Cuando empecé a trabajar como periodista, la ley marcial estaba llegando a su fin en Polonia. En algunas ocasiones, el semanario en el que entonces trabajaba no era publicado, esto sucedía cuando no se obtenía el permiso de la oficina de control de publicaciones y espectáculos, es decir de la censura. Uno de cada tres o cuatro textos era publicado con la injerencia del censor estatal. Los polacos que recuerdan la ley marcial se acuerdan de que en los periódicos aparecían espacios en blanco para los textos que no se podían publicar. Y recuerdan dentro del texto los caracteres: [ – – – ], lo que significaba la interferencia de la censura. La censura externa intervenía cuando se presentaba a Europa Occidental de forma positiva, cuando se cuestionaba el papel dominante de la URSS en el mundo, e incluso cuando se intentaba escribir sobre Katy?, donde 20 000 representantes de la intelectualidad polaca, científicos, oficiales y sacerdotes fueron asesinados por los rusos después de que la URSS y Alemania invadieran conjuntamente Polonia en 1939. Por último, también intervenía cuando se recordaba el Alzamiento de Varsovia en 1944, cuando los alemanes asesinaban a los polacos, a las mujeres y a los niños, cuando incendiaron mi ciudad y los rusos miraban cómo ardía Varsovia, permaneciendo sus tropas al otro lado del Vístula.
Bajo la ley marcial, impuesta el 13 de diciembre de 1981 por los comunistas de Wojciech Jaruzelski, las autoridades controlaban no solo el contenido de los medios de comunicación, sino también las cartas, leyendo su contenido, además de las conversaciones telefónicas, interrumpiéndolas si la conversación descendía a temas políticos. Hasta el día de hoy recuerdo la voz en el receptor que decía “la conversación será controlada”. Pero, lo más importante, la política no consistían solo en informar sobre las manifestaciones y las protestas, se trataba de informar sobre todo lo que dificultaba la construcción de un “mundo feliz” al estilo soviético. La religión y la fe eran política, la historia era política, sobre todo la historia que mostraba los momentos de gloria de las fuerzas armadas polacas, los grandes momentos de Polonia y de los polacos, porque el objetivo de los comunistas era destruir la memoria y la historia de Polonia para construir una comunidad de estados basada en el dominio de la URSS en la región (y en el futuro en el mundo) y el Comecon, el Consejo de Ayuda Mutua Económica, (que definía lo que Polonia podía y no podía producir, y también la parte de los bienes producidos que debía ir a Rusia).
Por último, en aquel momento también era política plantear preguntas en un mundo en el que el poder presentaba respuestas fáciles y ya preparadas para casi todos los retos, incluso los más difíciles. Los planes de estudio se vaciaron de todo lo que pudiera inspirar el orgullo de ser polaco. Se intentó convencer a la gente de que la literatura polaca no era importante, lo importante era la literatura eslava (es decir, perteneciente a la URSS). Los principios económicos clásicos no eran importantes, únicamente la “economía socialista”.
Recuerdo que un profesor de “economía socialista” trató de aleccionarme, pero después de algunas discusiones desistió, admitiendo que debía enseñar una materia en la que nadie creía. Incluso la ciencia debía ser aceptada por fe por el partido subordinado a los soviéticos.
Sin embargo, durante la ley marcial nadie en Polonia creía en el socialismo ni en el comunismo, incluidos los activistas políticos más ardientes. Todo el mundo veía – la sociedad polaca lo comprobó por sí misma- que el sistema era ineficiente, que estaba agonizando. El encarecimiento de los alimentos, las colas en las tiendas, el desabastecimiento… Y al mismo tiempo, fue entonces cuando se apretó la tuerca de lo políticamente correcto, intentando afirmar el comunismo y el socialismo. Se indicaba claramente cómo se podía hablar y pensar, y qué pensamiento y qué discurso conduciría a problemas, incluyendo la pérdida del trabajo o, en caso de repetición persistente de tales pensamientos desleales, la cárcel. Incluso las mujeres embarazadas y los ancianos fueron enviados a centros de máxima seguridad.
