Para enterrar a Mukminah el pasado mes de junio tuvieron que traer la tierra en un bote de remos. El cementerio estaba bajo el agua en Timbulsloko, un pueblo a unos 458 kilómetros al este de Yakarta, la capital de Indonesia. En los mapas el pueblo parece estar todavía en la costa norte de Java Central, pero la tierra que lo rodea hace tiempo que fue tomada por el mar de Java. El cementerio, a unos cientos de metros de la aldea, estaba sumergido incluso con la marea baja desde 2020. Había un samanea saman (conocido como árbol de la lluvia) muerto en el centro, rodeado de decenas de lápidas que sobresalían del agua. Así lo reseñó National Geographic.
Mukminah tenía unos 70 años cuando falleció. Habría recordado, como lo hacen perfectamente los ancianos que sobreviven, lo verde y próspera que era su aldea. Los arrozales se extendían hasta donde alcanzaba la vista. Los aldeanos cultivaban cocoteros, cebollas rojas, chiles, coles, zanahorias y patatas.
“Cualquier semilla que arrojaras a la tierra, crecía”, recuerda Ashar, el líder de la aldea. Es delgado y musculoso, y sólo tiene 39 años, pero también recuerda días mejores. El agua ha crecido rápidamente en las dos últimas décadas.
La costa norte de Java se hunde y el mar sube. En Yakarta, una ciudad de más de 10 millones de habitantes, hasta el 40% del terreno está por debajo del nivel del mar. La Regencia de Demak, el condado que incluye a Timbulsloko, es una de las partes de la costa más afectadas. Mientras que el calentamiento global está provocando que el nivel del mar suba en todo el mundo alrededor de 0,3 centímetros al año, la tierra aquí se está hundiendo hasta 10 centímetros anuales. Demak pierde cada año más de cuatro kilómetros de tierra, aproximadamente la mitad de su superficie, a manos del mar de Java.
En Timbulsloko, después de que los cultivos fracasaran en la década de 1990 -el arroz se volvió negro rojizo-, los aldeanos se dedicaron a la acuicultura, criando peces de leche y langostinos tigre en estanques salobres. Tuvieron algunos años buenos, pero a mediados de la década de 2000, los estanques también habían sido superados por el mar. Ahora la “tierra firme” está a más de 1,5 kilómetros, y los aldeanos se desplazan hasta allí en bote de remos. Para no mojarse en sus casas, han instalado cubiertas de madera o han elevado los suelos hasta dos metros, de modo que ahora tienen que agacharse para entrar bajo los bajos techos de sus “casas enanas”, como las llaman. De las más de 400 familias que vivían aquí, quedan unas 170.
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