El fantasma del nacional-populismo recorre la Unión Europea (UE). Se intensifica esa corriente que conspira contra la moderación, el centrismo y la convivencia que han sido sustento de las democracias liberales y del éxito de la integración del continente. No son nuevos los movimientos políticos de la llamada derecha nacionalista en Francia, Italia, Alemania o Hungría. Pero se observan crecientes presiones para su radicalización. En el caso de Francia, el ultra nacionalista Frente Nacional fundado por Jean Marie Le Pen hace más de veinte años, ahora en manos de su hija Marine y suavizado bajo el nombre de Reagrupamiento Nacional, algo más tolerante que la versión original, es retado por un movimiento rival, liderado por M. Eric Zemmour, quien con un discurso apocalíptico de nacionalismo y anti inmigrantes, alcanza ya 15% de apoyo entre los votantes. Ambos movimientos, en conjunto, superan en popularidad al Presidente Macron y a la izquierda francesa.
En Italia, La Liga Norte del ultraderechista Mateo Salvini, es desafiada por Los Hermanos de Italia, movimiento auto declarado neofascista y anti UE. En Alemania, el partido de la derecha radical, Alternativa para Alemania, es objeto de dura presión por una facción que puja por acciones más contundentes de nacionalismo y anti imigración. En España, Vox ha desplegado la bandera del patriotismo identitario, que si bien se levanta contrapuesta a las pretensiones de los separatistas en Cataluña y otras regiones autonómicas de España, coincide con movimientos anti UE en el propio Parlamento Europeo. El gobierno ultraconservador de Polonia, respaldado por Hungría, se rebela contra normas jurídicas fundamentales que rigen a los 27 estados miembros de la UE.
Por supuesto, no se trata de la inminencia de una conmoción continental, pero siempre es oportuno recordar que el nacionalismo a ultranza fue raíz sustancial de la beligerancia en Europa y, en particular, de las conflagraciones que la asolaron en el siglo XX.