« Simón Bolívar era español de los pies a la cabeza, por su origen, por su temperamento, por su idioma, por sus reacciones y por su formación […]. El libertador de Venezuela era hijo, nieto y bisnieto de españoles y tendría sus mejores recuerdos juveniles vinculados a la España peninsular, pues en Madrid contrajo matrimonio con la hija del marqués de Toro», podía leerse en ABC, el 5 de julio de 1978. Sin embargo, muy pocos aficionados a la historia de América conocen este importante viaje del libertador de la Gran Colombia (Venezuela, Colombia, Perú, Ecuador, Bolivia y Panamá), figura clave de la emancipación latinoamericana e inspirador del delirio chavista.
Por abc.es
Bolívar salió del puerto venezolano de La Guaira, el 19 de enero de 1799, en el velero Ildefonso.
Después de unos meses en Veracruz (México), el joven llega a la Península y, posteriormente, a Madrid. La razón de este destino es que en la capital vivía su tío materno, Pedro Palacios, a quien el futuro héroe de la emancipación había sido encomendado tras la muerte de su padre, el coronel e intelectual Juan Vicente Bolívar, criollo cuya familia era oriunda de un valle de Vizcaya cerca de la localidad de Ondarroa.
«Sobre este viaje y esta época difícil de documentar en la vida del libertador, la leyenda ha rellenado con románticas fantasías las lagunas de la historia», aseguraba otro artículo de este diario publicado en octubre de 1970. Resulta contradictorio que sea este mismo joven que se enamoró de Madrid el que generó el odió hacía España en un sector importante de la población latinoamericana. Los ataques de Hugo Chávez se produjeron desde el día que fue elegido presidente de Venezuela en 1999 y no se detuvieron hasta su muerte en 2013. Lo mismo ocurrió con su sucesor, Nicolán Maduro, y con sus homólogos cubanos, los hermanos Castro, desde el triunfo de la revolución en 1959.
Su encontronazo con Fernando VII
Da igual que sus proclamas se expresen con excesos retóricos, porque la consideración de nuestro país como la peor tiranía de la historia es una práctica con más de 200 años de historia cuyo origen se encuentra precisamente en la famosa ‘Carta de Jamaica’ que Simón Bolívar escribió, en Kingston, en 1815. «La consideración de España como enemigo radical es un legado que el bolivarismo puede descubrir en las obras del propio Bolívar. La animadversión con la que Bolívar juzga la acción civilizatoria de España es un soporte fundamental de su pensamiento político y de su visión de la historia, no un factor secundario. Al contrario, no se podría entender su visión si se prescindiera de esta hispanofobia», defiende Miguel Saralegui en ‘El antiespañolismo de la Carta de Jamaica’ (Revista de Indias, 2017).
El historiador añade en su artículo que «en aquel ensayo no existe una sola idea que no se vincule de modo estrecho con ese odio a España». Sin embargo, Bolívar llegó a Madrid en 1800 y dicen que allí vivió sus años más felices… y también algunas de sus primeras escaramuzas. «Al llegar a Madrid vivió unos meses en la casa que poseían sus tíos, Pedro y Esteban Palacios, en la calle Jardines [cerca de la Puerta del Sol]. Eran unos señores serios y apegados a las tradiciones españolas. Mantenían en la capital sus costumbres y privilegios de aristócratas criollos. Para Bolívar, aquella etapa madrileña iba a ser decisiva», añadía el artículo de 1970.
En la capital se casó con María Teresa Rodríguez del Toro el 26 de mayo de 1802, cuando él tenía 19 años y ella dos más. Narran las crónicas que el futuro militar se enamoró al instante de la joven aristócrata madrileña. «Entonces mi cabeza estaba llena de los vapores del más violento amor y no de ideas políticas», escribió el libertador más tarde. Para su desgracia, esta murió repentinamente ocho meses después de haber contraído matrimonio víctima de la fiebre amarilla. Luego tuvo numerosas amantes, pero juró que la hija del marqués de Toro sería su única esposa y lo cumplió.
Del amor a la política
«Fue un golpe duro y decisivo en la vida de Bolívar que lo sumió en el dolor más profundo dolor […]. En el futuro no volverá a entregar amor puro y permanente a mujer alguna, tampoco ninguna lo atará en forma definitiva», explica el historiador venezolano José Luis Silva Luongo en su obra ‘Herencia de Todos’. Pero lo más sorprendente fue la confesión que él mismo hizo años después con respecto a este acontecimiento: «La muerte de mi mujer me puso muy temprano en el camino de la política y me hizo seguir el carro de Marte, en vez del arado de Ceres. Si no hubiese enviudado, no sería el general Bolívar».
