La farsa electoral, sin opositores, produjo una abstención que fue estimada en 81.5% por el Observatorio Electoral Multidisciplinario Urnas Abiertas. Si bien la OEA ha desconocido mayoritariamente la elección, ésta recibió aplausos de las carnales dictaduras de Cuba y Venezuela y del gobierno de Bolivia. En Brasil, Lula Da Silva, ex cobrador oficial de Odebrecht y posible nuevo Presidente, organizó una movilización popular de felicitación. Socarronamente, el Presidente de México se cobijó en la obsoleta excusa de la no intervención para convalidar la grotesca farsa. Como sorpresa, Pedro Castillo, Presidente del Perú, ideológicamente afín del Foro de Sao Paulo, quizás iluminado por la dignidad de su condición de maestro, condenó el abuso y llamó al rechazo internacional de la reelección de Ortega.
En su conjunto, el andamiaje democrático de América Latina flaquea. Lo erosionan la vocación autocrática de Bolsonaro, el sello Kirchner de la Argentina, el narcisismo de Bukele en El Salvador, la peligrosa deriva de la democracia chilena bajo la torpeza de su empresario–presidente, la inestabilidad de Ecuador, la proverbial corruptela de gobiernos centroamericanos.
Solo dos luces, aunque pequeñas, alumbran sólidamente la democracia del continente: Uruguay y Costa Rica. Otra también firme, Colombia, todavía resiste.