Sesenta y tres años atrás, bajaron los guerrilleros de Sierra Maestra y, con Fidel Castro a la cabeza, entraron victoriosos a La Habana. Capitalizaban con exclusividad un triunfo al que aportaron decisivamente, es cierto, pero que obedeció a una confluencia de factores políticos que concertaron sus mejores esfuerzos para derribar la dictadura.
Se le atribuye a Hipócrates aquello del “arte de aprender algo es largo, pero la vida es breve”. Con regímenes como el ferozmente establecido en la isla caribeña, deben transcurrir varias generaciones para aprender la trágica lección.
Para ese régimen, la más importante fecha es la del asalto al Cuartel Moncada un 26 de julio, mientras que para sus más fervientes devotos venezolanos lo es el enero en el que, incluso, en visita de agradecimiento por el respaldo recibido, el barbudo diligenció infructuosamente los gratuitos barrilles de petróleo que necesitaba, y proclamar que fue y fueron capaces de derrotar a un todo un ejército, concitando la imaginación ajena. Sin embargo, acaso por la dura y criminal represión ejercida sobre los paisanos que osaron protestar al régimen en 2021, además, rehenes de la pandemia, creemos que ha aminorado las invocaciones cubanoides del régimen venezolano, pudiendo aseverarse que hacia la opinión pública del patio, ha bajado bastante el perfil de la revolución castro-comunista.
Sobre todo para olvidar un detalle: los hermanos Castro provocaron una estampida de desplazados y refugiados que, al inicio, caricaturizaron como la fuga sólo de las clases más privilegiadas y, después, como la de los más incorregibles y testarudos delincuentes a los que les dio la oportunidad de marcharse de la isla. Rápidamente, estigmatizaron a esa diáspora variada y versátil, como los gusanos vende-patria, siendo exitosa la propaganda puertas adentro, pero relativamente también puertas-afuera, pues, muchos los miraron con desconfianza y desdén, cuando no ensayaban un amargo gesto xenófobo.
Algunos años hemos tardado en comprender y aceptar que ha ocurrido algo semejante con los venezolanos forzados al exilio social, económico y político en masa, gracias al dúo Chávez-Maduro, aunque jamás ha tenido éxito el intento de estereotiparlos como lo peor del mundo. Valga esta acotación, porque se pretende olvidar que la tragedia venezolana tiene un sólido antecedente y, sospechamos, la dirigencia opositora actual no lo recuerda por una razón: olímpicamente lo ignora; o, peor, calla porque necesita que la visen hacia el México de las infelices negociaciones reinauguradas en 2021.