A José Clemente Núñez
Necesitamos un hogar similar al que imaginariamente iban los humanos a morir y donde por veinte minutos disfrutaban de música y de bellos paisajes naturales y escenas deslumbrantes llenas de vida y alegría, en las cuales se ve el mundo como era antes de las pandemias, el desastre ecológico y el inicio de la tercera guerra.
Tenía veinte años y muchos sueños, cuando quedé impactado por los alcances futuristas de esta película ingeniosamente producida, que nos recuerda que nada es imposible y que el futuro más inverosímil en una primera impresión puede ser tan real en la distancia como el presente que vamos deshojando.
Un buen adelanto en ficción, este interesante film, Cuando el destino nos alcance, de 1973, dirigido por Richard Fleischer y protagonizado por Charlton Heston, Edward G. Robinson y Leigh Taylor-Young, transcurre en la superpoblada urbe de Nueva York. Una ciudad miserable, con un calor asfixiante, donde la gente muere de hambre y solo sobrevive con alimentos sintéticos hechos de deshechos humanos; allí disfrutar de vegetales verdes y frutas es un privilegio solo al alcance de los muy ricos que los pobres solo ven en imágenes, como una bendición antes de morir.
En 2022, el año en curso, se desarrolla este drama, mezcla de thriller, misterio y ciencia ficción. Nos recuerda todos los miedos y sicosis que nos invadieron desde que a principios de 2020 se dio una alerta general en el mundo por la aparición de nuevo de un virus mortal bautizado hace décadas por los científicos con el pomposo nombre de coronavirus. La ultima de sus manifestaciones letales SARS-CoV-2, o cariñosamente, como me ha insinuado un amigo, conocido como COVID.
De aquella fecha acá hemos visto desaparecer centenares de familiares y amigos de la manera más misteriosa, sin que la ciencia todavía pueda identificar, por un lado, con certeza cómo funciona el virus, pues muta con tanta rapidez que no permite que los científicos lo entiendan bien cuando ya ha surgido una nueva variante que produce síntomas diferentes a los que ya estaban comenzando a ser dominados, y el por qué la propensión de algunos organismos a padecer este mal con mayor severidad, más allá de la edad avanzada y de las enfermedades de alto riesgo adquiridas antes del virus.
Cada quien ha vivido la experiencia con mucho temor, muy ansioso con el desenlace que pueda tener el hecho de contaminarse. Lleno de incertidumbre sobre el futuro, me atrevo a decir que con un pánico arropado, cada quien lo ha padecido en silencio, jugando en un laberinto a la muerte. Son tantos los rumores, son tantas las supuestas mutaciones, son tantos los carros fúnebres que a salpicones y misteriosamente dejan barrios y urbanizaciones, y lágrimas y recuerdos detrás de las cortinas que suavemente se abren y se cierran discretamente en señal de adiós.
Todos, desde que se anunció la alerta, guardamos distancia, tomamos con celo las medidas apropiadas para escapar al virus. Unos simpáticamente recurren a duplicar la cuota de ejercicios; otros invocan en interminables cadenas sus ángeles protectores; otros se blindan con mucha precaución, con doble mascarilla y con la careta protectora, portando cantidades abundantes de toda clase de gel y alcohol. Al fin, pese a las muchas medidas de prevención, todos fuimos siendo cazados por el mortal enemigo. La sobrevivencia se ha convertido en un azar sobre la cual nadie por lo menos durante algunos años tendrá certeza.
El destino implacable y ciego nos alcanzó uno a uno, y les confieso, amigos lectores, que lo que de manera recurrente venía a mi mente para defenderme fue el famoso hogar de despedida de Cuando el destino nos alcance. Música, la mejor se escuchaba lejos, muy lejos, como si nos separara una gigantesca pared de viento. A mi memoria vinieron pasajes estelares de mi vida: Cuando un hombre ciego llora, Seguiremos unidos; Tren de medianoche a Georgia; Hoja de trébol; Los sonidos del silencio; No más noches solitarias; No es una carga, es mi hermano; Le It be; Shalala; te necesito; Ruptura entre dos amantes; Hotel California; Escaleras al cielo; Al maestro con cariño, esas lindas y ya clásicas melodías eran mejor elixir que el oxígeno que nunca me faltó.
