En las barricadas que defienden Kiev o Járkov hay cargamentos de cócteles molotov en botellas de cerveza marca ‘Putin, gilipollas’ listos para ser arrojados contra los rusos. Al menos dos mil de esos artefactos han sido trasladados ya desde Leópolis, la ciudad del oeste del país donde la fábrica que desde 2014 produce esa etiqueta ha decidido cambiar el lúpulo por gasolina y aceites pesados para ponerse a elaborar explosivos caseros con el mismo ahínco que si estuvieran armando misiles antitanque.
Por abc.es
«Hacemos lo que podemos, nuestra libertad está en juego», resume Taras Mashelko, director de relaciones públicas del ‘Holding of Emotions Fest’ al que pertenece la empresa, que se ha tomado tan en serio su misión que ya
tiene lugares alternativos secretos donde trasladar la producción en caso de que los combates llegaran a Leópolis. « Nadie sabe, hay que estar preparados», añade.
Mashenko no se ha visto en otra. Con una bomba artesanal en cada mano, explica pacientemente a este diario los detalles de la iniciativa mientras a pocos metros espera su turno la cámara de la CNN con el mismísimo Anderson Cooper, ocho Emmy, algo así como el reportero más aclamado del planeta, dispuesto a entrevistarle. Y es que la imaginación de estos emprendedores, unida a su determinación, ha desbordado los límites de Ucrania y dado la vuelta al mundo. No es la primera vez.
A saber, fundada hace ocho años, la Cervecería Pravda (La Verdad), matriz ahora de los cócteles molotov, ya saltó a los titulares internacionales cuando puso en el mercado la mítica ‘Putin gilipollas’ (Putin Huylo), en honor al grito futbolero popularizado en tiempos de la invasión de Crimea por las aficiones del Metalist y el Shakhtar. Malditas casualidades, los clubes de Járkov y de Donetsk, dos de los enclaves que están siendo más castigados en esta crisis actual. Con tan oportuna botella y la experiencia incendiaria de sus impulsores en la revolución entonces de la plaza de Maidán, -la que ese mismo 2014 desalojó del poder al presidente títere Viktor Yanukovych-, no ha hecho falta más para ponerse manos a la obra.
«Muchos de nosotros participamos en las protestas callejeras que derrocaron a Yanukovych, que está escondido en Rusia. ¡La práctica ayuda!», refresca Mashenko.
Receta gubernamental
Por si pudiera parecer una temeridad, conviene no perder de vista que ha sido el Ejecutivo de Volodimir Zelenski, el hipervitaminado dirigente ucraniano, el que ha animado a la población a manufacturar sus propios cócteles explosivos. Para ello han difundido una infografía didáctica, hágalo usted mismo en su cocina, en la que se especifica incluso qué añadido aumenta la inflamabilidad de los líquidos básicos, ese acetona con el que se logra que las llamas se adhieran a tope al uniforme del enemigo y prendan como una falla en caso de alcanzarlo.
En sitios como en la región de Dnipro, en el centro del país, o en la de Uzhorod, la más tranquila al borde de Eslovaquia, la juventud se ha reunido en los parques para componerlos a gran escala. No es de extrañar que otros se hayan apresurado a enviar dinero o materia prima a promotores como la cervecera azote de Putin, que el sábado además pidió ayuda a su esfuerzo en las redes sociales. Ciertamente, esto de los cócteles molotov nació para sacudirse a soviéticos, a gente como Putin, viene a decir Mashenko. Obvia el antecedente de la Guerra Civil española y se apunta a la teoría más extendida de que fueron los finlandeses en 1939 quienes los formularon para reventar los blindados de la URSS, que llevaban el depósito desprotegido y por tanto vulnerable al fuego.
Ni de broma esperan derrotar a botellazos al Ejército ruso, pero que por inventar no sea. Y ahí donde la Cervecería Pravda tiene su sede en los suburbios industriales de Leópolis, -un ‘vintage market’ donde se superponen conciertos, la cultureta y los ‘food trucks’ llamado ‘Fest Republic’- se han puesto también a hacer barreras antitanque con vigas oxidadas. Los propios empleados del complejo, sin actividad hace una semana por razones bélicas, y los voluntarios han agarrado el soplete y en la herrería que comparten pasan día y noche ensamblando barras, afilando bien las aristas. Son imponentes «erizos checos» y en versión miniatura, ya han forjado más de un centenar que, a modo de esferas de pinchos, puestos en las carreteras servirán para reventar adecuadamente los neumáticos del enemigo.
La gran familia
En esta zona de la retaguardia ucraniana, alejada cientos de kilómetros de donde se mata y se muere, hay cierto sentimiento de culpa, cierto ansia por contribuir como sea a la victoria, con lo que se tenga.
En las cocinas del ‘Fest Republic’, que tiene también sus restaurantes fashion, cocineros con mandil preparan a conciencia sándwiches para repartir a los refugiados en las estaciones donde se agolpan ya hace días. No cualquier cosa: de tres pisos, lechugas frescas y dos tipos de salsas que el chef unta en los panes con vuelos acrobáticos de cuchara como los de la televisión. Aparte, té y café de cultivo biológico de cercanía, grano verde seleccionado, que también llevan a la policía, militares o voluntarios de la Fuerza de Defensa Territorial. Se quiere tratar a todos como si fueran de la familia, con una sola excepción, termina Mashenko: «No se sirve a rusos ni bielorrusos aquí».
Video