El presidente estadounidense, Joe Biden, tuvo su muy mentada Cumbre para la Democracia sin la repercusión que esperaba desde que prometió convocarla durante la campaña electoral. No hubo resultados concretos más allá de que se anunció una segunda conferencia evaluatoria el próximo año y que el Congreso de Washington aprobaría un paquete de 424 millones de dólares “para apuntalar la democracia en el mundo”. Reunió a 111 líderes globales que participaron de diferentes paneles de discusión, dieron algunos discursos de circunstancia y cuestionaron veladamente al anfitrión. En la apertura, Biden dijo que la salvaguarda de los derechos y las libertades frente al aumento del autoritarismo como el “desafío definitorio” de esta Era. El comentario unánime que recibió se puede resumir en la coloquial frase de “¿y por casa como andamos?”.
Gustavo Sierra // INFOBAE
La conferencia fue una prueba de la afirmación de Biden, anunciada en su primer discurso de política exterior en febrero, de que devolvería a Estados Unidos al liderazgo mundial para hacer frente a las fuerzas autoritarias, después de que la posición mundial del país tuviera un notorio retroceso bajo el mandato de su predecesor, Donald Trump. “Nos encontramos en un punto de inflexión en nuestra historia … ¿Permitiremos que el retroceso de los derechos y la democracia continúe sin control? ¿O tendremos juntos la visión y el valor para volver a liderar la marcha del progreso humano y la libertad humana hacia adelante?”, dijo. “La democracia no ocurre por accidente. Y tenemos que renovarla con cada generación. En mi opinión, este es el desafío definitorio de nuestro tiempo”.
Biden no señaló a China ni a Rusia directamente, pero el mensaje estaba destinadas a estas naciones de corte autoritario con las que Washington se enfrenta y con las que disputa el liderazgo global para la segunda mitad de este siglo. Aunque sí, hizo referencias a la baja calidad institucional a nivel global. El Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral señaló en noviembre que el número de democracias establecidas que se encuentran amenazadas alcanza una cifra récord, con recientes golpes de Estado en Myanmar, Afganistán y Malí, y el retroceso en Hungría, Brasil e India, entre otros.
Después del discurso de apertura del jueves, el secretario de Estado, Antony Blinken, anunció que la transmisión en directo por el sitio web de su ministerio pasaba a una “sesión a puerta cerrada”, y la transmisión pública se apagó. Cuando las cámaras volvieron a encenderse, dos horas más tarde, se desarrollaba una mesa redonda sobre el “refuerzo de la resistencia democrática”. Entre los ponentes figuraban el presidente de Ghana, el alcalde de Freetown (Sierra Leona) y el presidente de la Asamblea Legislativa de Costa Rica. De los 120 minutos en los que supone se desarrolló la parte más interesante del encuentro, ni una referencia. El objetivo de la cumbre -que nunca estuvo del todo claro- se tornó más opaco que nunca.
China aprovechó el resquicio que le dejaron. Lanzó un irónico comentario a través de las redes sociales “amigas”: “¿La democracia al estilo de Estados Unidos `realiza sueños o crea pesadillas´? Parece que se ha vuelto malvada como Voldemort, el mago oscuro de Harry Potter. De joven, el presidente Biden debe haber comido demasiado KFC y McDonald’s, lo que le ha llevado a creer que la democracia es como una cadena de comida rápida cuyos ingredientes son suministrados por Estados Unidos”. Además del dudoso humor chino, el mensaje revela el deseo de Beijing de redefinir las normas internacionales y presentar su sistema político unipartidista y autoritario no sólo como legítimo, sino como ideológicamente superior a las democracias liberales multipartidistas.
“Hace una década, la ambición de China de cambiar las estructuras políticas del mundo era menos clara, pero ahora creo que realmente quieren cambiar el mundo a nivel ideológico”, opinó en el Washington Post, Charles Parton, del Consejo de Geoestrategia. El ex diplomático británico añadió que “los mensajes propagandísticos pueden parecer ineficaces para los observadores occidentales, pero tocarán la fibra sensible del público interno de China y ayudarán al líder chino Xi Jinping a legitimar su monopolio del poder”.
