Carlos Ochoa: El reto de inventar el futuro

Carlos Ochoa: El reto de inventar el futuro

Sin importar los resultados finales de esta elección convocada por Maduro, lo que queda claro es que aquí no hay ganadores, la alta abstención deja en segundo plano los intereses de partidos y candidatos de gobierno y oposición. Poco o nada significa para los venezolanos y la comunidad internacional que Maduro se proclame ganador, porque el objetivo estratégico de legitimar su gobierno con una minoría bozaleada o militante no lo va a lograr, tampoco la oposición que se presentó, con un resultado un poco menos al alcanzado en las regionales de 2017 puede cantar victoria ni declarar un empate porque aquí todos perdimos.

A esta puesta en escena no se le puede llamar elección, ni siquiera asignación como la califica María Corina Machado, si de ponerle un nombre se trata a lo que hemos vivido este 21 de noviembre de 2021 me inclino por el de sainete político, sin público y sin aplausos, porque entre el enfrentamiento de los políticos de la oposición que decidió participar exponiendo sus razones y la que argumentó para abstenerse de hacerlo, queda un punto que tenemos que examinar con sumo detenimiento y cuidado, los venezolanos no están sintiendo que la intermediación de las elites políticas opositoras esté cumpliendo la función que se espera de ellos, no los perciben como agentes del cambio que requiere Venezuela y mucho menos esperan que vayan a resolver en algo la larga lista de inequidades que padecemos a corto o mediano plazo si no inventan una estrategia que aglutine, congregue o convoque con razones y emociones, el enorme descontento que existe en contra de Maduro. Muchos de los que acudieron a votar, lo hicieron por convicciones democráticas sembradas desde hace mucho en la psique colectiva del venezolano, sin importar en la mayoría de los casos el relato político de los candidatos, que no se diferenció sustancialmente del relato de los candidatos de Maduro, del lado de los que no participaron hay dos sectores, uno que se interesa por la política y ejerce su derecho a no reconocer a Maduro, la Asamblea y el CNE y otro que sencillamente piensa que sin importar quien gane nada va a cambiar y se distancia de la política como medio y fin para resolver la crisis venezolana para ocuparse en resolver su vida individual.

Esta desafección hacia lo político nos puede conducir a una encrucijada con dos resultados diferentes, dependiendo de cómo recorramos el trecho y que lectura hagamos de este síntoma de envenenamiento social. Para Maduro no hay encrucijada, tiene un solo camino, el de mantenerse en el poder como sea negociando tiempo, que es lo que ha venido haciendo cada vez con más esfuerzo pero con una pequeña ayuda de sectores opositores que juegan a una normalidad imposible.





Las oposiciones venezolanas tienen el reto de construir una propuesta que conecte espiritualmente con la mayoría descontenta, eso significa no quedarse en la encrucijada enfrentándose con agendas particulares carentes de grandeza que impidan el avance y favorezcan al régimen. En el horizonte inmediato está la negociación en México, Maduro está urgido de sentarse porque la crisis de legitimidad en Venezuela no es un problema interno ni regional, es un conflicto geopolítico de orden mundial, en donde participan todas las potencias y todos los organismos multinacionales, la pregunta que tienen que responder los negociadores es qué están negociando ¿la transición, el revocatorio o elecciones presidenciales? Si regresan a la mesa para discutir temas humanitarios, de reducción de sanciones o justicia transicional para evitar responder a las causas que cursan en los tribunales internacionales mejor no vayan. Yo creo que Juan Guaidó lo ha expresado con claridad, el objetivo de la negociación es una elección presidencial, si Maduro no acepta, se levanta, patea la mesa es su problema y tiene que asumir las consecuencias que implican mayores sanciones y aislamiento, pero con este paso en la dirección correcta, los sectores opositores empezaríamos a reconstruir la confianza en lo político, con una estrategia con líneas definidas y compartidas, en la tarea de dibujar el futuro que nos merecemos.