Una forma posible de leer “The Facebook Files”, la excelente serie de reportajes de The Wall Street Journal basados en investigaciones internas filtradas de Facebook, es como una historia sobre un monstruo imparable que arrasa con la sociedad en su camino hacia el banco.
La serie ha sacado a la luz pruebas condenatorias de que Facebook tiene un sistema de justicia de dos niveles, que sabía que Instagram estaba empeorando los problemas de imagen corporal entre las niñas y que tenía un problema de desinformación sobre las vacunas mayor de lo que dejaba entrever, entre otras cuestiones. Y sería bastante fácil concluir que Facebook es terriblemente poderoso y que solo podremos controlarlo con una intervención agresiva del gobierno.
Sin embargo, hay otra forma de leer esos reportajes, y es la interpretación que ha resonado más fuerte en mi mente con cada nueva entrega.
No son problemas financieros ni legales, ni siquiera problemas porque hay senadores que le gritan a Mark Zuckerberg. Me refiero a un tipo de declive lento y constante que cualquiera que haya visto una empresa moribunda de cerca puede reconocer. Es una nube de temor existencial que se cierne sobre una organización cuyos mejores días han quedado atrás, lo que influye en todas las prioridades de gestión y en las decisiones de producto y lleva a intentos cada vez más desesperados de encontrar una salida. Ese tipo de declive no es necesariamente visible desde el exterior, pero los que están dentro ven cada día un centenar de pequeñas e inquietantes señales de ello: trucos para crecer poco amigables con los usuarios, giros frenéticos, la paranoia de los ejecutivos, el desgaste gradual de colegas con talento.
Entre los críticos de Facebook se ha puesto de moda resaltar el tamaño y el dominio de la empresa y criticar sus errores. El jueves, en una audiencia ante el Senado de Estados Unidos, los legisladores interrogaron a Antigone Davis, directora global de seguridad de Facebook, con preguntas sobre el adictivo diseño de los productos de la empresa y la influencia que ejerce sobre sus miles de millones de usuarios. Muchas de las preguntas que le hicieron a Davis fueron hostiles pero, como en la mayoría de las audiencias de las grandes empresas tecnológicas, había una extraña especie de deferencia en el aire, como si los legisladores preguntaran: “Oye, Godzilla, ¿podrías dejar de pisotear Tokio?”.
No obstante, si esos documentos filtrados demuestran algo, es lo poco parecido a Godzilla que se siente Facebook. Los documentos, compartidos con The Wall Street Journal por Frances Haugen, exdirectora de producto de Facebook, revelan una empresa preocupada por la pérdida de poder e influencia, no por ganarlos, y sus propias investigaciones muestran que muchos de sus productos no prosperan de manera orgánica. En lugar de ello, la compañía llegando a extremos cada vez mayores para mejorar su imagen tóxica y evitar que los usuarios abandonen sus aplicaciones en favor de alternativas más atractivas.
Puedes ver esta vulnerabilidad en una entrega de la serie del Journal que salió la semana anterior. El artículo, que citaba una investigación interna de Facebook, revelaba que la empresa ha estado elaborando estrategias para dirigirse a los niños, refiriéndose a los pre adolescentes como una “audiencia valiosa pero sin explotar”. El artículo contenía mucho material para la indignación, incluida una presentación en la que los investigadores de Facebook se preguntaban si había “una forma de aprovechar las citas para jugar como un modo de para impulsar el boca a boca/crecimiento entre los niños”.