En la Venezuela del 2021 los partidos de oposición han dejado de ser partidos nacionales, el PSUV no escapa a la pandemia del desencanto y se mantiene a flote con la chequera de PDVSA, el Arco Minero y dinero oscuro proveniente de negocios y fuentes desconocidas, estas elecciones para el partido de Maduro y Cabello van a ser las más costosas de todas, la cotización de los votos rojos se tasará por la inflación y el precio del dólar, porque la base de apoyo electoral del chavismo se ha desvanecido como los vapores de la fantasía que escribió Andrés Eloy Blanco en su recordado poema “La Renuncia”, nunca hubo revolución social, solo saqueo y mentiras.
No existen partidos políticos de oposición nacionales porque ninguno de ellos expresa un sentimiento nacional en un relato político, no han trabajado la diferenciación con el chavismo y terminan expresándose y proponiendo discursos y programas similares al adversario que pretenden derrotar, lo que los convierte a la vista del país de mayoría descontenta en similares por no decir idénticos, en ambiciones personales que buscan su acomodo, por supuesto que la campaña mediática para construir esta matriz de opinión es bestial, lo que hace que algunos periodistas y dirigentes políticos opositores, caigan en la trampa de disparar primero y averiguar después, para utilizar una desafortunada frase atribuida a Rómulo Betancourt y desmentida por el propio Betancourt infinidad de veces, pero que según el historiador Manuel Caballero si fue pronunciada en un discurso en la Plaza O’Leary en el Silencio el 13 de febrero de 1962, refiriéndose al intento fallido de toma del Batallón Bolívar N° 1 de Maiquetía por más de un centenar de militantes de la izquierda insurreccional de la época, que por cierto no fueron masacrados ni se les disparó primero porque fueron detenidos sin que mediase ningún intercambio armado. Betancourt lo desmiente porque se da cuenta del error político de utilizar discursivamente el mismo argumento de los enemigos de la democracia, que pretendían alzarse con el poder por la vía violenta e inconstitucional, fuera del marco de las leyes de la Constitución de 1961, que le dio paz y estabilidad a Venezuela hasta que llegó Chávez al poder y construyó un relato épico de si mismo, apropiándose de los símbolos patrios que nos son comunes y reinterpretando la historia a su conveniencia, lo que creo un nuevo imaginario político que al principio engañó con sus falsas promesas de redención social a los mismos venezolanos que ahora están huérfanos de una narrativa política que emocione, ya sabemos por la neuropolítica que para convencer se tiene necesariamente primero que emocionar.
Con este paisaje nada halagador, los principales partidos de oposición han decidido participar en unas elecciones que según Guaidó y otros importantes dirigentes y aliados no tienen condiciones ni transparencia, más allá de los cálculos personales de los presidenciables y la falta de unidad, hay un hecho que hay que tomar en cuenta, hay estados en donde sin importar si Maduro nombra protectores o no, la gente no está dispuesta a entregárselos y va a votar por el candidato que sea, en estos estados se está produciendo una respuesta emocional distinta a la de otras entidades, pienso que podemos estar en presencia de una descentralización emocional en el Táchira, Mérida, Zulia, Anzoátegui y Nueva Esparta, que no por casualidad con Bolívar son los estados en donde la oposición ganó en 2017. En esos estados hay un sentido de pertenencia muy arraigado, han sido sometidos a mayores penurias que el resto del país y en el caso de Zulia, Táchira y Bolívar, la presencia de grupos de irregulares y bandas delictivas, ha producido unas realidades de desarticulación territorial y pérdida de soberanía. La respuesta emocional pasa por defender el gentilicio que no defiende el gobierno de Maduro, no se trata de votar por una estrategia política diseñada por los partidos o por la oferta de los candidatos, es un voto por la patria chica, por el terruño, por los valores que constituyen en cada caso una amalgama de historia, cultura y orgullo.
Si en las elecciones del 21 de noviembre, se producen resultados más o menos similares a la anterior de 2017, con una oposición más débil y desarticulada, tendremos que colocar la estrategia a donde corresponde, en la descentralización de verdad, la que sumando las diferencias de cada región nos puede ofrecer en ese mosaico de complejidades, la articulación de un sentimiento nacional, que se pueda codificar políticamente en un mar de relatos de una misma historia y un destino común de progreso.