Desde la perspectiva de los hacedores de políticas públicas debemos ver el fenómeno del suicidio como un problema de salud pública y, por tanto, amerita reflexión y acción pública partiendo de un criterio informado. En ese sentido, es lamentable que el Estado venezolano sea incapaz de registrar y hacer públicas las estadísticas sobre la ocurrencia de suicidios, el rango etario de sus víctimas, su sexo, su estrato socioeconómico, su nivel de estudio y, al menos referencialmente, las motivaciones detectadas por la investigación policial. Sin eso solo hablamos de suposiciones, prejuicios e implicaciones seudomoralistas.
Al tener estadísticas públicas y fiables en la mano tendríamos un primer acercamiento objetivo al problema: sabríamos si se están incrementando los casos o si estos están siendo más notorios gracias a la penetración e inmediatez de las comunicaciones actuales. Supongamos que hay un incremento de los casos en términos absolutos, pues, es necesario conocer y enfrentar sus motivaciones.
Si vivimos en una sociedad orientada al consumo, materialista, hedonista, excluyente, clasista, económicamente desigual, machista, prejuiciosa y violenta, puede que la presión sobre la estabilidad del individuo sea sustancial y se haga más común el padecimiento de cuadros de tristeza y, aún peor, sea ese contexto un disparador de la depresión (un padecimiento psiquiátrico relacionado con la bioquímica cerebral). En tal caso, no basta con decirle a alguien triste “alegrate vale”.
Preguntemos a nuestra conciencia: ¿Cómo trata nuestra sociedad a los niños víctimas de acoso escolar? ¿Acaso castigamos a los victimarios o lo dejamos pasar como una cosa de niños? ¿Cómo trata nuestra sociedad a las mujeres? ¿Tienen las mismas oportunidades sociales, laborales y políticas o existe el “techo de cristal”? ¿Los jóvenes pobres tienen reales oportunidades para estudiar, trabajar o siquiera entretenerse? ¿Cómo trata nuestra sociedad a las minorías (étnicas, religiosas, culturales o sexuales) con reconocimiento de sus derechos humanos o con discriminación y humillación?. No basta con decir “alegrate vale”, si nuestra sociedad le niega un espacio a la gente es probable que mucha gente sienta que no tiene lugar en este mundo.
Ciertamente transformar nuestra sociedad implica herir cierta susceptibilidades: el macho vernáculo tendrá que soportar la dura realidad de que la mujer tiene derechos, las clases pudientes y poderosas tiene que aceptar que los trabajadores necesitan un salario decente para vivir, los padres de niños abusadores deberán aceptar las sanciones que implica el acoso escolar y las autoridades religiosas deberán admitir que sus reglas y normas son relevantes solo para su feligresía y que exponer mensajes públicos de estigmatización contra las minorías sexuales o derechos reproductivos no son opiniones, en realidad, son delitos.
Lógicamente hay sociedades avanzadas y democracias plenas en las cuales también ocurre el suicidio. No obstante, el suicidio del ciudadano belga o noruego tiene motivaciones distintas a la tristeza derivada de la falta de atención sanitaria para un familiar en hospital público en el que falta hasta el agua, por mencionar un ejemplo de nuestra cotidianidad. En nuestro medio, el suicidio puede ser el último suplicio de una larga cadena de indignantes circunstancias externas al equilibrio psicológico personal, al punto en que decidir seguir vivo es un esfuerzo diario. Lejos estamos de una respuesta definitiva a esta cuestión, la recomendación: hablar públicamente de este problema público.
Julio Castellanos / jcclozada@gmail.com / @rockypolitica