Velas, imágenes de demonios, huesos y veladoras, son algunos de los elementos a los que ya están acostumbrados los integrantes de las Fuerzas Armadas y de Policía que luchan contra el narcotráfico y que los encuentran continuamente en los operativos contra las redes criminales que hacen presencia en el país.
Por: El Tiempo
Esas creencias de los narcotraficantes se han popularizado tanto entre los grupos ilegales que incluso los seguimientos a las ‘brujas’ o ‘pitonisas’ al servicio de las redes ilegales han permitido llegar a capos de la droga que pusieron en esas prácticas la supuesta protección de sus cargamentos de droga y el encargo de garantizar su propia seguridad.
Las autoridades tienen evidencias del traslado de hierbateras a los esteros, donde los narcotraficantes mandan a construir los sumergibles y semisumergibles que luego llenan con coca y lanzan al mar, para que los recen y ‘amarren’ con muñecos e imágenes que los libren de ser incautados por las autoridades.
Al margen de esas creencias tan arraigadas en las organizaciones ilegales, los hombres y mujeres que hacen parte de la Armada Nacional cumplen con su misión de desarrollar las operaciones de interdicción marítima y fluvial en todas las costas del país.
Pero hay una operación que marcó la historia de la Fuerza Naval del Pacífico, que tiene como responsabilidad la soberanía y seguridad desde Punta Ardita, Chocó, hasta Candelilla de la Mar, Nariño (frontera con Ecuador), una zona que equivale a 339.500 kilómetros de área marina y 1.300 kilómetros de costa.
La operación parecía rutinaria y consistía en reflotar (sacar del mar) un semisumergible que los narcos hundieron con dos toneladas de cocaína para evitar su judicialización. Las redes ilegales instalan en sus semisumergibles mecanismos artesanales que les permiten, al ser descubiertos por las autoridades, hundir esos aparatos y así intentar que se pierda cualquier evidencia en su contra.
La apuesta entre el bien y el mal quedó registrada en documentos oficiales en febrero de 2019. En esa fecha, inteligencia naval identificó el posible envío de un cargamento de cocaína a través de un semisumergible que al parecer había salido desde Punta Ají, en el Pacífico centro.
Desde la base de operaciones de la Fuerza Naval del Pacífico se lanzó la operación de ubicación de la nave. De hecho, un grupo de guardacostas la detectó en inmediaciones de la Isla Gorgona, pero cuando llegaron al punto solo encontraron a tres náufragos –dos ecuatorianos y un colombiano– que le afirmaron a la autoridad marítima que su embarcación había registrado una falla y se había hundido. No había rastro de la nave en la que movilizaban la droga a los mercados internacionales.
Los guardacostas de la Unidad de Reacción Rápida tenían claro que los náufragos eran la tripulación de la embarcación y que al notar su presencia abrieron las válvulas de fondo que los narcos habían mandado a adaptar en la embarcación para evadir a la justicia.
Sin embarcación y sin la droga, el personal de la Armada no tenía cómo presentar a los náufragos –a quienes les salvaron la vida– ante la autoridad competente como traficantes de droga para poder avanzar en su judicialización.
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