Leidys Andrades tenía 17 años y estaba embarazada, o al menos eso sospechaba. Contaba con una numerosa familia, que residía en la misma localidad: Carmen de Uria, estado Vargas.
Su mente estaba puesta en terminar el último año de bachillerato, el cual cursaba en Macuto. Ella, como otras miles de víctimas, jamás sospechó que su rutina se vería brutalmente golpeada por esta tragedia, acontecida entre el 14 y el 21 de diciembre del año 1999.
Por Ana Guaita y Melany Muñiz / lapatilla.com
El día que jamás escampó
Poblaciones enteras del estado Vargas quedaron sepultadas bajo lodo tras el paso de este aguacero. “Durante los primeros días de diciembre comenzaron unas lluvias muy fuertes. No paraba de llover”, recordó Leidys sobre el inicio de este infortunio que amenazaba la vida de quienes poblaban Carmen de Uria.
Relató que la noche del 14 de diciembre, cuando ella y su familia se encontraban a punto de dormir, notaron que en la parte baja de Uria habían muchos funcionarios de Defensa Civil que, al avanzar la noche, tocaron la puerta de la casa para pedir el desalojo inmediato del lugar. “Le pidieron a nuestros padres que nos recogieran y nos abrigaran. Fuimos dirigidos hasta la cancha de la población”, manifestó.
La preocupación se apoderó de esta familia, pues moraban en una zona vulnerable. “Comenzamos a escuchar que en zonas como Macuto, Los Corales y Tanaguarena se estaban desbordando los ríos y no había camino”, señaló.
Simultáneamente, su prima acababa de dar a luz en la Maternidad de Macuto y, según relatos de otras personas, parte del recinto había quedado desalojado; lo que sumó más temor entre ellos. “Tiempo después, mi prima contó que dejaron a infantes en las incubadoras. Niños que no tenían familiares se quedaron allí, mientras el resto corría. Fue muy triste y doloroso ver esa parte”, lamentó al recordar estas escenas.
Una radio de pilas era el único modo de conocer la situación en otros sectores del estado, pues las señales telefónicas y el servicio de energía eléctrica había colapsado por completo. “Escuchar todo lo que estaba ocurriendo en los pueblos anteriores a Carmen de Uria nos daba mucho miedo”, reiteró Andrades.
Llegó el momento de dejar atrás sus pertenencias para cruzar desde la “Comunidad de los Mosquitos” a Carmen de Uria, donde pudieron “instalarse” en unas carpas que habían habilitado para el resguardo de los afectados. Reposaron por un tiempo allí y, posteriormente, pudieron llegar a la casa de una tía para “estar a salvo”.
Un segundo desalojo
Estando en este sitio, el río aún no se había desbordado. Estaba por sus cauces y descendía por donde le correspondía pero, según relata Leidys, se escuchaban las piedras bajando y justamente ocurrió lo inesperado. “Nosotros nos recogimos, cerramos bien las puertas y luego Defensa Civil nos volvió a desalojar, porque el agua ya se estaba metiendo a las casas cercanas”.
Ante esto, se dirigieron a la residencia de otro tío. Allí, en un primer piso, se reencontraron con miembros de la familia. Finalmente, el río se desbordó por las calles. “Un vecino de mi tío vivía en el tercer piso y nos auxilió. Ya no había luz. Fue muy amable, nos dio colchonetas y buscó agua de donde pudo para que tomaramos. Nos brindó alimento”, rememoró con evidente agradecimiento.
Pudieron dormir apenas una hora. “Como a las 6:00 de la mañana observé por la ventana y lo primero que pude notar fue que todos los restaurantes estaban colapsados. Todo era un río. Agua totalmente marrón. Entramos en pánico”, agregó.
Nunca pensaron que podría ocurrir algo más grave.
“En una ocasión, miré algo impactante: explotaban partes de la montaña y bajaba agua marrón. En cuestión de segundos, llegó a las dos primeras calles del pueblo”, contó.
La cancha, el ambulatorio y el parque de Carmen de Uria, que eran tres edificaciones contiguas, quedaron completamente tapeadas. “Veíamos cómo bajaban los carros con el agua. Fue muy impactante ver como todo desapareció”.
