Marzo está a la vuelta de la esquina y Gabriel Boric ascenderá al poder en un Chile al que le costó muchísimo recuperar la democracia y alcanzar la prosperidad. Es necesario decirlo, una y otra están en franco peligro, aunque comprendemos y asumimos la necesidad de superar la escandalosa desigualdad social que es la que ha auspiciado – precisamente – el artero ascenso del Foro de São Paulo en la región.
La institucionalidad, continuidad y estabilidad democrática del gran país del sur, no sólo fue convincente, sino ejemplar para el resto del continente hasta que irrumpió el proceso constituyente que, al igual que ocurrió en Venezuela, promete una radical e instantánea redención de todos los males. Agotado el programa de la concertación, en lugar de proseguir su curso natural, los partidos que la componen, incluyendo la democracia cristiana, fuerzan otro en el que domina el vértigo de toda incertidumbre.
Un fenómeno semejante ocurre en el ámbito económico, profundamente lesionado por las desproporcionadas acciones callejeras que regaron toda suerte de bombas de tiempo para acabar con el optimismo y la desconfianza, aún pendientes de estallar. La legítima búsqueda de la equidad social, no puede suponer la quiebra de un exitoso modelo y estrategia de desarrollo tan contrastante en América Latina y el Caribe, obviando que la centenaria industria petrolera ha quebrado en Venezuela premeditada y alevosamente.
Distintas voces advierten que Chile no es Venezuela, al igual que se dijo que ésta no era Cuba arribando al poder Chávez Frías en una fecha ya lejana. Voces equivocadas, porque – entre nosotros – hubo mayores fortalezas que las expuestas ahora hacia el sur, pues, de un lado, concluimos el siglo XX con un importante cambio de fondo respecto a la descentralización en el marco del multipartidismo que ameritaba de una actualización institucional, mediante la reforma constitucional trabajada por más de una década; y, del otro, anunciada desde hace un buen tiempo la crisis estructural del rentismo, parecía inevitable una economía alternativa, abierta y competitiva, con un sector petrolero que hoy hubiese garantizado una producción diaria de seis millones de barrilles, según lo cuidadosamente planificado.
El socialismo de una perversa inspiración y tejido anti-occidental, tan emblematizado después por el Foro de São Paulo, se llevó a la postre por el medio a la Venezuela que fue ejemplo de una democracia viva con un liderazgo pujante en trance del relevo marcado por la descentralización y de una fortísima opinión pública; por cierto, un país de puertas francamente abiertas para la inmigración – además – masiva, por no señalar la prestancia de sus indicadores económicos. Ahora bien, ¿quién puede hoy constituirse en fiador de los chilenos para los próximos años? Y es que, importa aclararlo, nadie en su sano juicio pretende derribar a un gobierno que no ha arrancado, pero sí alertar a la dirigencia democrática sureña de la inmensa responsabilidad que tiene de salvar a su país a sabiendas de la experiencia venezolana, por lo que necesitará de una inmensa capacidad política, convicción, habilidad e imaginación.