Transcurrida una semana después de la fallida elección del 21 de noviembre, la palabra que viene, de manera muy espontánea a mi mente es DELUSIÓN. Para no suponer conocimientos psiquiátricos que no tengo, recurro al sabio Google y copio lo siguiente:
“El diccionario de la Real Academia Española (RAE) menciona el término delusión como sinónimo de ilusión: una imagen o una idea que una persona construye en su mente, sin correspondencia con la realidad.
Raúl Moreno Novelli
El origen etimológico de delusión se encuentra en la lengua inglesa. Aunque la noción suele entenderse como ilusión, en concreto alude aquello que resulta delirante o ilusorio. La delusión, en este sentido, implica una deformación de lo real a partir de una percepción errónea.
Siguiendo con esta línea de pensamiento, una delusión puede ser una equivocación perceptual, pero también conceptual.”
Pues resulta que hay en la política venezolana más de un delusionado, es decir, muchos ilusionados y no faltan algunos delirantes.
El primer grupo de delusionados tiene por principal integrante a Nicolás Maduro. Resulta que para él, los pasado comicios fueron un triunfo glamoroso, una digna repetición de las épicas victorias electorales de Hugo Chávez, una reivindicación popular del Socialismo del Siglo XXI y una demostración palpable del éxito de su gestión gubernamental. Para demostrar la dimensión del delirio, basta hacer una simple comprobación de los resultados de las mas reciente elecciones en Venezuela: El PSUV obtuvo, según las muy dudosas cifras oficiales, 3.750.000 votos, es decir, un 17 % del padrón electoral. La peor votación del chavismo desde la primera elección del comandante Eterno, por allá en 1998, pero que le permite ganar más del noventa por ciento de las gobernaciones.
El segundo caso que nos brinda una contradicción delirante, es el informe de la Misión de Observación Electoral de la Unión Europea, que “acompañó” a los venezolanos en la elección estadal y municipal. El meollo de esta versión “preliminar” expresa textualmente que constataron la inhabilitación arbitraria de candidatos de la oposición, el uso abusivo de recursos del Estado en favor del oficialismo, el acceso desigual a los medios de comunicación y la falta de independencia judicial. ¡Una pelusa! Pero, a pesar de estas “deficiencias estructurales” (UE dixit), afirman también que las condiciones electorales fueron mejores que en las tres elecciones anteriores. Lo que es como decir: El homicida ha reincidido pero debe anotarse que, en esta oportunidad, se limitó a dar muerte a la víctima sin el ensañamiento que se observó en las muertes por él ocasionadas en fechas anteriores, lo que evidencia una evidente mejora en las condiciones del crimen.
Tercer caso: Muchos comentaristas ilusos acompañaron a varios líderes políticos ambiciosos en el siguiente señalamiento: Se debe participar en las elecciones regionales convocadas por el régimen, independientemente de la inexistencia de las condiciones mínimas, porque de ellas surgiría “un nuevo liderazgo”, un remplazo a la desgastada clase política y un necesario relevo generacional. Podría decirse que esa era una legítima aspiración, lo que es, sin duda una ilusión, el mantenerla después de conocer los resultados. El relevo más emblemático lo encarna el “nuevo” Gobernador del Estado Nueva Esparta, don Morel Rodríguez, quien llega por sexta vez a la suprema magistratura margariteña a la edad de 81 años. Los otros ganadores, (aún quedaba por definir el Estado Barinas para el momento de redactar estas líneas) rondan los 70 años y ambos repiten en el desempeño de tal altos destinos. (¡Ojo! No vaya a creer el lector que estamos desmereciendo a los gobernadores Rodríguez, Rosales y Galíndez quienes realizaron un encomiable trabajo y lograron derrotar a la dictadura en cincunstancias especialmente adversas.
Una cuarta categoría en esta epidemia de delusiones, se concreta en la negación de la abstención y en no denunciar las cifrar evidentemente falsas del CNE. Se argumenta que muchos abstencionistas emigraron y que no pueden contarse como tales, lo que equivale a suponer que de haber estado en Venezuela hubiesen concurrido jubilosos a las urnas. No toman en cuenta que las mesas estuvieron abiertas de manera indefinida hasta que los activistas de las Unidades de Batalla del chavismo no hubiesen doblado el brazo al último elector cimarrón. Pero lo que más evidencia la fraudulenta cifra de participación es que no hubo ni una fotografía, ni un video de una cola de electores es espera de ejercer el sagrado deber del sufragio. Ninguna anécdota de algún amigo o familiar que hubiese demorado más de unos minutos en votar.
And last but not least, como dicen los angloparlantes, viene el delirio de quienes afirman que “de haber participado unida “toda la oposición”, se hubiesen ganado 17 o 18 gobernaciones de estado. Argumento que se fundamenta en la suma de todos los votos distintos al PSUV. Suena bien, ¿verdad? El elemento delusivo es, sin embargo evidente: Para lograr esa unidad había que haber pactado no solamente con Falcón y con Uzcátegui (y con quienes los apoyan y financian) sino que se hubiese hecho un pacto con los alacranes, con los que se vendieron literalmente y se encerraron en baños para contar los fajos de euros recibidos. Los 11 apóstoles pactando con Judas para derrotar al Sanedrín y a Pilatos. La unidad ha sido un desiderátum para la oposición desde siempre, pero la unidad no puede ser con quienes se han colocado a disposición del régimen. La unidad no puede ser con cualquiera.
Podría uno llegar a la mayor delusión: ¿Por qué no hacer un pacto con Maduro y lograr una elección unánime? ¡Qué cosa más grande!
Dirían en La Habana, expresando la aspiración última del incansable del G2.
Ven ustedes, queridos lectores, cómo pueden haber equivocaciones perceptuales y conceptuales y que es posible tragarse un sapo sin expeler, de manera ruidosa, los gases del estómago.