Unas 7.000 personas, la mitad del aforo para eliminar riesgos de coronavirus, recibieron el 2022 comiendo las uvas en la Puerta del Sol de Madrid al ritmo de las campanadas del reloj de la plaza, un caso excepcional en Europa.
Además, otros cientos de personas se agolpaban en las calles aledañas, tras los controles policiales de seguridad.
De este modo, Madrid recuperó la asistencia de público a este rito de paso, que el año pasado sólo pudo seguirse por televisión.
Todos los entrevistados por la AFP le pidieron a la noche un poco de diversión y al 2022 mucha salud.
Por eso “he venido a Madrid”, explicó a la AFP Arantxa Concepción, una integradora social de Beasáin (norte), “tengo ganas de divertirme”.
“Esto hay que hacerlo una vez en la vida”, añadió Concepción, tocada con un gorro en forma de unicornio que, bromeó, le protege del coronavirus.
Había menos de la mitad de las 19.000 personas que caben en la famosa plaza madrileña, y la mascarilla fue obligatoria salvo para comer las uvas, pero las distancias eran más bien cortas.
“Estamos todos pegados unos con otros, es imposible, [pero] el que quiere venir aquí ya sabe a lo que se expone”, admitió Concepción.
En contraste, otras capitales europeas como Londres, Roma o París volvieron a cancelar las celebraciones multitudinarias en este segundo fin de año de la pandemia.
El fin de año sorprende a España en pleno auge de la variante ómicron, con más casos que nunca -más de 160.000 el jueves-, pero con casi el 90% de los mayores de 12 años totalmente vacunados, menos hospitalizaciones y menos muertes (148 muertos el 31 de diciembre de 2021, 74 este).
“El coronavirus es peligroso pero no tanto como los talibanes”, afirmó contundente en perfecto español Ibrahim Satary, un refugiado afgano que llegó a España tras la reconquista de su país por los talibanes hace cuatro meses.
“Nosotros ya hemos pasado muchos miedos”, añadió, desdeñando el temor a la enfermedad.
Madrid era este viernes también capital de la fiesta, porque, sin más restricciones que el uso de la mascarilla en la calle, vivía una última noche de fin casi como las de antes de la pandemia, con un tiempo además inusualmente primaveral.
“También hay que dejar que la gente disfrute”, expresó Carina Rivas, una mexicana de 22 años, de Coahuila, que cursa estudios universitarios en España.
En cambio, en muchos otros lugares de España, como Barcelona, las autoridades locales impusieron el toque de queda nocturno y el cierre de las discotecas. AFP