Necesitamos la libertad para actuar de acuerdo con nuestro juicio racional. Si no somos capaces de actuar de acuerdo con nuestro juicio, no podremos vivir plenamente como seres humanos. Durante la Guerra del Peloponeso, Pericles nos lo recordó con una maravillosa oratoria en defensa de los valores democráticos. Exhortó a los atenienses a luchar por su libertad recordando a sus compatriotas que “…la felicidad depende de ser libre, y la libertad depende de ser valiente”.
Hoy en día podemos examinar la naturaleza fugaz de la libertad con la ayuda de informes como el Índice de Libertad Humana (HFI), elaborado por la Fundación Cato. En su sexto informe anual, este índice utiliza 76 indicadores de libertades personales y económicas que abarcan, entre otros temas: el estado de derecho, la seguridad y protección, la libertad de circulación, de religión y de asociación.
El HFI es un índice que abarca 162 países con un 94% de la población mundial. Mide la libertad en una escala de 0 a 10, donde 10 representa el máximo de libertad. En 2018 el índice de libertad promedio en mundo fue de 6.93, y supone un ligero descenso respecto al 2008, año de referencia. La brecha de libertad entre los países más libres y los menos libres se ha ampliado desde 2008.
Los países que encabezan el índice de libertad son Nueva Zelanda y Suiza, mientras que Sudán y la República Árabe Siria se encuentran en la parte inferior del índice de libertad. Estados Unidos y el Reino Unido están empatados en el puesto 17. Para mis lectores del sur de la Florida, Cuba no proporciona información adecuada para participar en el índice, pero podemos presagiar que se situaría cerca de los últimos puestos. Venezuela es el tercero a partir del fondo, en el puesto 160.
El informe muestra que los países con mayor libertad disfrutan de un ingreso per cápita promedio significativamente mayor: 50,340 dólares anuales, en comparación con el ingreso de los países menos libres, de 7,720. Evidencia que las libertades económicas y civiles interactúan entre sí, y que desempeñan un papel destacado en nuestro bienestar.
Alexander Fraser Tytler, historiador escocés y profesor de Historia Universal en la Universidad de Edimburgo a finales del siglo XVIII, disertó sobre la fugacidad de la libertad. Tytler expresó una visión crítica de la democracia. Se le atribuye esta famosa cita:
La democracia es temporal por naturaleza; simplemente no puede existir como forma permanente de gobierno. Una democracia seguirá existiendo hasta el momento en que los votantes descubran que pueden votar, a favor de ellos mismos, generosos regalos del tesoro público. A partir de ese momento, la mayoría siempre votará por los candidatos que prometan más beneficios adquiridos del erario público, con el resultado de que toda democracia acabará por derrumbarse debido a su poco rigurosa política fiscal y siempre es seguida por una dictadura.
Desde el principio de la historia, el promedio de tiempo que han durado las mayores civilizaciones del mundo ha sido unos 200 años. Durante esos 200 años, esas naciones atravesaron la siguiente secuencia: De la esclavitud a la fe espiritual; de la fe espiritual a un gran coraje; del coraje a la libertad; de la libertad a la abundancia; de la abundancia al egoísmo; del egoísmo a la complacencia; de la complacencia a la apatía; de la apatía a la dependencia; de la dependencia a la esclavitud.
Consciente de la fragilidad de la libertad, Thomas Jefferson coincidió con Tytler: “Sí, hemos producido una república casi perfecta. ¿Pero se mantendrá? ¿O se olvidará la libertad con el disfrute de la abundancia? La abundancia material sin temple es el camino más seguro a la destrucción”.
Hoy, en nuestro disfrute acrítico de la abundancia, deberíamos preguntarnos: ¿Estamos disfrutando de nuestras libertades por última vez?
El último libro del Dr. Azel es Reflexiones sobre la libertad.