Hace 100 años, en 1922, en Italia, llegó la tiranía fascista. Duró 22 años. Parecía que nunca iba a terminar, pero, como todo lo humano y temporal, llegó a su fin. Tuvo un epílogo trágico.
“Esperen la hora de la justicia. No pierdan la esperanza de la libertad”. Ese fue el mensaje de Alcide De Gásperi, ante la represión del fascismo. Ese es hoy, también, el Mensaje del Consejo Superior de la Democracia Cristiana para Venezuela en su II Aniversario. Este desastre lleva ya en nuestra Patria más de dos décadas. Pero su aparente victoria no será para siempre. El triunfo de la perversidad política es aparente. Su solidez no es real. Siempre las tiranías son gigantes con pies de barro. Su quiebre histórico siempre resulta inesperado y repentino.
Esperemos la hora de la justicia. No perdamos la esperanza de la libertad. No claudiquemos en la lucha por el rescate de la nación de todos.
La lucha es adentro y afuera. La tiranía se inserta en un tinglado con dimensión internacional. Por ello su superación requerirá de un proceso en el cual los factores externos serán decisivos. Como país subordinado y dependiente, por obra y desgracia del desgobierno, su continuidad o cese dependerá, en buena medida, de los acuerdos entre potencias que solo miran a Venezuela utilitariamente, como elemento de negociación. ¿Cuándo y cómo se realizará ese entendimiento en un marco de acuerdo global? No lo sabemos. Pero es nuestra responsabilidad como venezolanos animar y contribuir a provocar ese desenlace.
Por eso, nuestro mensaje en este II Aniversario es un mensaje de aliento a todos aquellos que mantienen el ánimo rebelde frente a la degradación maligna que redujo a los venezolanos de la condición de sujetos históricos a la de objetos de saqueo y de trueque dentro de la nación que aún somos.
¿Dónde colocamos la esperanza?
En las mejores reservas de la patria. El porvenir mostrará cómo una nueva generación de venezolanos supo elevarse sobre el ruinoso legado de los sepultureros de la dignidad y el bienestar. Nuestro mensaje de esperanza va dirigido, sobre todo, a la juventud que, desde la fragua del dolor, espiritual y material, sueña con la Patria liberada.
A los integrantes de esa nueva generación que presentimos le decimos: “Esperen la hora de la justicia. No pierdan la esperanza de la libertad”.
La Venezuela renacida será el fruto de los jóvenes mártires. Su sacrificio no fue en vano. Murieron por una libertad que nunca disfrutaron. Su edad promedio, 17 años. Su muerte fue un valiente testimonio de amor a Venezuela. La nueva aurora será el fruto de su esfuerzo. Será el fruto de los presos políticos, civiles y militares. Será el fruto de quienes tienen cicatrices de torturas en el alma y en el cuerpo.
Hoy el honor militar está preso y torturado. Hoy la dignidad civil está silenciada y perseguida. Rescatar ese honor y nuestra dignidad son las prioridades
La patria peregrina se muestra en esa dolorosa migración que lleva, por culpa de la tiranía, a ya más de seis millones de venezolanos hacia otros destinos. Es la más grande migración forzada en la historia de América Latina; y, en la actualidad, la mayor del mundo, habiendo superado, en magnitud total y relativa, a la de Siria, generada por motivos bélicos.
Las lágrimas y sangre de estos más de 22 años de anti Patria, han regado y riegan el árbol de la libertad venezolana. Nada ha sido, ni será, en vano.
“Porque, sangre de tu sangre,
noble y fuerte
son tus hijos de una raza
que no ceja ante la muerte
que es más dura que el dolor”
Eso escribió Francisco Pimentel (Job Pim), en La Bordadora, poema dirigido a su madre desde una mazmorra hace un siglo, también en momentos en que parecía imposible la esperanza.
A los que han llorado y padecido; a los que lloran y padecen, les decimos: “Esperen la hora de la justicia. No pierdan la esperanza de la libertad”.
Una juventud sin lastre de pasado tendrá la principal responsabilidad de conducir la reconstrucción nacional. No conocemos su rostro. Pero sabemos que aparecerá, como siempre ha ocurrido en los momentos axiales de nuestra historia. Será una juventud que vivirá con dignidad la política. Será una generación marcada por la honradez y con auténtico afán de servicio. Será una promoción con alergia radical hacia los mentirosos y a los pillos, hacia los supuestamente hábiles, que siempre terminan por dejar de ser inteligentes, arrastrados por sus vicios.
