La vida de Lorena Junco Margain cambió para siempre al momento en que entró al quirófano para una cirugía sencilla donde le removerían un tumor. No lo sabía, pero al salir tendría un órgano menos, uno completamente sano que el médico nunca debió tocar. Sin él, todas las funciones esenciales de su organismo quedarían comprometidas.
Por Univisión
Se trataba de nada menos que de la glándula suprarrenal que, mediante la producción de hormonas, ayuda a regular el metabolismo, el sistema inmunitario, la presión arterial y otras funciones esenciales.
Los seres humanos tienen dos -una encima de cada riñón- pero en vez de dejar la glándula sana intacta, el cirujano la removió y dejó en su lugar la defectuosa con el tumor.
Lorena perdería años y calidad de vida como consecuencia. Nunca volvería a ser la misma.
Pero de eso se enteraría mucho después.
Salió de la clínica creyendo que la cirugía había sido exitosa y que finalmente la extenuante fatiga, palpitaciones e inexplicables síntomas que sufrió durante meses antes de dar con el diagnóstico desaparecerían.
Dos heridas: error y la mentira
Cuando lejos de mejorar, se sintió peor que nunca, Lorena Junco Margain creyó que estaba loca.
“Me mienten y digo: pues estoy loca porque ya me corrigieron el problema y empeoré. Había días en que no podía ni pararme de la cama”, cuenta a Univision Noticias.
Decidido a ocultar el error, el renombrado cirujano descartó lo que estaba ocurriendo como un simple Síndrome de estrés postraumático, producto de la serie de circunstancias que esta mexicana -madre de tres- había enfrentado poco antes al mudarse súbitamente a Texas, con ocho meses de embarazo para huir de la inseguridad en su país.
No fue hasta tras desmayarse y terminar en una sala de emergencias un mes después, que supo que el cirujano había cometido un error imperdonable e irreversible: le sacó la glándula suprarrenal equivocada y lo encubrió.
La otra glándula, la que tenía el tumor, seguía allí y había hecho que su corazón inflamara hasta el punto de generar intensas palpitaciones.
El médico finalmente le contó lo que había ocurrido no impulsado por la convicción o remordimiento, sino porque un endocrinólogo de confianza de la familia revisó las radiografías de Lorena identificó el error y prácticamente lo obligó a confesarle por teléfono a ella lo que había ocurrido.
“ Lo primero que me vino a la mente al recibir esa llamada fue que no estaba loca. Todo lo que sentía fue validado. Lo que tildaban de ansiedad era en realidad secuelas de un corazón engrandecido. Pero me costó mucho procesarlo”, dice.
No había tiempo para asimilarlo pues se encontraba ante una emergencia médica: debía consultar a otros especialistas que si bien nunca podrían enmendar el error o reponerle la glándula sana perdida, tenían que encontrar la forma de estabilizarla, removerle el tumor que permanecía en su organismo e intentar salvar parte de la única glándula que le quedaba.
El error le arrebató a Lorena entre 9 y 11 años de expectativa de vida. Durante la conversación el médico nunca se disculpó. En Estados Unidos las implicaciones legales de hacerlo, con frecuencia podrían interpretarse en las cortes como una admisión de culpa.
Un perdón no solicitado en un sistema implacable
En un país como Estados Unidos, donde por año hay en promedio entre 15mil y 19mil litigios por mala praxis o negligencia médica, la reacción inicial de Lorena y su familia fue la esperada: demandar al médico y hacerlo pagar por su error.
“Me acuerdo de chiquita haber escuchado la historia de la mujer que se hizo millonaria porque le derramaron una taza de café caliente encima… El primer instinto fue estabilizarme y luego hacer justicia en un país donde además la ley se aplica”, dice.
Contando con los recursos económicos para poder costearlo, armó un equipo legal de siete abogados tan especializado donde incluso figuraba uno que previamente había sido cirujano en glándulas suprarrenales.
El caso no tenía pérdida: estaba claro que el médico había cometido un grave error.
Pero el proceso se fue desvirtuando.
“Como los abogados se llevan comisiones dependiendo de la cantidad recibida, querían ponerse creativos. Me dijeron que debía aparentar ser una inmigrante de clase media -cuando no lo era, que mostrara el daño emocional que el error había causado en mis hijos. Querían que aparentara ser más víctima, pero ya yo era víctima y no vía necesidad de todo aquello. Empezó entonces una destrucción fuera de proporción”.
De víctima a perpetradora
Éticamente algo no estaba bien. Entre aseguradoras, abogados y demás el asunto se deshumanizó. “Los intereses de los abogados y los míos no estaban alineados porque yo lo que quería era prevenir que eso ocurriera a otros”.