Esa visión autoritaria está permeando en los cientos de millones de personas de todo el mundo que quedaron fuera de la globalización y la revolución científico-tecnológica. Donald Trump fue la expresión de ese fenómeno. Llegó a la Casa Blanca apoyado por los que perdieron sus trabajos en las grandes industrias desaparecidas, los que dejaron de estudiar al terminar la escuela media y los nostálgicos de mejores tiempos. Según un reciente informe de Pew Research, sólo el 17 por ciento de las personas encuestadas en todo el mundo consideran que Estados Unidos es “un buen ejemplo a seguir”. En países aliados como Alemania, Australia, Canadá, Corea del Sur, Suecia y Japón, la cifra cae por debajo del 17 por ciento. El país más entusiasta con la democracia estadounidense es Italia; pero incluso allí, sólo el 32% la considera un buen ejemplo.
Y, por supuesto, hay ciertas razones para pensar así. El sistema democrático estadounidense mostró demasiadas falencias en los últimos tiempos. El extraño sistema del Colegio Electoral que desconoce el voto popular y reconoce a quien haya ganado en distritos con mayor cantidad de electores (dos de los cuatro presidentes elegidos este siglo perdieron el voto popular), el anquilosado Tribunal Supremo de Justicia (que seis de cada 10 estadounidenses piensan que está motivado por la política, no por la ley), la desinformación sobre las elecciones de 2020 (que la mayoría de los republicanos creen que fueron robadas), la supresión deliberada del derecho al voto (19 estados han promulgado 33 leyes solo este año que dificultan el voto de los ciudadanos), por no hablar de la insurrección pro-Trump del 6 de enero. Es, como la definió el Índice de Democracia de la revista The Economist en los últimos cinco años: “una democracia con problemas.”
En vísperas de la cumbre, la Casa Blanca publicó una hoja informativa sobre lo que la administración estaba haciendo para reforzar las normas democráticas en Estados Unidos, incluyendo el aumento al doble del número de abogados especializados en el derecho al voto en el Departamento de Justicia y la mejora del acceso al registro de votantes. En su última intervención, en el segundo día de la cumbre, Biden dijo que esperaba mejorar aún más el sistema con la aprobación de dos leyes que había enviado al Congreso, la de Libertad de Voto y la de Avance del Derecho al Voto de John Lewis. “El sagrado derecho a votar, a votar libremente, el derecho a que se cuente tu voto, es el umbral de libertad para la democracia”, dijo Biden. “Sin ella, prácticamente nada es posible”.
La prensa estadounidense no fue muy compasiva con los logros de la cumbre, aunque destacaron la importancia de que Washington vuelva a tomar la iniciativa a nivel global. En la cadena MSNBC varios panelistas destacaron la importancia de tener “aliados y socios” aunque estos sean desagradables. “Necesitamos a Rusia o a China -y, en algunos casos, a ambos- para que nos ayuden a luchar contra la pandemia, evitar que Irán construya una bomba nuclear, mantener a Corea del Norte bajo cierto control, combatir el terrorismo y, no menos importante, mantener unas relaciones pacíficas entre los tres, que al fin y al cabo son los tres mayores arsenales nucleares del mundo”, opinó un estratega demócrata desde Texas.
Y la conductora recordó en este contexto a George Kennan, el arquitecto de la política de contención de la Guerra Fría de Estados Unidos. Dijo en un discurso en el que hacía un repaso de su vida y su época: “Un país como el nuestro ejerce su influencia más útil más allá de sus fronteras principalmente con el ejemplo, nunca con el precepto”.
Luego, la portavoz de la Casa Blanca, Jean Psaki tuvo que salir a reafirmar la línea de Biden en dos temas que tienen que ver con la esencia de la cumbre. Tras la decisión de la Corte Suprema que declaró constitucional la prohibición casi total del aborto en Texas, dijo que el presidente está “preocupado” por lo que ocurre en Texas y que permanece “profundamente comprometido” con el fallo del caso Roe v Wade, de 1973, que instaló el derecho al aborto en Estados Unidos y se convirtió en un ejemplo para el resto del mundo. Y cuando le preguntaron si Joe Biden consideraría la posibilidad de indultar al fundador de WikiLeaks, Julian Assange, la secretaria de prensa dijo que “el presidente es un defensor de la libertad de expresión y de la libertad de prensa”. Unas horas antes, la justicia británica había aprobado la extradición de Assange a Estados Unidos para enfrentar cargos de espionaje por la divulgación de documentos secretos del Pentágono que lo pueden enviar decenas de años a la cárcel.