La represa geopolítica que construyo a partir de 1945 Occidente para preservar la paz e impedir la guerra exhibe una grieta. La presión causada por la caída del muro de Berlin ha logrado horadar la magnífica construcción que lleva la firma de insignes estadistas como fue el caso de Truman, Churchill, Eisenhower y De Gaulle. Dentro de la represa se agitan las corrientes del nacionalismo ruso, el autoritarismo emergente en Europa Oriental, la debilidad energética de toda Europa; el debilitamiento de Estados Unidos y la crisis económica generada por el COVID 19. Esas presiones pueden hacer estallar la represa destruyendo todo vestigio de civilización. De manera que es necesario taponar la grieta. Así lo señala Mary Mapes Dodge en su cuento Hans Brinker en el que un niño holandés colocó su dedo en un orificio de una represa salvando así a su país de una inundación devastadora.
Enmanuel Macron acaba de hacer otro tanto. Su muy criticado viaje a Moscú tiene exactamente el mismo propósito de la hazaña realizada por Hans Brinker: impedir que las tensiones revienten la represa.
En efecto, el desafío de Moscú a un Occidente debilitado por la crisis económica producto del COVID 19 buscaba remover las bases de la plataforma geopolítica occidental para garantizar que las fronteras occidentales no lleguen a sus orillas, que se le incluya en el círculo de las potencias mundiales y codificar su estatus de potencia energética.
Para ello tomo como rehén a Ucrania. Primero apoyando gobiernos dóciles a Moscú y a partir del 2014 ocupando parte de su territorio, infiltrando zonas geográficas de sensibilidad pro rusa y movilizando buena parte de su ejercito a la frontera en un amago de invasión.
Occidente -que finalmente parece haber salido del letargo inducido por el COVID 19- reacciono con fuerza retorica y amenazas de sanciones. Esto era justo lo que Vladimir Putin esperaba. Porque en la medida que mayor sea la reacción de Occidente más creíble será su narrativa doméstica en torno a la necesidad de que solo el puede salvar a Rusia de una nueva agresión de Occidente como la presentada por Francia en el siglo XIX o Alemania en el Siglo XX. Así disipa por un periodo de tiempo cuya extensión desconocemos el creciente disenso interno en torno a su perpetuación en el poder. La reacción de Occidente también sirve para justificar el uso del arma energética.
Consciente de ello Macron viajo a Moscú. Su viaje no solo contiene las tensiones, sino que le demuestra el pueblo ruso que no hay plan alguno de Occidente de atacar a Rusia mientras codifica el estatus de Rusia como potencia mundial. Disipadas las tensiones si Rusia invade Ucrania después del viaje de Macron será vista no solo como la potencia agresora sino como la potencia deshonesta. Y cualquiera que sea el castigo que imponga Occidente estará justificado. El viaje de Macron habrá cambiado el contexto del enfrentamiento para favorecer a Occidente dente no desde el punto de vista del derecho internacional sino de la narrativa popular que es la esencia de todo sistema de poder.
Beatrice Rangel es Internacionalista; Maestría en desarrollo económico, integrante del Consejo de Relaciones Exteriores de Estados Unidos.