La ley marcial significaba tarjetas de racionamiento para los alimentos que permitían comprar cantidades estrictamente racionadas de carne, azúcar, mantequilla y también vodka, con las conocidas “tiendas tras las cortinas amarillas” a las que solo podían entrar los comunistas polacos activos (y los diplomáticos extranjeros en Polonia). Por eso fue tan importante la ayuda prestada a los polacos por, probablemente, todas las naciones de la Europa Libre. Hasta el día de hoy conozco a muchos franceses, austriacos, escandinavos, holandeses, españoles y británicos, para los que la revolución polaca de “Solidaridad”, un fenómeno al que Wojciech Jaruzelski puso fin de forma tan dramática, supuso una importante experiencia generacional. Organizaron la ayuda para los polacos, cargaron sus propios coches con queso, comida enlatada, pero también con polígrafos y papel para las imprentas independientes. Por un lado, todo esto era simplemente necesario en Polonia, y por otro, era lo que en ese momento el corazón les dictaba a la gente de la Europa Libre. Y con razón, pues la revolución de “Solidaridad” no triunfó gracias a las balas, sino a la terquedad de los polacos y a la ayuda de los pueblos libres. Agradezco de corazón a los amigos del Mundo Libre su ayuda en aquel momento, que fue entregada a las parroquias polacas y constituyó una señal importante que mostraba que alguien se acordaba de nosotros. Gracias a vosotros, ganamos.
La ley marcial eran también las protestas. A pesar de la presencia del ejército en las calles, la milicia persiguiendo a los alumnos y estudiantes, a los participantes en las ceremonias religiosas (a diferencia, por ejemplo, de Francia, en Polonia los sacerdotes estuvieron siempre cerca del pueblo, defendiendo a los más agraviados y necesitados), los sacerdotes y la Iglesia se pusieron del lado del pueblo, no de las autoridades. Era el disparar a los trabajadores. También los asesinatos de hijos de activistas anticomunistas, las milicias comunistas asesinando a clérigos, escritores e intelectuales.
La ley marcial es el siguiente punto en la larga historia del país, una historia que ha endurecido al pueblo polaco. Si a veces me preguntan por qué los polacos no aceptan las condiciones creadas por otros, desde el poder, para vivir, educar a los hijos, tratar a la familia, trabajar o dirigir un negocio, les digo a mis amigos franceses: conoced la historia de Polonia. Nuestro sufrimiento ha sido muy grande, al igual que el de otros países de Europa Central y Oriental bajo la bota de los totalitarismos del siglo XX y, más recientemente, de la Rusia soviética. Sabemos lo que significa la unión implementada por la fuerza. Conocemos el “bla bla bla” burocrático y la censura del pensamiento, el intento de controlar las palabras. Sabemos como hacer funcionar un polígrafo, recibir noticias libres de propaganda, eludir la cobertura de los programas de televisión convencionales. Tenemos el valor del capitán Witold Pilecki, que fue voluntariamente a Auschwitz y dio testimonio del genocidio perpetrado por los alemanes, un relato que no recibió ninguna reacción por parte de Occidente. Tenemos en nosotros la fuerza de la unidad y el sentimiento de solidaridad con todos los desfavorecidos y necesitados, con los demás, acogiendo en los últimos años la gran oleada de ucranianos que huyen de la guerra en Crimea y el Donbás, o a las personas de Bielorrusia que buscan refugio y huyen del déspota Alexander Lukashenko, que lucha con brutalidad contra su propio pueblo.
La ley marcial de Jaruzelski no consiguió doblegar a los polacos. A pesar de los intentos de ruptura, salimos victoriosos. Aquella fue una revolución que, además, cambió parte de Europa.
Eryk Mistewicz – editor de la revista mensual “Wszystko co najwa?niejsze”, autor de diversos libros, premio Pulitzer polaco
Texto publicado simultáneamente con la revista mensual polaca de opinión Wszystko Co Najwa?niejsze [Lo Más Importante] en el marco del proyecto realizado con el Instituto de la Memoria Nacional