Con un paso lento y mientras su mamá le acompaña con el paral que sostiene la solución fisiológica, avanza Luisana a su clase. Algunas veces, Darianny espera en su cama por la maestra. Ambas son parte de esos entre 9 a 12 pacientes oncológicos que reciben clases permanentes en el Hospital Pediátrico Agustín Zubillaga de Barquisimeto. Una dinámica marcada por la mística de docentes que se compenetran en lo afectivo y de la fortaleza de estos niños que se reponen frente a los embates del cáncer, sonríen y hasta sueltan alguna ocurrencia mientras siguen aprendiendo, lejos de la formalidad de la educación regular. Así lo reseñó La Prensa Lara.
Es la entrega de lunes a viernes por parte de las docentes Mariana Mendoza y Lisbeth Suárez, a quienes les ha tocado adaptar su planificación para apoyar en las asignaciones impartidas de los planteles, donde cursan estudios estos niños. Mientras aquellos menores de 3 años también son bienvenidos en ese abordaje del descubrimiento de su motricidad a través del estudio. Más allá del contenido, a estas profesionales les toca llenarse de paciencia para entender ese estado de ánimo tan cambiante de los niños, llegan a compenetrarse con tanta familiaridad que sonríen ante su gozo y lloran frente a sus dolencias. El duelo es otra de las atenuantes, cuando llegan al extremo de colmarse de luto frente a su ausencia.
Entrar a ese ambiente, es dejar detrás de la puerta ese olor a hospital. Recibir a niños entusiasmados por cortar, pintar, rasgar y hasta volar en el imaginario, al probarse algún disfraz de princesa o superhéroe. Huyen de ese escenario que les trunca la tranquilidad y pretende arrebatarles la alegría. Pero al entrar, aún con el bracito tenso para evitar tropezarse la vía insertada en su vena, no se les empaña la emoción desde lo más sencillo. Se ubican cómodos en las minisillas amarillas con mesas verdes. Ellos disponen de ese tiempo que puede superar las 2 horas, para recrearse entre juegos y ser creativos con sus composiciones.
Refuerzan lectura, escritura y matemáticas. Allí están las docentes dispuestas entre los horarios matutinos y vespertinos, con la paciencia de sobreponerlos y la disposición de estimular el aprendizaje desde el hospital.
Luisana llega luego de unos cuantos minutos de caminar a lo largo del pasillo. Su bata de tono claro deja ver los morados en sus brazos de tantas inyecciones o tratamiento. Su mirada empieza esquiva y termina con picardía, cuando la maestra Mariana Mendoza le pregunta: “¿Qué vamos a hacer, pintar o cortar?”. A lo que sin perder mucho tiempo, ella le responde que desea cortar. La “mae”, diminutivo como la llaman cariñosamente, se levanta y ubica papel crepé rojo para ayudar así a esta niña de 4 años a armar un San Nicolás. Proceso que adelanta a esa hermosa niña a un año de su diagnóstico de leucemia, cuando trabaja la motricidad desarrollada desde esa habilidad ambidiestra, identificar el color e ir contando cada uno de los recortes.
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