Podrán los integrantes de esa nueva juventud tener defectos, como todos los seres humanos los tienen, pero tendrán la sinceridad de reconocer sus fallos y la valentía de rectificar. Con esa nueva juventud será posible una transición que no represente la mineralización de las claudicaciones.
A esa juventud, que será la artesana principal del futuro para bien de la Patria, va dirigido nuestro mensaje de esperanza. Es grande el desafío que tendrá en sus manos. ¡Cuán difícil ha sido (y sigue siendo) transformar la multitud en República!
Después de esta noche, vendrá la aurora de la transición. Nunca las transiciones han sido fáciles. Fácil es romper, destruir, desbaratar. Mucho más complicado es reunir, construir, reagrupar. Se requiere mucho menos tiempo para debilitar y aniquilar socialmente a las instituciones que para darles vida, fortaleciéndolas con la recta formación ciudadana.
A los que encarnarán esa nueva primavera de la Patria, les decimos: “Esperen la hora de la justicia. No pierdan la esperanza de la libertad”.
A ellos les pedimos que estudien nuestra historia. Hoy imponen su capricho la incultura y la barbarie. A Venezuela se la ama conociendo de veras la amargura y el dolor que han teñido y tiñen el devenir republicano. Salvan el poso amargo y dejan buen regusto los héroes civiles. Héroes civiles son aquellos que permiten el grato reencuentro con la afirmación republicana de la Patria. La historia nutrida de la violencia guerrerista, la del olor a pólvora y cinturón de balas, está poblada de algunos héroes auténticos y muchos falsos héroes; sus perfiles casi siempre difuminan u ocultan el protagonismo de un pueblo que aún camina buscando su horma propia.
Los héroes civiles nos ofrecen su legado. Es un legado de pensamiento y de conducta limpia, no solo de poder crudo y duro. El legado de ellos es el agua fresca de los tinajeros que ayudan a calmar la sed del caminante que mendiga el aliento para hacer inextinguible su apasionado amor por Venezuela. En los héroes civiles es donde ha estado y está buena parte de la perpetua heredad. No toda, sin duda, pero mucho más de la que hasta el presente se le ha reconocido.
En una posible y necesaria transición, ella no puede estar regida por el inmediatismo. Es necesario partir del duro reconocimiento que la sustitución propiamente política de los causantes de la destrucción del país debe marchar, en forma paralela, con la recuperación armónica de los tejidos desgarrados de nuestra sociedad. Y que eso debemos hacerlo reconociendo el mandato de nuestra propia historia. Reparar tejidos sociales desechos no es empeño corto. Requiere tiempo. Requiere los actores adecuados con las capacidades adecuadas. Requiere continuidad. Requiere acabar con los mitos para dotar de realismo a nuestros sueños. Requiere sentido de historia y conciencia de Estado; no complejo de Adán. Nunca se parte de cero. Ni siquiera en el caso de un país arrasado, como la Venezuela actual. Una transición depende, en buena parte, del comportamiento de su liderazgo y de la acertada prudencia de sus decisiones.
No es el momento del ánimo pequeño y del espíritu turbio.
Nunca lo es. Pero ahora menos que nunca. Estamos en un cruce de caminos que pide la construcción común de la grandeza. La reconstrucción de Venezuela no es ni será tarea de uno o de unos pocos: debe ser artesanía de todos, empeño ?grande o pequeño, según las capacidades de cada quien? que indique conciencia ciudadana. Y no de un año, o de varios, sino de muchos. No es ni será tarea pigmea, de vuelos gallinaceos. Debe ser tarea de largo alcance y de continuidad esforzada. La fortaleza de quienes luchan por sepultar en el estercolero de la historia la tragedia venezolana debe apoyarse en la esperanza. Es la voz de la historia grande la que hoy nos dice a todos: “Esperen la hora de la justicia. No pierdan la esperanza de la libertad”.
Es momento de reforzar ideales y continuar la lucha, procurando dejar una heredad capaz de proyectar luz sobre un futuro que se presenta, como todo futuro, incierto.
El futuro está por hacerse.
Es el desafío histórico-político al cual hay que responder con magnanimidad. El mañana dependerá de nuestra respuesta. Y de la respuesta de quienes nos sucedan. Todo dependerá de la honestidad que se imprima a la marcha. De la conducta personal y colectiva regida por principios.
No nos ilusionemos tontamente.
