Es una superproducción como pocas, con múltiples funciones en diferentes países. El guion es idéntico. La escenografía, puesta en escena, maquillaje y vestuario son muy parecidos. El elenco varía según la plaza, naturalmente, ya que la presentación de la obra en simultáneo tiene audiencias disímiles. Es decir, es un proyecto con un texto inalterable, solo cambian los nombres propios.
La obra podría llamarse “Fraude y Simulación”, elecciones amañadas al servicio de un sistema de partido único. En Cuba así lo dispone la Constitución, solo el Partido Comunista tiene reconocimiento legal. Idea exportable, sin embargo en otros países del continente ocurre de facto, lo cual supone vulnerar sus respectivos ordenamientos constitucionales y revertir la historia de elecciones competitivas.
Ocurrió en Bolivia en 2019, la semana pasada en Nicaragua y hoy en Venezuela. En ellos, únicamente en el papel existe un marco institucional con un régimen plural de partidos, derechos y garantías individuales, adecuada independencia, equilibrio y límites a los poderes públicos, respeto al calendario constitucional y normas relativas a la reelección y la alternancia en el poder estables y definidas ex-ante.
O sea, en la práctica no hay condiciones capaces de garantizar elecciones libres y justas con un régimen plural de partidos, requisito indispensable para que la competencia electoral tenga vigencia y significado. De ahí que, de manera creciente, varias elecciones en la región se llevan a cabo en la opacidad. Hoy es el turno de las elecciones regionales en Venezuela el domingo 21 de noviembre, otro ejercicio de simulación democrática que ya es costumbre.
Es costumbre porque, entre otros, la autoridad electoral, el CNE, está controlado por apparatchiks del partido oficial; el registro electoral no está actualizado; hay presos e inhabilitados políticos; más de 4 millones de ciudadanos mayores de 18 años fuera del país no votarán; el sistema de transmisión electrónica es dudoso, en el mejor de los casos; y hay censura e inequidad en el acceso a los medios de comunicación.
Además, no habrá observación electoral en sentido estricto. La presencia de observadores califica más como “acompañamiento electoral”. El Alto Representante para Asuntos Exteriores de la Unión Europea envió una misión, aún a pesar de aquel informe de sus propios expertos filtrado a la prensa en el que señalan la inexistencia de condiciones apropiadas para una elección democrática en Venezuela y advierten acerca del riesgo probable de terminar legitimando al régimen de Maduro.
Curiosamente, Borrell descartó observar las elecciones en Nicaragua por ser “una farsa” bajo Ortega, pero sí lo hace con las elecciones bajo la dictadura de Maduro, cuyo record de fraude es tan o más amplio que el de Ortega. Así llegó a Venezuela la mentada misión, aun a sabiendas que “las elecciones en Venezuela no son como en Suiza”, pues “nadie puede pretender que lo sean”, según él mismo declaró.
Queda claro que los estándares de integridad electoral del máximo responsable de la política exterior europea no son los más altos. No sabemos qué tan bajos deberán caer para que Borrell no termine legitimando a la dictadura de Maduro y rehabilitándola en la escena internacional. En otras palabras, ¿con cuánta menos democracia que los suizos deben resignarse a vivir los venezolanos?
No hay manera de desligar estas consideraciones de la complicada coyuntura por la que atraviesa su partido, el PSOE. Todas las semanas hay nuevas declaraciones de los arrestados y extraditables venezolanos. Las mismas implican a la coalición gobernante en transacciones ilícitas, corrupción y lavado de recursos originados en Caracas y con destino a Madrid, pero la evidencia más reciente excede la institucionalidad de la política y de la relación entre Estados, dando una mejor idea de la cercanía entre ambos.
Información surgida de la Unidad de Delincuencia Económica y Fiscal revela cartas de Raúl Morodo, ex embajador de Zapatero en Caracas, dirigidas a varios jerarcas. A Delcy Rodriguez la encabeza con un “querida gacela”. No puede sorprender del todo, siendo que la ex canciller, actual vicepresidente y ministra, se refería a Zapatero como “mi príncipe”.
Como se ve, el guion del fraude también puede adquirir rasgos afectuosos, casi románticos. Lo trágico es que está escrito al precio de la vida y los derechos de los venezolanos.
@hectorschamis