El llanto y las oraciones se hicieron presentes. En ese momento, determinaron irse hacia El Tigrillo. “Sentíamos que la pared del edificio donde estábamos se estremecía, pensábamos que iba a desaparecer”.
Desapariciones, llantos y oraciones: Pensaron que se trataba del fin del mundo
Cabe destacar que la cantidad de afectados, víctimas mortales y pérdidas materiales aún son desconocidas por las instituciones del Estado y por la población en general.
“La suegra de un tío vivía en la calle siguiente y nosotros vimos cómo desapareció. Pensamos lo peor, debíamos salir de allí”, sostuvo.
Lograron convencer al encargado del edificio que abriera paso a la terraza para abandonar el apartamento donde se encontraban. Y así fue. Recibieron ayuda de los dueños de una quincalla que estaba justo al lado, para saltar a otro “lugar seguro”. “Partieron una antena tipo escalera y lograron agarrarla fuertemente desde ambos lados. Empezamos a pasar poco a poco. La idea era que no cayera ninguno”, detalló.
En medio de tanto dolor y tristeza, lo que pasaba por la mente de la mayoría de las personas era el Armagedón. “Yo pensaba que lo estábamos viviendo, que era el fin del mundo”, dijo.
Al ver que el agua comenzó a bajar su nivel y completamente a oscuras, buscaron la manera de escapar de la quincalla que había servido de refugio, y lo lograron. Entre todos, pudieron romper la puerta que los mantenía encerrados. Un mecate fue el apoyo, junto a los funcionarios de DC, para estas personas.
Cruzaron de un lugar a otro sin ser arrastrados por la fuerza del agua. “Nos dieron la mano y nos iban pasando”, comentó Leidys.
“Recuerdo que mi papá tenía un hermano, que no estaba con nosotros en ese momento. Logramos verlo seis casas más allá. Nos gritó y nos alegramos muchísimo. Estaba con vida y con su familia. Él llevaba a uno de los familiares de su esposa a sus hombros, ya que no tenía piernas debido a un evento anterior”, sumó.
Carmen de Uria desapareció, no existía
El papá de Leidys se dispuso ir al rescate de su hermano, en medio de la explosión de parte de la montaña. “El río bajó con muchísima más fuerza. Veíamos a Carmen de Uria como un monstruo. No se veían las casas. Había gente que hasta vomitaba tierra”, hizo memoria.
Entre los integrantes del grupo con el que Leidys se encontraba había un muchacho al que le decían “Pollito”, que siempre buscaba la manera de sentirse útil. “Cuando veía a alguien pidiendo ayuda, iba tras la persona y la rescataba. En una de esas hazañas, no salió más de entre las aguas. “Lo arrastró la corriente y murió”, recordó con un profundo dolor.
En el trayecto, vieron decenas de cadáveres, otros tantos con extremidades fracturadas, muchos más descalzos y desnudos… Son escenas imposibles de olvidar para quien tuvo que caminar esquivando los obstáculos que había dejado el paso del río por esta zona.
Después de todo, llegó un helicóptero que les alcanzó agua, galletas y alimentos enlatados bajo la promesa de un rescate. ”Primero los adultos mayores, heridos y niños”, dijeron. Andrades señaló que durante cinco días estuvieron a la espera, pero perdieron las esperanzas y decidieron abandonar el lugar caminando hasta Naiguatá, donde abordaron una fragata que los llevaría hasta el puerto de La Guaira. “El olor a muerto nos llegaba”, lamentó.
A medida de que se alejaban, podían observar en el mar los restos de todo tipo de material: tablas, neveras, carros, camas, ropa. “Veíamos cómo Carmen de Uria desapareció, no existía, al igual que Los Corales y Tanaguarena”.
Al llegar, Leidys divisó muchísimos autobuses que iban a Caracas, Valencia, Margarita y, justo allí, tuvieron que tomar una decisión: dejar atrás sus vidas y empezar de cero en otro lugar.
“No teníamos casa, quedamos sin nada”.