A pesar de ser actualmente un país donde millones han migrado en busca de una vida mejor, Venezuela por años fue quien los recibió. La VOA conoció de primera mano la historia de algunos de esos migrantes que todavía residen en el país.
Por vozdeamerica.com
Las circunstancias políticas y económicas de otros países y las oportunidades y facilidades que ofrecía Venezuela décadas atrás hizo que el país recibiera a migrantes de numerosos países y culturas.
Sin embargo, su propia crisis económica, política y social constantemente reseñada y estudiada ha hecho que en los últimos años sean los venezolanos quienes salgan de su país, principalmente hacia países de la región.
Según la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) la cifra supera los cinco millones de migrantes y refugiados venezolanos. Un informe del grupo de trabajo enfocado en el tema de la Organización de los Estados Americanos (OEA) publicado recientemente estima que la cifra podría alcanzar los 7 millones el año que viene.
Hijos e inclusos nietos de esos extranjeros que llegaron al país han aprovechado esas raíces para, como lo hicieron sus familiares, desarrollarse en otros países.
Aún así, en el país se mantienen personas que años atrás emigraron y que lo hicieron su hogar.
Una historia que se repite
Cerros iluminados que simulaban un pesebre, su calor y su primer viaje a la playa. Esos son los primeros recuerdos que tiene de Caracas Álvaro Gutierrez -colombiano de nacimiento- de la ciudad que lo recibió en 1979.
“Al ser un niño de 12 años que por primera vez viaja a otro país y ya con la misión de quedarse en ese país, pues para mí era algo sorprendente, algo novedoso y muy emocionante”, comenta Gutierrez.
Este productor y director audiovisual relata que junto a su familia terminaron en el vecino país por una oportunidad de trabajo que se le presentó a su padre, lo que considera le dio una ventaja a la hora de comenzar de cero.
Sin embargo, comenta que pasó por “tiempos difíciles”, especialmente en el colegio con ofensas y comentarios, situación que su familia lo ayudó a superar. Comenta que con el pasar del tiempo, e incluso visitando Bogotá de vacaciones, se sentía mucho más de Venezuela.
“El momento en que nos ofrecieron la nacionalidad, no lo pensamos dos veces, por aquellas oportunidades que eso te brindaba (…) eran tiempos holgadamente para muchos, pero socialmente más difíciles para otros”, relata.
Gutiérrez terminó estudiando, desarrollándose profesionalmente y formando familia en Venezuela. Ahora, de 54 años, afirma que Caracas “sigue siendo el mismo pesebre, pero con menos recursos”.
No desestima la situación que atraviesa el país actualmente, pero se le hace difícil imaginar volver a la Bogotá que dejó décadas atrás. Considera que puede hacer más por sus hijos, dos de los cuales están en en Colombia, desde donde está.
“Mis hijos tienen más oportunidades por lo jóvenes que son y, fíjate, que ahora son ellos los que están emigrando de su país a otro, en este caso el país origen de su padre. La historia se repite, bajo otras circunstancias”, afirma.
Estima que los migrantes venezolanos están aprendiendo una lección “que no les tocaba”. “Nadie merece esta situación, de tener que prácticamente huir de tu país”, afirma.
A pesar de ello, los invita a “mantenerse firme” y a desarrollarse como persona dondequiera que estén.
Un pedacito de Galicia en Caracas
Maite Lastra no fue la primera, ni la única, de su familia en llegar a Venezuela. Esta española de 73 años comenta que fue un tío materno que decidió salir y consiguió trabajo en la nación suramericana.
Fue él quien quien empezó a reclamar a los hermanos en el país europeo e incluso a su madre, la abuela de Maite. Fue ese momento que ella, su seis hermanos, papá y mamá decidieron tomar un barco hacia Venezuela.
“Para nosotros no fue a lo mejor tan complicado como para otra gente porque teníamos apoyo familiar. Claro, de trabajar, había que trabajar (…) porque éramos muchos, pero siempre había el apoyo de la familia”, comenta Lastra.
