Cincuenta y dos años después de su muerte, el argumento de que Jimi Hendrix fue el más grande guitarrista del rock de todos los tiempos todavía tiene total vigencia. Su increíble estilo y su creativa aproximación a la distorsión y el ruido cambiaría el sonido del Rock n’ Roll para siempre, e influiría en miles de músicos hasta nuestros días.
También es cierto que Hendrix quizá no era el tipo más ágil de mente, al menos no sin una guitarra en sus manos. Su uso de las drogas duras no solo deterioraron su salud y finalmente causaron su muerte, sino que usualmente lo sumían en trances que le impedían estar en el momento presente.
Algunos dirán que eso era parte de su genio y que contribuyó a la explosión creativa que llevó a The Jimi Hendrix Experience probar los límites de la música en la última mitad de la década del 60 hasta entonces dominada por dioses guitarreros como Eric Clapton (Cream) o Keith Richards (Rolling Stones), y tal vez no les falte razón. Pero cuando se llega al extremo de no saber ni siquiera que fuiste secuestrado por la mafia tal vez es una señal de que las cosas se están saliendo de control.
La historia del secuestro de Jimi es tan insólita que parece sacada de una alocada ficción inspirada en las legendarias juergas del artista, y más si agregamos que todo ocurrió durante el llamado “lost weekend” o “fin de semana perdido”, un periodo de dos días en los que los biógrafos de Hendrix no han logrado ponerse de acuerdo sobre qué fue exactamente lo que sucedió con el músico.
Alguien quien dudó de la historia fue Evan Wright, un periodista y coautor de la biografía de Jon Roberts, un exmafioso afiliado a la familia Gambino de Nueva York que en los 80 se convirtió en uno de los primeros enlaces de Pablo Escobar y el Cartel de Medellín con Miami y el tráfico de drogas en Estados Unidos.
Roberts terminó su vida criminal siendo informante del gobierno estadounidense y luego adquirió fama por su libro “American Desperado” (2011), para el que reclutó la pluma de Wright con la misión de transformar sus rimbombantes historias en literatura.
El periodista cumplió su tarea, pero la llevó más lejos, ya que se dio a la tarea de corroborar de primera mano y con fuentes independientes algunas de ellas, las más insólitas, como la del secuestro de Hendrix.
Stone Free (Completamente libre)
Para el verano de 1969 Jimi Hendrix estaba en la cima del mundo. Hace apenas unas semanas acababa de tener uno de los conciertos más importantes de su carrera, el mítico recital en Woodstock en el que inmortalizó una versión totalmente eléctrica y ecléctica de The Star Spangled Banner, el himno nacional de Estados Unidos.
Era el músico del momento y su estatus de dios de la guitarra estaba establecido. Por esos días tenía programado un show en un nuevo club de Nueva York, el Salvation, que casualmente era manejado por Roberts, su socio mafioso Andy Benfante y otro socio llamado Bradley Pierce, que se llevó la desafortunada sorpresa de las conexiones criminales de sus compañeros cuando ya era muy tarde.
No era un arreglo fuera de lo común, en esos años la escena nocturna de Nueva York no solo estaba plagada por los famosos más cotizados, sino por el control de las cinco familias de la mafia y como lo dijimos antes, Roberts para entonces era un “wiseguy” (chico listo) de los Gambino.
“En la puerta teníamos estrellas de cine, modelos y uno de los Kennedy esperando para entrar”, recuerda Roberts en su libro.
“(Mi socio comercial) Andy siempre fue un tipo divertido. Me hizo a un lado y me dijo: ‘Jon, vamos a ponerle algo al ponche. Dejemos que todos se vuelvan locos en nuestra fiesta. Así que pusimos puñados de Quaaludes en el ponche. La gente solía llamar a los Quaaludes ‘abridores de piernas’ debido a los efectos que tenían en las mujeres. Nuestra fiesta fue increíble. Las personas que probablemente nunca habían estado drogadas en su vida se estaban quitando la ropa”.
Esa noche Roberts recuerda que Hendrix quiso convencerlo de que se chutaran speed juntos, pero él se negó porque no era fanático de las drogas inyectadas. Desde entonces, Jimi se volvió un visitante frecuente en el club, y aunque nunca llegaron a ser amigos cercanos, Roberts cuenta que también lo recibió en varias ocasiones en su casa.
Roberts escribe en su libro American Desperado: “Después de que nos conocimos en Salvation, vino a nuestra casa en Fire Island para poder alejarse de todo. Nos aseguramos de que nadie lo molestara excepto sus verdaderos amigos. A Jimi realmente le gustaba (el guitarrista de blues) Leslie West, y una noche los dos tocaron en nuestra sala de estar toda la noche. Jimi tuvo que chutarse speed en su brazo para seguir el ritmo de Leslie. Así de bueno era Leslie West”.
“Hey Joe a donde vas a con esa pistola en tu mano”
Fue en el club Salvation donde ocurrió el secuestro. Según la versión de Roberts, el músico había llegado al club buscando algo de droga cuando se topó con unos tipos que lo convencieron de que podían conseguirle un poco y terminaron raptándolo por el fin de semana.
“Jimi tenía gente que normalmente le compraba droga. Pero a veces se enfermaba tanto que entraba en nuestros clubes en busca de drogas por su cuenta”, relata Roberts. “Una noche, dos chicos italianos de nuestro club (no de la mafia sino aspirantes a “wiseguys”) vieron a Jimi buscando droga y decidieron: ‘Eh, ese es Jimi Hendrix. Agarrémoslo y veamos qué podemos conseguir’”.