Era tan apasionado en aquellos días madrileños que llegó a pasarse cinco días en el calabozo tras batirse en duelo con dos guardias reales por un lío de faldas, que cumplió en la actual sede del Ministerio de Asuntos Exteriores, ubicada en el Palacio de Santa Cruz, junto a la Plaza Mayor. Más reseñable fue su bronca con el joven Príncipe de Asturias, el futuro Fernando VII, durante un partido de volante, un deporte parecido al bádminton. Fue su primer encontronazo con el monarca al que después le disputaría la independencia de sus territorios españoles. La reina consorte, María Luisa de Parma, tuvo que interceder para que volviera la calma.
Cuenta también que fue en Madrid donde entró en contacto con las obras de Homero, Virgilio, Horacio, Dante y Cervantes. También es donde estudia gramática, poesía y filosofía; donde conoce la cultura clásica y humanística europea, y donde aprende los convencionalismos sociales en los salones de la aristocracia. Después se dedicó a viajar por Europa y el mundo, formando al rebelde en el que se convertiría más tarde. Fue en su segundo viaje a Madrid donde escuchó unas palabras del geógrafo alemán Von Humboldt que le impresionaron profundamente: «La América española está madura para ser libre, pero necesita un gran hombre que inicie la obra».
El antiespañolismo
Bolívar dio ese paso y se olvidó de sus felices años en Madrid en la mencionada ‘Carta de Jamaica’ que algunos historiadores calificaron de profética, puesto que en ella expone el resultado de sus «cavilaciones sobre la suerte futura de América» y se encaminaba ya hacia la independencia. Otros, como Antonio Gutiérrez Escudero en su artículo ‘Bolívar y la Carta de Jamaica’ (Revista Araucaria, 2010), insisten en el vínculo que existe entre este texto y el comienzo de la leyenda negra contra España. Un objetivo que el libertador ya perseguía en otros escritos anteriores en los que calificaba a nuestro país como una nación dominadora y completamente injusta, insistiendo también en subrayar los supuestos desmanes cometidos por los conquistadores, la desatención de la colonia, su enclaustramiento en el pasado y la incapacidad para entender las exigencias de los colonos.
Bolívar ya había puesto en marcha su cruzada independentista, pero esta no pasaba por uno de sus mejores momentos. Un año antes de su publicación, los rebeldes habían sido derrotados por las tropas del general español José Tomás Boves en las batallas de La Puerta (15 de junio) y Aragua (18 de agosto). Además, la guerra contra Napoleón llegaba a su fin y, en España, Fernando VII había regresado como Rey de su exilio forzado. Todos estos episodios hicieron que se cuestionara el liderazgo de nuestro protagonista, que se refugió en Kingston para escribir su documento antiespañolista.
Como explica Saralegui, este documento se ha convertido ya en un clásico de la teoría política y de las explicaciones de la identidad latinoamericana. En ella, la invención del enemigo se presenta de dos maneras. En primer lugar, desde un punto de vista previsible contra el bando contrario de cualquier guerra, cuya maldad, crueldad, inhumanidad habrían obligado a Bolívar a tomar las armas en 1813. Y en segundo, se esfuerza por ofrecer un retrato específicamente negativo de España.
Prueba de que el mensaje caló son las políticas actuales del presidente venezolano, que en octubre del año pasado anunció que iba a cambiar el nombre de la autopista más importante de Caracas, llamaba Francisco Fajardo en honor al conquistador de origen español, por el de Gran Cacique Guaicaipuro. Un nuevo intento de borrar el legado de España bajo el pretexto de que no fue un descubrimiento, sino el inicio de un genocidio donde los aborígenes resistieron a sangre y fuego. «¿Por qué celebrar la muerte y la masacre contra nosotros?», preguntaba Maduro, instando a «iniciar un proceso para descolonizar y reivindicar todos los espacios públicos que llevan el nombre de colonizadores genocidas».
La política antiespañola lleva ya tiempo instaurada en Venezuela. En 2004, durante el gobierno de Chávez, se derribó la estatua de Cristóbal Colón en el centro de la capital y se cambió de nombre al famoso cerro Ávila por el de Waraira Repano: «Sierra Grande», en lenguaje indígena. En 2009, el Paseo Colón fue rebautizado como el Paseo de la Resistencia Indígena y se eliminó otra estatua de Colón de más de cien años de antigüedad que se encontraba en el parque El Calvario. Era la única escultura pública del descubridor que quedaba en pie en la ciudad.