4-F: semper et in aeternum? Por Guido Sosola

4-F: semper et in aeternum? Por Guido Sosola

Guido Sosola @SosolaGuido

Treinta años convertidos en siglos para los venezolanos, incluyendo a aquellos que tanto celebraron el 4 de febrero. Quedan los que juran una devoción que no sienten, por siempre y para siempre, porque el proceso, como se le llamó al iniciar el XXI, atraviesa otra etapa que no sabe ni sabrá de Yoel Acosta Chirinos, Jesús Urdaneta Hernández, Francisco Arias Cárdenas y, cada vez más diluido, convertido sólo en un artificio de legitimación, Hugo Chávez Frías.

De aquellos acontecimientos de 1992, silba a los lejos el imaginario social del cual no queda nada: las cosas no estaban buenas, pero tampoco era el puntofijismo terribilísimo que nos pintaron. Y el mesianismo uniformado que tan lejos llegó, disfrazando de soldados paracaidistas a los propios niños, en los días de carnaval, ha transmutado única y peligrosamente en desencanto.

Libérrimos tiempos de discusión pública, el presidente Pérez no incurrió en la masiva represión de sus críticos, imponiendo la censura de prensa por un breve tiempo, al producirse los eventos del 27 de noviembre, porque nada fue inocente. En todo caso, lo visto y padecido en esta centuria ha resultado peor: jamás huyeron, en toda nuestra historia colonial y republicana, los millones de venezolanos de ahora, por ejemplo, susceptibles de cualesquiera deportaciones. ¿Cuándo se había visto algo semejante?





En la amena e informada crónica acostumbrada por Jesús Sanoja Hernández que nada, por cierto, le debía al esquemático “tal día como hoy”, seguramente – hoy – hubiera privilegiado alguna faceta llamativa del día 4, poniendo de relieve nuevamente la advertencia a tiempo que hizo Carlos Julio Peñaloza y la persistente negación de Fernando Ochoa Antich de alguna complicidad con los hechos. O hubiera comentado el libro que un político profesional, como Gustavo Tarre Briceño, publicara al poco tiempo de lo acontecido, “El espejo roto 4F 1992”, aunque el periodista cuidó siempre de no aceptar El Caracazo, como un fenómeno suficientemente planificado y fríamente urdido, como es la convicción de un sector de lo que ya queda de la opinión pública en términos habermasianos.

Golpeada la vida académica e inexistente el mercado editorial, los golpes de febrero y noviembre de 1992, quedando al garete de la propaganda oficial y, por supuesto, interesada, a pesar de lo que generaron, están esperando por los investigadores. Empero, temen mucho publicar y, además, el esfuerzo de hacerlo, no compensa tantos sacrificios, por lo que deben buscar el pan a través de otros oficios o desempeños. Acotemos, los burócratas, metidos en alguna nómina, suelen pasar agachados: esa devoción ya no la saben por siempre y para siempre, temiendo que el régimen mismo cambie internamente y no haya mecenas que los salven.