De este modo, con el lema “Paridad en la ciencia”, de acuerdo con los objetivos y metas de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, se busca estimular el empoderamiento y aportes femeninos, favorecer la equidad de género y lograr, en igualdad de condiciones, su participación en este campo.
En el Museo Frost de Ciencias de Miami, nos sorprendieron grandes paneles que ocupan las paredes de uno de los pisos, que destacan a un grupo de inventoras, que describen qué las llevó a estos logros, cómo superar las barreras que enfrentan y qué alcances tienen sus inventos. Es una buena señal.
Según la ONU, las mujeres reciben becas de investigación más modestas que sus colegas masculinos y, aunque representan el 33,3% de todos los investigadores, solo el 12 por ciento de los miembros de las academias científicas nacionales son mujeres. En campos como el de la inteligencia artificial, solo uno de cada cinco profesionales (22%) es una mujer.
Aunque ha habido progresos y algunas empresas importantes en el área de ciencia e innovación tecnológica impulsan programas de voluntariado de sus mujeres profesionales en los colegios y liceos para incrementar el interés vocacional de las niñas y promover las carreras en las llamadas STEM (Science, Technology, Engineering and Mathematics) entre los más pequeños, como British Petroleum (BP), aún falta bastante por hacer.
En la época contemporánea ha habido un mayor reconocimiento de las mujeres sobresalientes en la actividad científica. El primer nombre que salta a la memoria es el de Marie Sklodowska-Curie, dos veces premio Nobel, en Física y en Química. Sin embargo, en 1911 rechazaron su ingreso a la prestigiosa Academia Francesa de las Ciencias, el mismo año en que obtuvo su segundo Nobel. Sus aportes son decisivos hasta hoy, a pesar de haber muerto joven como consecuencia del manejo inadecuado de los tubos de ensayo de material radiactivo con los cuales trabajaba, al guardarlos en los bolsillos de sus trajes.
Entre las olvidadas, vale mencionar a Dorothy Hodgkin, una brillante cristalógrafa que mapeó la estructura de la penicilina, descubrimiento que le valió un Nobel en 1964, la única mujer británica en conquistarlo. A pesar de sus hallazgos, los periódicos ingleses, al anunciar la noticia, la calificaron como “el ama de casa de Oxford” que recibió tal distinción. Esther Lederberg, microbióloga estadounidense, realizó investigaciones pioneras en el campo de la genética, que explicaron cómo funcionan los genes y en 1958, por sus trabajos en este sentido, su marido recibió el premio Nobel sin que nadie mencionara los aportes de ella.
Ida Tacke, alemana, y Lise Meitner, austríaca, fueron ambas pioneras en el campo de la física atómica, pero hasta hoy permanecen públicamente desconocidas. La astrónoma estadounidense Henrietta Leavitt, ignorada hasta ahora, contribuyó a cambiar nuestra manera de ver el Universo al demostrar lo que se conoce como relación período-luminosidad, que permite a los científicos calcular cuán lejos está una estrella de la Tierra.
Y, por último, al referirnos a otras científicas que apenas se nombran, está el caso de Grete Hermann, matemática y filósofa de la física. El profesor y divulgador científico Antonio Diéguez destaca su refutación en 1935, en un artículo de una revista poco conocida que no fue tomada en cuenta, a la teoría de John von Neumann publicada en 1932. En su libro Fundamentos matemáticos de la mecánica cuántica, expuso una interpretación del problema de la medida, que ejerció gran influjo en la física cuántica, pero que era errónea.
Sin entrar en detalles que no son de mi conocimiento, para él, siguiendo a Diéguez en su texto de la revista electrónica Xataka, no eran posibles teorías de “variables ocultas” en mecánica cuántica, es decir, teorías que pretendieran restaurar el determinismo y el realismo en la física bajo el supuesto de que la teoría no recogía todas las variables pertinentes.
Solo hasta 1966, John Bell mostró de nuevo las deficiencias en la demostración de von Neumann. Fue entonces cuando el aporte de Hermann fue considerado. Un ejemplo del modo en que el argumento de autoridad funciona en la ciencia y de la poca estima a las contribuciones de una pensadora aguda y certera en sus análisis, cuando lo que está en juego es el criterio de una mujer.
Esperemos que la mutación cultural propiciada, de un lado, por un feminismo ni recalcitrante ni reactivo y del otro, por los formidables avances científicos, favorezca un mundo compartido sin discriminaciones en el que mujeres y hombres se enriquezcan recíprocamente, se reconozca el papel decisivo de las mujeres y se superen, con el machismo cultural, la mentalidad y la conciencia patriarcales.