Su familia se instaló en San Antonio de Los Altos, una localidad a las afuera de Caracas en el que Maite asegura había “un pedacito de Galicia”, donde se hacía caldo y empanada gallega.
Lastra comenta que su familia fue trabajando, estudiando y prosperando. “Aquí había muchas facilidades para todo eso, y era un país muy próspero”, recuerda.
Ella se casó con un venezolano, sus dos hijos nacieron en la nación suramericana y trabajó en bancos, pasando por agencias de viajes, hasta tiendas.
Parte de la familia de Maite decidió volver a emigrar. De los hermanos, cuenta, la mitad está en Venezuela y la otra mitad en el exterior. Aunque confiesa que en ocasiones añora España, no tiene contemplado regresar.
Sobre los venezolanos que han salido al exterior, expone que: “Irse del país de uno es muy duro, independientemente de que te vaya bien en el otro lado, pero tus raíces son tus raíces, y a mí me parece que la gente se fue porque de verdad que aquí se está pasando mucha hambre y mucha necesidad, en todos los sentidos”.
Desde el sur
Claudia Taborda es argentina de nacimiento, pero tiene toda su vida en Venezuela. Con padres argentinos y abuelos italianos, llegó al país a los días de nacida, luego de que fuese adoptada.
Taborda relata que sus papás ya estaban casados e instalados en Venezuela cuando decidieron volver a su natal Argentina para adoptar luego de varios intentos fallidos de tener hijos.
“Soy argentina de nacimiento, nunca me nacionalicé; sin embargo, siempre me vi identificada con Venezuela”, explica.
Comenta que sus papás tuvieron un exitoso taller de confección mayorista. Aunque nunca faltaban los viajes de regreso a la ciudad argentina de Rosario, no contemplaron quedarse.
“En una oportunidad sí intentamos vivir en Buenos Aires y sufrimos mucho, mi mamá y yo sobre todo”, recuerda.
A sus 48 años, Taborda comenta que de sus raíces argentinas le queda el mate, la parrilla, y las amigas que hizo en sus visitas al país. Aún así, afirma que sus padres le enseñaron a querer a sus dos países y que no se iría de Venezuela, a pesar de las circunstancias.
Un choque cultural
Nancy Hoballah celebró el año pasado su llegada al país de la forma más venezolana que encontró: preparando una arepa. Entre risas, comenta que después de 20 años, le “salió bien” este típico plato venezolano.
Hoballah llegó a Caracas a los 12 años junto a su hermana, mamá y papá. Su mamá es venezolana -de madre libanesa y padre sirio-, su papá es libanés y, luego de casarse y formar una familia en el Líbano, decidieron hacer vida en la nación suramericana.
“Fue como un choque, la verdad, porque vengo de una cultura totalmente distinta a lo que es aquí, totalmente distinta. El Idioma, no sabía ni una palabra, ni una, pero tenía muchas ganas de aprender el español”.
La situación hizo que incluso volviera por un periodo con sus abuelos al Líbano. Sin embargo, la experiencia la ayudó entender que prefería no estar lejos de su familia y decidió regresar.
“Yo en el avión dije: esta vez me voy a quedar, pase lo que pase, yo tengo que quedarme, yo tengo que acostumbrarme, yo tengo que estar feliz es aquí. Dicho y hecho. Hasta el día de hoy, no cambio Venezuela”, comenta.
Nancy se graduó de comercio exterior, se casó y tuvo a su hijo en Caracas. A sus 33 años, afirma que, aunque no ha sido particularmente sencillo, ha buscado sacar lo mejor de sus dos culturas.
Asegura que tanto la ciudad como el país que la recibió ha pasado “por mucho”. “De lo bien, a lo peor, a lo mal, a que ahorita estamos, otra vez, retomando”, comenta.
“Hay muchas cosas que hay que mejorar, todavía nos falta muchísimo, pero con tal que uno empiece. Ya con un paso, ya los siguientes son más fáciles”, agrega.
Afirma que tras haber hecho su vida en el país petrolero, no considera volver a emigrar. En este sentido, no desestima las oportunidades que ofrece Venezuela. a pesar de la crisis que vive.