Años después de publicar su monumental, “El Conquistador Español del Siglo XVI”, Ed. Mundo Latino, Madrid [1922], XII+298 págs., uno de los ensayos más certeros, sobre el espinoso tema -nada benévolo, por cierto, con los venidos a estas tierras a partir del 12 de octubre de 1492- nuestro Rufino Blanco Fombona, expresó: “La historia no es tribunal adusto y solemne, como hay quien piense, todavía, donde se corone y suplicie al hombre cuyos actos y pensamientos demandan recordación. (…) Las condenas, sin apelación, las corrige la posteridad, muerta de risa, olvidando al pontífice y admirando al hombre secular… hasta en sus errores”.
Me venía a la memoria la frase, ahora que cierto sujeto, sedicente presidente de la República -pero ilegítimo tanto de origen como por desempeño, cipayo servil, cleptócrata con furor de Mesalina, verdadero prontuario ambulante, porque de los delitos contemplados en el Código Penal y demás leyes especiales no se le ha escapado ninguno- recurrió el martes pasado, por enésima vez, al ritornelo según el cual, España debe pedirle perdón a América por el genocidio perpetrado contra los pueblos originarios de esta parte del Mundo. No deja de preocupar, primero, que si del hipotético perdón se deriva alguna clase de indemnización ya sabemos quien va a embolsillársela y segundo, coincidir, aunque sea en una pizca, con semejante lisiado, mental y moral.
Sin embargo, es verdad. Por primera y última vez, el asesino en cuestión tiene alguna razón: España, debe pedirnos perdón. Disculpas sinceras, en lo que a Venezuela se refiere, por haber votado, en hora menguada para presidente, a Rodríguez Zapatero, coautor, compinche, encubridor o proxeneta y a buen seguro, beneficiario, del saqueo inmisericorde de nuestra Tesorería Pública en comandita con Hugo Chávez. Y que no me vengan, por ejemplo, con que el señor Zapatero, no sabía que, Morodo, su embajador en Caracas, acarreaba en la sede de tal misión internacional, camionadas de billetes en efectivo producto de negociados en Pdvsa. Sabía de esas y de acciones peores, además de dar por sentado que fue copartícipe en el reparto de utilidades.
Dado de baja, como jefe de Estado, el muy zapatudo, se avocó a su verdadero arte y oficio: mamporrero, -lo de político es, apenas, su tercera profesión- de cuanto diálogo envenenado ha celebrado la narcotiranía de Venezuela con algunos opositores, los menos recios, dicho sea muy de paso.
Excusas, de la Madre Patria a nuestro gentilicio, por no haberle expedido sus autoridades, incluido el Colegio de Abogados de Madrid, ni el citatorio de algún modesto policía de “rolito”, lo mínimo, al rábula de Garzón. Émulo de aquel “hombre orquesta” de nuestras ferias pueblerinas porque, indistintamente, ha cumplido el supuesto papel de “árbitro” u “opinador” imparcial, caso Banco de Andorra, para terminar dictaminando contra de Venezuela por US $ 700 millones; fementido “defensor” de esta última, vía un bufete de abogados norteamericanos, iguales o peores que, él; presidente, pro bono, de supuesta, ONG, caritativa, atinente a chavistas, perseguidos, internacionalmente; correveidile en los inconfesables, nexos, Corte Penal Internacional-Nicolás Maduro; defensor de Alex Saab y del “Pollo” Carvajal. Algo que no es censurable en sí mismo. Pero que lo es, en el contexto de la proliferación de tantos roles antagónicos, entre si, muchas veces colindantes con el prevaricato abogadil. Quedaría por deducir que a no ser, por su amancebamiento con la dama que llena plaza como Fiscal General de España, no anduviesen, por las calles de ese país, como Pedro por casa, tantos depredadores del Patrimonio Público de Venezuela, los Bolichicos de Derwik el caso más irritante de todos.
Last but not least. Josep Borrell, con su guerra de micrófonos, bufa, a todas luces, a objeto de hacernos creer que enviará una supuesta veeduría electoral, ceñuda, respondona, imparcial, solo que hasta los menos informados, saben que semejantes veedores vienen, nada más que a santificar el megafraude del 21 de noviembre. De hoy, a la citada fecha, menos de 30 días, imposible hacer lo que según los estándares internacionales, se toma seis laboriosos meses, mínimos.
Total, que Boves y José Tomás Morales eran cruzados de los diálogos de paz, comparados con Zapatero; Lope de Aguirre, Zuazola, Antoñanzas, Rosete, defensores de los venezolanos, medidas sus ejecutorias con las de Garzón. Pizarro, Canterac y el virrey La Serna en Perú, Cortés, en México, Maroto en Chile, Olañeta en Argentina, Sámano, Pablo Morillo, en Colombia, caballeros andantes del voto, libre, directo, universal y secreto, si los anteponemos a Borrell.
Ernesto Sabato en su lúcido artículo “Ni leyenda negra ni leyenda blanca” publicado ante la proximidad del 500º aniversario del 12 de octubre, proponía la superación de ese falso dilema, “sin negar, ni dejar de lamentar las atrocidades de los sojuzgadores.”
La primera obligación, venezolana es no olvidar ni a uno solo de los criminales, compinches susodichos incluidos, que están vivos, coleando y reptando; gordinflones y epulones, prevenidos para 30 largos años de calabozo -lástima que no sean más- previo apego al debido proceso, como corresponde.
Venirnos un asesino de siete suelas, como el antes aludido, con la propuesta de erigir un tribunal inquisidor, de unos muertos y enterrados hace más de 500 años.
@omarestacio