Para quienes han curioseado nuestra historia menuda del SXX, el apellido Tarazona evoca un personaje de leyenda: el coronel Eloy Tarazona (1880-1953). Fiel guardaespaldas de Juan Vicente Gómez, fue famoso por su extremo celo en la protección del dictador y, anecdóticamente, por el rumor de que Tarazona sabía donde habría dejado enterrado Gómez un precioso tesoro de oro y joyas. Tan codiciado este supuesto botín, que un célebre hipnotizador argentino, llamado Fassman, fue contratado por jerarcas del pérezjimenismo para arrancarle bajo hipnosis el codiciado secreto. Nada rompió el silencio de aquel devoto ángel de la guarda del Benemérito.
Pero hoy, el mismo apellido hace historia en la persona de un joven tachirense, por razones totalmente ajenas a las de su legendario tocayo. Su nombre, Javier Tarazona, defensor de derechos humanos, profesor, doctorado en Filosofía, quien con la ONG Fundaredes, bajo su dirección, ha ensamblado el más documentado y contundente Yo acuso, que denuncia anuencia y complicidad del régimen con facciones de la narco guerrilla colombiana en nuestro territorio, causantes de daños terribles a la población civil. Por su declarada convicción de “derrotar la indiferencia, el miedo y el dolor”, Javier Tarazona ha tenido la valentía de desafiar la malignidad represiva de militares y civiles en el poder.
Con incontestables evidencias puso al desnudo la inacción por afinidad de las fuerzas armadas con alguna de las facciones de bandoleros, así como su torpe y menguada capacidad de respuesta frente a las bandas adversarias en el Estado Apure. Presentó pruebas gráficas del entendimiento entre conocidos jerarcas oficialistas y jefes guerrilleros, por lo cual, acusado de terrorista y traidor a la patria, fue encarcelado el pasado dos de julio.
Esta semana, la burla judicial ha suspendido por duodécima vez su audiencia preliminar. Javier Tarazona, sin ínfulas de líder y con una sencillez tan sólida como su convicción democrática, es un héroe auténtico de la resistencia contra la bellaca dictadura.