Tenemos que luchar contra nosotros mismos. Hay rasgos de nuestra idiosincrasia que no facilitan una transición llena de madurez y sentido de historia. Estamos acostumbrados a una tolerancia cómplice con nuestras debilidades e incompetencias. Nuestra criollidad es capaz de estallidos terribles, pero no añeja rencores, ni es proclive al odio. Pero junto a tal faceta positiva, está una cara negativa que facilita la inconstancia y el individualismo. Nuestra amnesia resulta una especie de deliberado olvido terapéutico. Como una necesidad de borrar todo recuerdo de lo que se considera trágico, traumático, de aquello que causa un dolor sin límite mientras gravita en el imaginario colectivo.
Contra la mala amnesia, el afán de servicio con memoria.
En lo que supone de no intentar conducir hacia adelante mirando solo por el retrovisor, el olvido de lo olvidable está bien, siempre que, con el imperio de auténtica justicia, se tenga memoria fructuosa de lo memorable. Sin embargo, en lo que supone de primacía de lo emocional sobre lo racional, el olvido constituye una evidente dificultad para todo proceso de maduración institucional como comunidad.
Se impone, con urgencia, desplazar de posiciones rectoras a quienes tienen alergia a la verdad. Es necesario intentar vivir en la verdad, lo que supone no intentar escapismos frente a la realidad. La mentira engendra la mentira. Y nunca una cadena de mentiras hará una verdad. Si la mentira es fuente de mentiras, dentro del mundo de las mentiras sólo estarán a gusto los mentirosos, los embusteros que viven del embuste.
Se dirá que la verdad política no es la verdad absoluta. Y es cierto. Admitiendo la relatividad de la verdad política, lo cierto es que cuando alguien en los espacios públicos toma como suya la responsabilidad de proclamarla, está venciendo sus propios miedos y está enterrando los miedos que otros hayan sembrado para intentar rodear la verdad con un foso repleto de alimañas. Los tiranos siempre buscan impedir con sabandijas, que sea la verdad, la realidad humana de lo que es, individual y societaria, la corriente limpia que todo pueblo necesita siempre para luchar por su desarrollo perfectivo. Socialmente hablando, el testimonio y defensa de la verdad constituyen, en todo tiempo, una siembra de coraje. Además, afirmar el carácter relativo de la verdad política no supone ni ignorar ni negar su radical carácter de verdad.
Proclamamos, como terapéutica ante la relatividad de la verdad política, la necesidad de una política con valores y de valores, de una política guiada por principios, de una política al servicio de la dignidad del hombre. Eso no es una utopía. Solo una política así nos dará una Patria con libertad y justicia. La paz es obra de la justicia. La injusticia solo produce latrocinios.
La convivencia es posible.
El respeto mutuo de personas y pueblos facilita la comprensión y estimula la creatividad, el diseño y realización de nuevas maneras de coexistencia política en un marco pluralista. Hay posibilidad para todos y se incinera el sectarismo, siempre exclusivo y excluyente, cuando hay recta conciencia ciudadana y la sociedad resulta de veras la patria y la casa común.
La política de valores, intrínseca a la identidad del humanismo cristiano, resulta inconciliable con el vacío de principios absolutos y de compromisos solidarios. Si el nihilismo estuviera en la esencia de la democracia resultaría, por paradoja, que la democracia necesitaría, para sobrevivir, rechazar los valores éticos como anticuerpos; que la democracia impondría como paradigmas de liderazgo no sólo a la mediocridad, sino la falta de escrúpulos; porque el líder democrático resultaría una persona no solo corrompida, sino con una insuperable ingravidez moral.
A todos, escuchando la voz de los mayores y viendo la realidad de la historia, les decimos que la tragedia no es eterna; que puede estar cerca la aurora que anhelamos.
“Esperen la hora de la justicia. No pierdan la esperanza de la libertad”
Enero, 2022
Por el Consejo Superior de la Democracia Cristiana.
Pedro Pablo Aguilar, Oswaldo Álvarez Paz, Henrique Salas Romer, Humberto Calderón Berti, Andrés Caldera Pietri, Abdón Vivas Terán, Julio César Moreno León, José Rodríguez Iturbe, Maritza Izaguirre, Román Duque Corredor, Haroldo Romero, Nelson Maldonado, Ivonne Attas, Emilio López, Jesús “Chucho” Ganem, Enrique Naime.
Secretario Ejecutivo: Lorenzo Tovar Colmenares.
Consultores: Gustavo Tarre Briceño y Asdrúbal Aguiar.
Por COPEI: Roberto Enríquez, presidente y Robert García, secretario general.
Por PROYECTO VENEZUELA: Henrique Salas Feo, coordinador general.
Por CONVERGENCIA: Biagio Pilieri, coordinador general.