Países como Nueva Zelanda o Suecia han logrado evitar esto mediante un sistema de ‘no-culpabilidad’ en el que, a diferencia de lo que ocurre en EEUU, no se debe probar negligencia médica para que el paciente reciba una compensación.
De alguna manera, al formar parte de una cruzada legal que perjudicaría al médico, Lorena sintió que pasaba de ser exclusivamente víctima a también asumir un papel de perpetradora. “No quería eso. Como yo viví lo que es que alguien te destruya la vida, no se lo deseaba a nadie más”.
El punto de inflexión llegó durante una conversación con sus asesores legales: “Cuando les pregunté a los abogados qué cambiaría en el sistema con todo esto y me respondieron que nada, que con eso podría comprarme una casa grande o hacer una fundación, fue cuando caí en cuenta de que tenía dos opciones: o invertía la poca energía y tiempo que tenía en sanar, o en destruir. Y si destruía, eso me generaba dolor también. Mi castigo no iba a cambiar nada en el sistema”.
Hizo entonces lo inconcebible: perdonar al médico.
“Financieramente gracias a Dios no necesitaba el dinero y quise alzar la voz por esos que no tienen otra opción sino demandar porque necesitan esos recursos. Decidí ver lo que me había ocurrido como una oportunidad para tener un impacto y ser proactiva como paciente”.
Transformaría su diario personal en un libro autobiográfico con el objetivo de ayudar a otras personas.
Frente a frente con el médico
Que no iba a demandar era algo que tenía que decirle al cirujano cara a cara.
Acompañada de su esposo, al que le hizo prometer que guardaría silencio, se armó de valor y agendó una reunión con doctor para leerle una carta.
“Al vernos, el intentó dominar la conversación diciéndome que en décadas de ejercicio nunca había tenido una mala praxis médica y que hacía trabajo pro-bono y otras cosas. Yo lo interrumpí y le dije: quiero que sepas cómo han sido los dos últimos años de mi vida que han transcurrido en hospitales y en los que me he perdido compartir y ver crecer a mis hijos”.
El médico se mantuvo impasible hasta que ella soltó una pregunta: “Qué hubieras hecho distinto si yo fuera tu hija”.
“Ahí se le salieron las lágrimas y admitió que nunca leyó el reporte sino la conclusión de mis estudios. Que nunca vio las imágenes, sino la conclusión de la radiografía y que cuando entró, no palpó para constatar que estuviera el tumor, sino que entró y sacó”, cuenta en conversación con Univision Noticias.
Reivindicada, enunció entonces una frase liberadora: “Te digo que te perdono y que sé que eres buena persona y que no te volverá a suceder”.
Le pidió que de ahora en adelante al estar frente a cada paciente se preguntara qué haría si esa persona en la camilla fuera su hija.
Tiempo después, Lorena se enteró de que aquel cirujano que había cometido mala praxis en su caso, luego había sanado a una amiga, la esposa del actor Matthew McConaughey, Camila Alves.
“En el momento de la cirugía no sabía que era él, pero luego me di cuenta de que era mismo doctor que cometió mala praxis en ti y, de alguna manera, quiero agradecerte por haberlo confrontado porque sé que después de esa conversación que tuviste con él fue a las cirugías con otro abordaje”, dice Alves durante una entrevista con Lorena.
El perdón es un músculo
El perdonar una decisión que eta mexicana debe reafirmar a diario cuando le toca hacerse pruebas de sangre, asistir a incontables citas médicas, inyectarse con hormonas o simplemente verse en el espejo, pues su cuerpo ya no, es ni tiene la vitalidad de antes. La rabia y la impotencia siguen estando allí y Lorena aprendido a darles cabida.
Estos últimos días han sido particularmente difíciles pues el pedazo de glándula suprarrenal que Nancy Perrier, la jefe de cirugía endocrinológica de la Clínica de Mayo y su equipo con mucha pericia lograron rescatar al remover el tumor en una segunda cirugía, ha dejado de funcionar.
“Volví a enojarme, lloré tantísimo al pensar en qué momento este señor me privó de mis planes”, confiesa.
Pero ahora sabe, que -al igual que le ocurre a la flor de Loto que debe atravesar el lodo antes de alcanzar la superficie de los estanques para florecer- las personas necesitan de las circunstancias difíciles para crecer.
El sufrimiento es necesario para la felicidad, es una de las grandes moralejas de su libro On my way to casa Lotus, que ya figura entre los más vendidos según algunos rankings y que pronto estará disponibles en español.
A otros pacientes les insiste en la importancia de convertirse en defensores de su propia salud y a no inhibirse de cuestionar a sus doctores si sienten que algo no está bien. “Por razones de educación la posición del doctor es aquella de autoridad y de conocimiento y nunca consideré el dudar de los médicos. Pero uno debe alzar la voz y confiar en sus instintos”.