El concepto de oposición en Venezuela es demasiado amplio, Maduro se ha encargado de estirar y dividir el espectro, que va desde los que se acuerdan entre bambalinas para obtener unas migajas del botín, hasta los que se resisten a reconocer y negociar cualquier acuerdo por considerar que en una dictadura no puede existir convivencia si se anhela la libertad. Esta diversidad se ha acentuado en parte, porque los partidos políticos realizaron una lectura defectuosa del triunfo parlamentario del 2015, tuvieron en sus manos el arma del cambio, pero como en la fábula del escorpión y la rana, los traicionó su naturaleza y en vez de poner a Maduro contra la pared le dieron tiempo de reaccionar y lo hizo, recordemos que la mayoría opositora se ocupó principalmente de cuidar las cuotas de reparto de cargos y la rotación de la directiva en el mejor estilo adeco copeyano de los tiempos anteriores a Chávez, se comportaron como lo hicieron en el pasado, primero el partido y los proyectos personales de los dirigentes y luego los intereses y el sufrimiento de los venezolanos. La respuesta de Maduro fue retirar a su escuálida fracción para abrirle paso al TSJ y el CNE encargados de ejecutar el plan de rebanar la mayoría calificada que le daba legalmente poder al parlamento para muchas acciones, que de concretarse habrían limitado a Maduro por ley y muy posiblemente hoy estuviésemos conjugando en pasado este período terrible de nuestra historia republicana.
Pero Nuestros dirigentes, no todos por supuesto, son como dijo en una oportunidad Teodoro Petkoff refiriéndose a la izquierda venezolana de los 60, borbónicos, no cambian en nada porque no aprenden ni olvidan y mientras Maduro enfrenta una de sus peores crisis y muestra debilidad, la oposición con más representación en la Asamblea del 2015, insiste en un camino que no tiene salida ni futuro, porque lo que vamos a ver el 21 de noviembre son unos resultados similares o peores a los del 2017, pero en ningún caso favorables a la oposición que decidió participar.
El único camino que tenemos para la transición es el de la justicia, no la de colores partidistas, sino la que nos arropa a todos, ese clamor de justicia pasa en este momento por la actuación de tribunales fuera de Venezuela, no hace falta nombrarlos, todo el mundo sabe cuáles son, la falta de justicia en Venezuela debe ser atendida por la comunidad de naciones libres, el norte de la oposición debe ser el restablecimiento de una única justicia que nos defienda y nos reclame como ciudadanos, que nos cobije sin distinción y eso no se puede alcanzar con Maduro en el poder, ni conviviendo con un régimen sobre el cual recaen serias sospechas de violaciones de derechos humanos, corrupción e indolencia continuada frente a la colosal crisis que afecta a Venezuela, que con cada día que pasa se agrava por carencia de soluciones concretas.
La respuesta política a la pataleta de Maduro en la mesa de México debe ser retirar los candidatos de las regionales por falta de condiciones ni acuerdos mínimos, dejarlo desnudo con los alacranes y los oportunistas que le hacen comparsa, total en la calle no hay expectativas con esas elecciones, como si las hay con las acciones de la justicia internacional, es por eso que Maduro nombra ministro de Educación Superior a Tibisay Lucena y se pasea en la soledad de la noche con su sequito de guardaespaldas por la UCV, amenazando con nombrar autoridades, es una provocación que busca una respuesta reactiva que saque a los universitarios a la calle para meterle olvido a lo que realmente le preocupa, la acción de la justicia y las consecuencias que puede tener una implosión de los factores de poder que lo sostienen en Miraflores.