Como hemos comprobado una vez más en la Cumbre del Clima de Glasgow, la corrección política no conoce límites. Superando el mundo estrictamente político, el intelectual, el cultural y el mediático, está instalada en el mundo económico. Entre diatribas contra el capitalismo, resulta llamativo que aquí son anticapitalistas hasta los capitalistas.
El fenómeno, por supuesto, tiene raíces antiguas. Ya en el siglo XVIII Adam Smith despotricó contra los empresarios que recurrían al Estado para obtener privilegios diversos. Ese impulso está lógicamente extendido en nuestro tiempo, dada la extraordinaria dimensión de los Estados en todo el mundo, –otra vez, entre protestas contra un ficticio “neoliberalismo” que habría reducido considerablemente el peso de la política en la sociedad–.
Stephen R. Soukup explica el fenómeno de la corrección capitalista en su reciente libro: The Dictatorship of Woke Capital. How Political Correctness Captured Big Business. En nuestros días casi no hay empresa que no cultive el discurso políticamente correcto de la diversidad, la sostenibilidad, la responsabilidad social, los “stakeholders”, etc. Esto fue el desenlace de un proceso que enlazó a intelectuales y políticos antiliberales en torno a la sospecha ante la libertad individual y, por tanto, el mercado, el comercio y las empresas. Lo bueno, en cambio, era el Estado, que debía organizar la sociedad imponiéndole por su bien valores morales, como la solidaridad o la justicia social, que son colectivos. El individuo debe obedecer, y el Estado atacará las instituciones que lo protegen, desde la religión a la propiedad, desde la familia hasta las tradiciones.
Al final, los accionistas no cuentan, y todo se supedita al poder y sus expertos, con sus dictámenes acerca de lo correcto. Es el lenguaje predominante desde hace años en el Foro de Davos, tontamente llamado liberal. El beneficio empresarial es objeto de toda suerte de sospechas, y el poder les dice ahora a los propietarios de las empresas cómo deben conformar sus propios consejos de administración. Toda esta socialización, fabulan, es por el bien del capitalismo, e incluso para evitar el socialismo. Solo necesitamos renunciar a nuestra propiedad y dejarla en manos de una elite de políticos y burócratas pragmáticos, honrados y sabios, que sustituirán al capitalista codicioso por otro obediente. Lo están logrando.
Y al final, hasta los bancos centrales reorientan su política monetaria para luchar contra el cambio climático.
Este artículo fue publicado originalmente en La Razón (España) el 6 de noviembre de 2021.