que fuese inferior me parecía digno de una vida. Aún hoy día esta máxima se alza frente a mí tan poderosamente que todas las formulaciones ulteriores tienen que lucirme, a la fuerza insuficientes. Ahí está, por ejemplo, la palabra engagement, destinada por nacimiento a la trivialidad, y que ahora prolifera en todas partes como la mala hierba.

En segundo lugar, Karl Kraus me abrió los oídos, y nadie hubiera podido hacerlo como él. Desde que lo escuché, no me ha sido posible no escuchar. Empecé con las voces de la ciudad, con las exclamaciones, los gritos y las deformaciones verbales que captaba casualmente a mi alrededor, sobre todo con lo que era falso e inoportuno. Todo esto era a la vez terrible y divertido, y la vinculación de estas dos esferas me ha resultado desde ese entonces natural.

Karl Kraus fue un declarado enemigo de los periodistas, de ahí su ensayo, Contra los periodistas y otros contras, pues lo último que procuraba era congraciarse con los lectores modernos; ellos eran para Kraus criaturas hijas del periodismo, que los ha educado solo para aceptar el efecto inmediato.

León Sarcos. Septiembre 2021.