Nicolás Maduro ya no se enfurece tanto cuando algún jefe de Estado, político o periodista lo califica de dictador. Maduro, de 58 años, ahora hasta bromea con el término y lo asume con sarcasmo para justificar sus decretos totalitarios. «A veces me provoca ser dictador», se burla.
Por Ludmila Vinogradoff / abc.es
En los últimos ocho años jamás ha reconocido tener responsabilidad sobre la crisis que él mismo ha creado. Siempre culpa a los otros gobiernos y al imperio de sus errores al declarar que Venezuela es «torturada», «perseguida» y «sometida a un bloqueo» de EE.UU., como dijo hace poco.
Nicolás Maduro acumula casos de corrupción, sobornos millonarios y crímenes de lesa humanidad en el Tribunal Penal Internacional y una recompensa de 15 millones de dólares por su cabeza, ofrecida por la Justicia de Estados Unidos.
En la larga lista de dignatarios que le han puesto la etiqueta de dictador se cuentan desde Donald Trump y Joe Biden, al secretario de la Organización de Estados Americanos (OEA), Luis Almagro. Hasta su amigo socialista norteamericano Bernie Sanders señala sin vacilar que «Maduro es un dictador».
“En 2017 el chavista Tribunal Supremo de Justicia le arrebató las facultades legislativas a la Asamblea Nacional, mayoritariamente opositora, y Maduro impulsó una Asamblea Nacional Constituyente”
Dentro de Venezuela, mientras que opositores como Juan Guaidó y María Corina Machado también lo consideran dictador sin matices, el exgobernador de Miranda Henrique Capriles lo califica todavía de presidente, pese a reconocer que «le robó la presidencia en 2013». Tras la muerte de Hugo Chávez, el dos veces candidato presidencial Capriles compitió el 19 de abril de 2013 en unos comicios tan reñidos -con solo 1,4 puntos de diferencia- que hasta el mismo Maduro pidió un recuento de votos y la auditoría de los resultados, pero al final se retractó, dejando las cosas así para asegurarse la Presidencia aunque fuese de manera fraudulenta, teniendo todos los poderes bajo su control.
En 2017 el chavista Tribunal Supremo de Justicia le arrebató las facultades legislativas a la Asamblea Nacional, mayoritariamente opositora, por un supuesto «desacato», configurando así un ‘autogolpe de Estado’ que amplió los poderes especiales o dictatoriales de Maduro. Ese mismo año el mandatario impulsó una Asamblea Nacional Constituyente, presidida por Diosdado Cabello, el segundo en la cadena de mando, y luego por Delcy Rodríguez. En sus tres años de ‘actividad’ solo se dedicó a perseguir a los líderes opositores y respaldar los desmanes de Maduro.
Su primer período presidencial de seis años concluyó en 2018 y para reelegirse en el cargo adelantó las elecciones en mayo, seis meses antes de su vencimiento ese mismo año. Resultado de la farsa: la abstención se impuso con el 90%, y hasta su competidor aliado, Henry Falcón, declaró que hubo fraude. La comunidad internacional no ha reconocido oficialmente su segundo mandato.
El legado de Chávez
Hugo Chávez estuvo 13 años en el poder desde 1999 pero no tuvo vida para coronarse como dictador. Agonizando de un cáncer fulminante semanas antes de morir, el caudillo pidió a sus seguidores que votaran por Maduro, su heredero, recomendado por los hermanos Castro, por ser ‘el hombre de la Habana’.
Ese fue su mérito. En la década de los 80 del siglo pasado Maduro se formó en su juventud en los cuadros políticos de Cuba. Luego militó en la Liga Socialista de los radicales estudiantiles de la izquierda de Venezuela. Y conectó con Chávez en la prisión de Yare, después de su golpe en 1992.
Su carrera como político comenzó como sindicalista en las empresas públicas de la telefónica CANTV y luego en el Metro de Caracas. De ahí que se jacta de ser «un presidente obrero», que saltó de la nada porque en esas empresas no se le conocen desempeños laborales, sólo como representante sindical.
Sus orígenes también son oscuros. No hay certeza de que naciera en Caracas el 23 de noviembre de 1962, de madre colombiana, por lo que tendría doble nacionalidad, lo que le impediría ser presidente de Venezuela. Pero ese obstáculo constitucional se lo ha saltado alegremente, dejando sospechas y múltiples demandas legislativas sin resolver la naturaleza de su procedencia.
Los seis años que estuvo como ministro de Relaciones Exteriores, entre 2006 y 2012, cultivó sus relaciones diplomáticas con los sectores extremistas de Siria, Corea del Norte, Irán, Rusia, China, Cuba, Libia, Egipto, España y otros del área del Foro de Sao Paulo, que ahora son los que lo apoyan como mandatario.
Su carrera como político comenzó como sindicalista en las empresas públicas de la telefónica CANTV y luego en el Metro de Caracas. De ahí que se jacta de ser «un presidente obrero»
En las varias vueltas alrededor del mundo que realizó como canciller de Venezuela, Maduro llevó a sus familiares y amigos de viaje con todos los gastos pagados a cuenta del erario público. La lista de viajeros superaba las 250 personas sin ninguna justificación técnica y profesional como acompañantes, más allá de ser la peluquera y la maquilladora o asistente.
La Cancillería fue solo una pasantía y un medio. Sus ambiciones lo llevaron a la Presidencia de la República al lado de su mujer, Cilia Flores. Casados a mediados de 2013 por el alcalde de Caracas de ese momento, Jorge Rodríguez, la pareja presidencial empezó una era que ambiciona ser interminable hasta 2025.
El matrimonio Maduro-Flores comenzó en 2013 en medio de un sangriento período de represión, que tuvo sus picos en las manifestaciones de 2014, 2017 y 2019. Estos tres años de protestas contra el régimen chavista registraron más de 350 presos políticos, unos 100 militares disidentes encarcelados bajo secreto y más de 140 manifestantes asesinados en las protestas, según el Foro Penal Venezolano.
La pareja presidencial tiene vínculos con sectas religiosas de la India como la de Sai Baba, la brujería y la santería de los babalaos cubanos. El dictador se destaca por hablar con aves y animales transmutados en el espíritu de su fallecido padrino, mientras su mujer, ambiciosa y poderosa, teje la telaraña de la corrupta riqueza familiar.
Maduro se ha ganado los peores indicadores socioeconómicos que haya registrado Venezuela en toda su historia, un país que era el epicentro del progreso y desarrollo de América Latina hasta que llegó Chávez hace 22 años.
Ahora el país bolivariano, un paraíso petrolero venido a menos, es el campeón mundial de la hiperinflación, la miseria y la corrupción, según cifras de Naciones Unidas. El 96% de la población se encuentra sumergida en el nivel de pobreza. Seis millones de venezolanos emigrados en la diáspora y otros tantos que van a sumarse a la fuga tan pronto les abran las compuertas del dique.
Su ambición es continuar en el poder hasta enero de 2025, pero antes, a partir de enero de 2022, se cumple la mitad de su segundo período y es cuando constitucionalmente la oposición puede recoger las firmas para solicitar el referendo revocatorio de su mandato, algo difícil pero no imposible de lograr si las condiciones se lo permiten.
Mientras espera su final tormentoso, Maduro y su grupo familiar viven en la oscuridad y en sitios cerrados, escondiéndose en el fuerte Tiuna, una fortaleza militar conectada a través de túneles con el Palacio de Miraflores y otros sitios estratégicos. Cuando sale a la calle lo hace solo de noche por temor al repudio público, o simplemente por «razones de seguridad», dicen las fuentes oficiales.