Hagamos un ejercicio sencillo. Una persona cualquiera quiere solicitar un empleo que, como gerente general, ofrece una empresa medianamente importante. Tendrá éste que enviar su currículo y posteriormente sostener una entrevista en la oficina de recursos humanos.
Si esa persona dijese “Estudié en la universidad pero no me gradué; sufrí un episodio psiquiátrico, estuve internado en una clínica y debo permanecer medicado durante el resto de mi vida para controlar un trastorno obsesivo compulsivo; y mi tendencia ideológica es radicalmente comunista”; ¿sería contratado?
En la actualidad, sí. Al menos eso lo hemos constatado en Chile, al resultar electo para el más alto cargo del Estado (presidente de la República) el joven Gabriel Boric. Lo mismo ocurrió con Nicolás Maduro, Pedro Castillo, Xiomara Castro y podría repetirse con el guerrillero Gustavo Petro en Colombia o el corrupto de Lula Da Silva en Brasil. Y es que el sistema democrático permite ser candidatos a un cargo mucho más importante que el de gerente de una empresa, y ejercerlo, a personajes sin la experticia, capacidades y hasta con impedimentos por los variados señalamientos como promotores de violencia, corrupción, lavado de capitales y narcotráfico, entre otros. Indudablemente la democracia evidencia una falla grave.
Si al electorado de los años 60 le hubiesen presentado la candidatura de un guerrillero, un comunista, de un individuo que promovió protestas vandálicas o de una persona que estuvo internada en una clínica psiquiátrica, hubiese obtenido un porcentaje minúsculo de los votos.
Pero el año pasado, en Perú, Honduras y Chile, se exhibió al electorado amplia evidencia de los nexos de Pedro Castillo, Xiomara Castro y Gabriel Boric con el Foro de Sao Paulo, con el castro comunismo cubano, y con las tiranías de Nicolás Maduro y de Daniel Ortega. En el caso de Chile, ni siquiera fue necesario que la oposición denunciara el peligro que representaba Boric, porque él mismo se encargó de difundir sus vínculos y sus propias fallas personales, pero los votantes, en todos los casos mencionados optaron por ellos. Otra falla del sistema democrático.
Tiene razón, por tanto, el líder histórico venezolano Enrique Aristeguieta Gramcko cuando afirma que la democracia fue creada para manejarse bajo ciertos parámetros que hoy en día desaparecieron, y que se debe buscar un mecanismo para impedir que quienes declaran su intención de destruir la democracia puedan acceder al poder, para luego, desde el poder, acabar con las libertades, las instituciones democráticas y los derechos humanos.
Pero es pertinente preguntarnos: ¿Qué tanto han cambiado los electores? ¿Somos soberanos o esclavos de alguien? ¿De los bandidos que esconden lo saqueado, de los tiranos que nos callan si ejercemos la crítica que produce el libre pensamiento? ¿En qué nos hemos convertido… en cómplices al votarlos? Sigamos defendiendo a las mascotas, sí… pero defendamos también a los que están por nacer. Protejamos al indígena, al negro y…al blanco también. Exijamos políticas públicas que protejan a los más vulnerables, pero defendamos la libertad de empresa para aquellos que invierten y producen puestos de trabajo y desarrollo. Denunciemos los abusos policiales, pero defendamos también a quienes nos protegen de los delincuentes. Aceptemos a los homosexuales, pero no deneguemos de los heterosexuales. Quien no crea en la existencia de Dios, está en su derecho, pero toleren a quienes si creemos en Él.
¿Hasta cuándo votar por un sistema político que no sirve a los ciudadanos sino que los convierte en esclavos? ¿Hasta cuándo aceptar a los malos, incapaces y represores que quieren imponer un pensamiento único, una ideología única?
Tanto el Grupo de Puebla como la Internacional Progresista han expresado públicamente –con gran optimismo– que tienen sus ojos puestos en las próximas elecciones iberoamericanas a realizarse en Colombia y en Brasil. Al igual que en los casos ya mencionados, todo indica que no basta con denunciar los nexos de Gustavo Petro y Lula da Silva con el castro comunismo, el Foro de Sao Paulo y la tiranía venezolana porque, en la actualidad, a la mayoría de los votantes parece no afectarles.
Las fuerzas democráticas de la región, los electores, cuentan con menos de cinco meses –hasta finales de mayo– para buscar una solución a este dilema porque, de ganar Petro y Lula las elecciones, probablemente la izquierda tomará el control de Iberoamérica por un largo tiempo e, incluso, tratará de hacer su triunfo irreversible, mediante reformas y a través de la fuerza. Eso está a la vista en Venezuela, Cuba y Nicaragua.
De tornarse completamente rojo todo el continente, no tengan duda de que el Foro de Sao Paulo experimentará una metamorfosis para convertirse de una asociación de partidos políticos, en una coalición de gobiernos marxistas, lo cual convertirá a todas nuestros países en naciones con ciudadanos empobrecidos, atrapados en una inmensa cárcel, lo que hará mucho más dura la lucha.
Sobre este tema ahondaré en mi próximo artículo.