El desplazamiento tan millonario de venezolanos no es por placer, algo gratuito, o por un empeño antipatriótico. ¡No! Ha sido la inaplazable necesidad de salvar a la familia del oprobio, la insalubridad, la hiperinflación, el hambre. Dejan atrás sus casas tan depreciadas, el nivel de vida decente que alguna vez tuvieron, sus familiares y amigos, incluso, de la universidad que sus hijos improbablemente transitarán en el exterior para el promedio de los exiliados. Muchísimos están buscados por los órganos represivos del Estado aunque no son son grandes dirigentes políticos, ni siquiera militantes de partidos, sino sencillos ciudadanos que protestaron vehemente al régimen comunista.
Duele y muy profundamente, la incomprensión e inmediata deportación de los venezolanos que se encuentran, por ejemplo, en Estados Unidos, el gran país del norte al que tanto les costó llegar. Comprendemos muy bien la necesidad de regular las migraciones, pero deben entender también que se trata de un hecho demasiado excepcional para la Venezuela que nunca supo de tamaño exilio en masa. La desesperación los lleva a cruzar la frontera con niños a cuestas. Pero, a la vez, esas deportaciones ocultan una realidad que las grandes naciones democráticas del mundo no quieren ver: el régimen de Nicolás Maduro es un peligro para la paz y la estabilidad internacional. Y deliberadamente ha forzado las migraciones dentro y fuera del país como un elemento de perturbación. Por ello, la mejor contribución que puede hacer la comunidad internacional es actuar militarmente contra el régimen comunista venezolano antes de que siga expandiéndose y toque las narices de los propios Estados Unidos, por ejemplo.