El estadounidense Elliot Malin, de Reno (Nevada), experimentó varios meses de incomodidades tras donar un riñón, y no precisamente a causa del proceso de recuperación posoperatorio.
Por RT
En verano de 2020, Scott Kline, de 28 años, se mudó por trabajo a Fort Worth, en Texas. Durante un chequeo médico rutinario, se descubrió que sufría insuficiencia renal terminal y que sus riñones funcionaban solo al 17 %.
La espera de un nuevo órgano a través de un centro médico se hubiera prolongado entre tres y cinco años, así que la familia del joven contactó con todos sus conocidos, entre ellos Malin, su amigo y pariente lejano. Este se inscribió como potencial donante y en junio de 2021 las pruebas médicas confirmaron su compatibilidad orgánica.
Tras completar todas las etapas burocráticas del procedimiento, en julio Malin y Kline fueron sometidos a la operación en el Centro Médico Baylor Scott & White All Saints, en Fort Worth.
Según contó Malin, la operación costaba unos 160.000 dólares. Sin embargo, el personal del hospital le aseguró que él no debería pagar ni un centavo, ya que la aseguradora de Kline autorizó la cirugía y se hacía cargo de los costes.
“El hospital estuvo increíble y se esforzó para que todo fuera lo más fácil posible”, señaló Malin a la revista ProPublica este viernes.
No obstante, al volver a casa le esperaba una factura. Al ver la suma —tan solo 19,15 dólares—, no se preocupó y avisó al hospital. Un tiempo después, llegó otra por análisis de laboratorio, esta vez por 934 dólares. Como en el caso previo, notificó al centro médico. Lo mismo hizo a finales de septiembre con la tercera factura, por 13.064 dólares, de la empresa NorthStar Anesthesia, que era responsable de la asistencia anestesiológica de la operación.
Pero en diciembre Malin halló en el buzón un documento que le asustó: un aviso que exigía pagar la suma lo antes posible. “¡Notificación final! Su cuenta se considera morosa. […] Es importante que tome acciones inmediatas”, advertía la carta.
“Los llamé y los regañé un poco. Les expliqué de qué se trataba, que era una donación de riñón y que yo no era la parte responsable”, recuerda Malin. Sin embargo, desde la compañía no hubo respuesta hasta el 19 de enero, cuando ProPublica se puso en contacto con la aseguradora para conocer su versión.
“La directora financiera de NorthStar acaba de llamarme y me dijo que se ha hecho cargo de la factura”, escribió Malin al reportero de la revista.
Al día siguiente, recibió un correo electrónico de la empresa, que finalmente confirmó que él no debía pagar la factura. “En nombre de NorthStar, les pido disculpas por la confusión y la preocupación causadas con respecto a este asunto y les aseguro que ya ha sido resuelto”, indicaba el mensaje firmado por la directora financiera de la aseguradora, Kate Stets.
Comentando la historia, Malin expresó su preocupación por la posibilidad de que casos similares les ocurran a personas con menos capacidad para enfrentar tales situaciones, que, opina, pueden representar un obstáculo para los trasplantes. No obstante, indicó que está feliz de que todo acabara bien.
“Es un asco, pero no habría cambiado nada de eso. Quiero a mi pariente. Quiero que esté sano”, dijo.