Los secuestradores no eran muy diestros, pero consiguieron llevar a Hendrix fuera de la ciudad con la promesa de conseguirle algo de droga. El relato tiene algunos agujeros, pues unas versiones contrastadas por Evan Wright dicen que ataron al músico a una silla y lo obligaron a inyectarse heroína para poder mantenerlo calmado y que no opusiera resistencia.
Roberts no está muy de acuerdo con esto. Escribió: “Por favor. Nadie hubiera tenido que obligar a Jimi a inyectarse nada. Solo dale la heroína y él mismo se la inyectará. Fue Jimi por salir en busca de drogas lo que lo metió en problemas. Andy y yo fuimos los que lo ayudamos a salir de eso”.
Otras versiones hablan de que los secuestradores querían un contrato discográfico por lo que lo obligaron a llamar a su agente Michael Jeffrey para que los firmara. Una tercera versión dice que Jeffrey realmente jugó un rol más activo en el secuestro, planeándolo todo para ser él quien rescatara a Hendrix y así asegurarse la lealtad del músico, y otra versión señala al propio Roberts como el cerebro detrás del secuestro, pero esto lo comentaremos más adelante.
En todo caso, Jeffrey fue contactado y este se contactó con Roberts, quien junto con su socio se dispusieron a tomar cartas en el asunto.
“Lo siguiente que supe fue que el gerente del club me llamó y me dijo que unos italianos se habían llevado a Jimi de nuestro club”, dice Roberts.
Andy y yo necesitábamos dos o tres llamadas telefónicas para obtener los nombres de los niños que secuestraron a Jimi. Nos acercamos a estos niños y les dejamos en claro: “Dejen ir a Jimi o están muertos. No le hagan daño ni a un pelo de su afro”.
Después de la advertencia los secuestradores soltaron a Jimi, que estaba tan drogado que ni se dio por enterado del secuestro. Una semana después de lo ocurrido los aspirantes a “wiseguys” recibieron una paliza inolvidable por parte de Roberts y su socio Andy.
El antihéroe y la conexión con Pablo Escobar
Cuando Wright empezó a investigar por su cuenta la historia del secuestro de Hendrix encontró que apenas un año después del fallecimiento del músico en 1970 unos miembros de su círculo íntimo revelaron que el músico había sido raptado durante un fin de semana poco tiempo después de tocar en Woodstock. Ellos señalaron a un tal “John Riccobono” como uno de los secuestradores.
John Riccobono era el nombre de Jon Roberts durante su época como miembro de la mafiosa familia Gambino en la Nueva York de finales de los 60 y lo que terminó encontrando Wright no solo fue evidencia de que su historia era real sino de que habría salvado a Hendrix de la muerte en más de una ocasión.
Aparentemente a Jimi le gustaba la actividad física y en las visitas a la casa de Roberts (entonces Riccobono) solía probarse los esquís acuáticos y dar una vuelta impulsado por el barco Donzi de su anfitrión, aunque sin mucha habilidad.
Escribe Roberts: “Casi se ahoga una vez. Jimi está ahí afuera, sin chaleco salvavidas, y se cae de los esquís. Está en el agua dando vueltas. Hago parar el bote y le lanzo la cuerda. Está flotando a medio metro de sus manos, pero agita los brazos como un loco. De repente, me pregunto si sabe nadar. Andy tiene que saltar al agua y nadar con la cuerda hacia él, porque Dios mío, si este tipo muere mientras está con nosotros, qué dolor de cabeza sería”.
Así que, por insólito que parezca, este exmafioso parece ser responsable de haberle asegurado un par de años más de vida a uno de los hombres que más prodigiosamente ha tocado una guitarra en la historia.
Pero como reza el dicho “ninguna buena acción queda sin su castigo” y el “buen samaritano” de Roberts pagó su intervención para rescatar a Hendrix con un viraje en su carrera y su vida que lo terminó acercando al narcotraficante más famoso del mundo, Pablo Escobar.
Y es que rescatar a Hendrix no solo le trajo señalamientos de haber sido él quien orquestó el secuestro, sino que atrajo la atención del FBI a las actividades delictivas que conducía desde el club Salvation.
Según cuenta Roberts, algunas personas cercanas al músico contactaron a los federales durante su tiempo perdido, y mencionaron su nombre como sospechoso.
“Incluso después de que lo devolvieran sano y salvo, el FBI empezó a hurgar en nuestro negocio. Esto más tarde los llevó a vincularnos a Andy Benfante y a mí con el asesinato de Robert Wood”, cuenta.
A causa de la investigación por la muerte de Wood, Roberts se vio forzado a salir de Nueva York y mudarse a Miami donde en la década de 1980 era conocido como “el gringo barbudo”. Ahí se convirtió en el enlace en Estados Unidos del Cartel de Medellín.
En su momento de mayor poder, a mediados de los ochenta, Roberts llegó a ser uno de los hombres más ricos de Miami. Llegó a tener negocios por toda la ciudad que le sirvieron de fachada para lavar su dinero y el de sus socios, poseía casas, autos de lujo, helicópteros, y acciones en el Banco de Panamá.
Cuando finalmente fue arrestado, las autoridades de EE.UU. estimaron que “el gringo barbudo” había introducido al país más de 56 toneladas de cocaína avaluadas en 2.300 millones de dólares.
Y todo eso, su auge en el mundo criminal y su posterior caída, se desencadenó, según escribió en American Desperado, tras liberar a Jimi Hendrix de su secuestro.
“¿Quién sabe? Si no hubiera sido por salvar a Jimi Hendrix, quizás nunca me hubiera conectado con el Cartel de Medellín y Pablo Escobar en Miami y comenzado en el negocio del contrabando de cocaína. Estés donde estés Jimi, gracias”.