El mío, el hogar para contar mis posibles ultimas horas, o vivirlas a mi manera, un espacio de 4 por 4, tenebroso a todas luces, ya abrazado por la fiebre, la fatiga y el anuncio de una tos que en sus momentos más intensos tendría los efectos de la posesión diabólica que hizo necesario El exorcista para Linda Blair en la famosa película del mismo nombre. El pecho se vuelve una autentica caja de resonancia en una tos que te hace levitar de tan fuerte, como si estuvieras poseído, girando la cabeza en circular a punto de alcanzar el techo.
De terror las noches con sus escalofríos; volvemos del infierno cuando las franelas y las sábanas inundadas de sudor y alucinaciones sobre nuestros difuntos o viejos amores parecen haberse llevado temporalmente el maleficio, que aparecerá de nuevo por las tardes, cuando el sol se oculta, con más tos y malestar general. Aún no nos consume el pánico, y más que un buen antiviral, las series infantiles que tanto placer encantado nos produjeron en la infancia nos devuelven sublime el gozo interior y nos atenúan el miedo a las sombras y a la oscuridad.
El Zorro, Don Diego de la Vega, encarnado en la serie de televisión por Guy Williams, recuerdo que cuando falleció, lo sentí tanto como si hubiera muerto el mas viejo de mis amigos. A cuántas generaciones entretuvo este heroico personaje que a los diez o los sesenta disfrutamos con la misma pasión infantil, como si fuera parte de un hechizo que no nos dejara sino con la vida. Rapunzel, decía la bruja: tira tus trenzas de oro. Uno de los cuentos de hadas más encantadores de los hermanos Grimm. Robin Hood, príncipe de los ladrones. El Llanero solitario. Lassie. Furia. Los patrulleros del oeste. El hombre del rifle. El Expreso del polo Norte y Karate Kid I y II me sirvieron de aliciente para no morir de pena y melancolia, siempre evocando la imagen de mi madre, que en los momentos más difíciles ponía una silla al lado de mi cama, mientras vivió, y con una frota mágica en el pecho hacia que todos los males se esfumaran.
La intensidad del mal y su duración dependerán de la naturaleza del organismo, del número de vacunas y de la capacidad que se tenga para ser atendido y pagar el tratamiento. Los cuidados dispensados generosamente por mi doctor fueron excelentes. Algo extraño ocurre dentro de uno cuando el mal está posesionándose del cuerpo; de alguna manera nos sentimos ultrajados en lo más íntimo. Y cuando nos abandona, sentimos que algo muy malo estuvo dentro de nosotros y ya no nos dejará jamás. Ha sido una violación a la intimidad, como no ocurre con las gripes normales, pasajeras e inofensivas: esta te impide reír si quieres; llorar sí te provoca. Deprimirte es lo peor que puede ocurrirte; vuelve con fuerza inusitada y te lanza de nuevo al vacío para que no lo vuelvas a hacer, da la impresión de un alguien que ordena y que desconocemos ahora habita dentro de nosotros.
Vuelvo al mundo real luego de una cruenta pesadilla. Nunca tuve temor; sí incertidumbre y muchas interrogantes, acerca de quién nos elige para el viaje. ¿Porque unos sí y otros no? ¿Porque unos tan jóvenes se van y otros muy ancianos superan el mal? ¿Cuál el origen real de este último virus? ¿Por qué se inicia en la China?
Por fortuna, Cioran ha intervenido con su sabiduría para ayudar a explicarme: Una civilización empieza a decaer a partir del momento en que la vida se convierte en su única obsesión.
Y la inagotable reserva de ternura que guardo en mi alma de la infancia viene a defenderme con su impenetrable escudo de las muchas alegorías de la muerte:
Es en la infancia, ese paraíso sagrado y feliz habitado por genios y princesas que nos conducen de la mano por líricas sendas, donde se concentran las ilusiones, los hechizos y los tesoros que nos ganarán las primeras sonrisas, los enamoramientos de ensueño, los botones de amores vírgenes y las pasiones primaverales que dibujarán huellas y cicatrices de agua como arabescos en la memoria de cada uno de los sentidos para agregar a la otra vida y volver a empezar solos en silencio a escribir un nuevo alfabeto del alma. Una bella infancia da oxígeno para toda una vida bella.
Si se me permitiera un imposible el día que me toque partir: ¡dejadme, por favor, cuando llegue el momento final, dormirme recostado sobre los senos sagrados de mi madre!
Leon Sarcos, febrero 2022