En 2020 se produjeron casi tres cuartos de millón menos de casos de dengue en el mundo, según reveló un nuevo estudio publicado en la revista médica The Lancet Infectious Diseases. Según los expertos, esta caída en los contagios podría estar relacionada con las restricciones por el COVID-19 que limitaron la movilidad y el contacto humano.
Investigadores de la London School of Hygiene & Tropical Medicine (LSHTM), la Universidad Normal de Pekín y otros socios internacionales, financiados por el Medical Research Council, analizaron los casos mensuales de dengue de los informes semanales de la Organización Mundial de la Salud (OMS) entre 2014 y 2020 de 23 países -16 en América Latina y 7 en el Sudeste Asiático-, las principales regiones donde el dengue es endémico. Además evaluaron datos climáticos sobre la temperatura del aire, la humedad relativa y las precipitaciones.
Los especialistas encontraron una fuerte asociación entre el cierre de escuelas y la disminución de los viajes no residenciales, como ir de compras o usar el transporte público, debido al COVID-19 y la reducción del riesgo de transmisión del dengue. Esto indicó que lugares como las escuelas y las zonas públicas más visitadas podrían ser focos de transmisión del dengue y desempeñar un papel clave en la propagación de la enfermedad.
Sin embargo, advirtieron que es necesario investigar más a fondo cómo los comportamientos de desplazamiento de las personas (los lugares que visitan, el tiempo que pasan allí y con quién) influyen en el riesgo de transmisión del dengue. Esto podría ayudar a los responsables a decidir si medidas como el rastreo de contactos, las pruebas o la cuarentena podrían ayudar a controlar la propagación de la enfermedad.
El doctor Oliver Brady, profesor asociado y miembro del MRC en el LSHTM y autor principal del estudio, apuntó que, “en la actualidad, los esfuerzos de control del dengue se centran en los hogares de las personas que enferman o en torno a ellos. Ahora sabemos que, en algunos países, también deberíamos centrar las medidas en los lugares que han visitado recientemente para reducir la transmisión del dengue. Por todo el daño que ha causado, esta pandemia nos ha dado la oportunidad de informar sobre nuevas intervenciones y estrategias de focalización para prevenir el dengue”.
El dengue es una infección vírica transmitida por la especie de mosquitos Aedes, que provoca síntomas similares a los de la gripe. Se encuentra en climas tropicales y subtropicales de todo el mundo, y es más común en las zonas urbanas. Es una de las únicas enfermedades infecciosas que registra un aumento sostenido de casos cada año, y la OMS estima que alrededor de la mitad de la población mundial corre el riesgo de contraer dengue.
La transmisión está estrechamente relacionada con el tiempo, el entorno y la movilidad humana, y también con los climas tropicales cálidos y húmedos, ideales para la transmisión. En muchos países, la temporada del dengue se produce entre junio y septiembre, cuando los picos de casos pueden provocar la saturación de los hospitales, al igual que ocurre con el COVID-19. El dengue sólo se transmite de mosquito a humano y viceversa.
Sin embargo, los cambios en los movimientos y el comportamiento de las personas pueden tener un efecto en la transmisión, por ejemplo, a través de la reducción de la exposición a los mosquitos o la disminución de las oportunidades para que las personas infectadas salgan y transmitan el virus a los mosquitos no infectados presentes en el lugar. Por lo tanto, el COVID-19 y las restricciones al movimiento humano que se impusieron durante la pandemia ofrecieron una oportunidad única para explorar cómo el movimiento y el comportamiento humano contribuyen en la transmisión del dengue.
El número de casos de dengue comenzó a disminuir repentinamente en abril de 2020 en muchos países, tras la introducción de medidas sociales y de salud pública dirigidas a la propagación del COVID-19 y el consiguiente cambio en el movimiento humano, que permaneció más tiempo en lugares residenciales. En 2020, los casos de dengue disminuyeron en un 40,2% en América Latina y en un 58,4% en el Sudeste Asiático, con algo más de dos millones de casos registrados.
Sin embargo, desentrañar los impactos de la interrupción de COVID-19 es complejo, ya que en 2019 se produjo el mayor brote mundial de dengue de la historia, con más de 5,2 millones de casos registrados en la región de las Américas y el Sudeste Asiático. Esto condujo a altos niveles de inmunidad que también habrían influido en la reducción de los casos en 2020.
“Antes de este estudio no sabíamos si la alteración de COVID-19 podría aumentar o disminuir la carga global del dengue -reconoció Brady-. Aunque podríamos suponer que la reducción de los desplazamientos humanos reduciría la transmisión del virus, también perturbaría las medidas de control de los mosquitos que ya están en marcha. Esta alteración podría tener un impacto a largo plazo en los casos de dengue que podría no ser evidente hasta la próxima epidemia”.
El equipo de investigación analizó dos medidas diferentes de las perturbaciones relacionadas con el COVID-19. Por un lado, las medidas sociales y de salud pública, como el cierre de escuelas y transportes públicos, los requisitos de permanencia en los hogares y las restricciones en las reuniones. Mientras que en una segunda medida, evaluaron el comportamiento de movimiento humano a través del tiempo que se pasa en lugares residenciales y públicos. También tuvieron en cuenta los diferentes grados de restricción de los cierres en los distintos países.
Al combinar todos estos datos y analizar las tendencias, pudieron demostrar que la reducción del tiempo de permanencia en lugares públicos estaba estrechamente relacionada con la reducción del riesgo de dengue. En 9 de los 11 países de América Central, el Caribe y Filipinas se suprimió por completo la temporada de dengue de 2020, mientras que otros países experimentaron una temporada mucho más reducida.
Este descenso en los casos también podría atribuirse a la caída en las tasas de personas que buscan tratamiento, a un mayor potencial de diagnóstico erróneo y a la menor disponibilidad de pruebas de laboratorio para el dengue que podrían dar lugar a un diagnóstico equivocado.
Los investigadores resaltaron que es necesario comprender mejor cómo se modifican los comportamientos de búsqueda de tratamiento durante una epidemia, ya que el acceso a la atención y el diagnóstico rápido cambian para poder evaluar e interpretar plenamente la variación en el número de casos. Así, el equipo hizo hincapié en la necesidad de efectuar mediciones más rutinarias y a más largo plazo de la prevalencia del dengue en cada población.
Aunque los casos globales disminuyeron en 2020, Perú y Singapur informaron sobre una incidencia de dengue peor que la media en 2020. La cual podría haber ocurrido debido a la impredecible variación natural de la incidencia de esta enfermedad de un año a otro, que se produce, por ejemplo, debido a la aparición de diferentes variantes del virus del dengue. Otra de las razones estaría vinculada con el mayor papel que desempeña la picadura de los mosquitos en la propagación en estos países.
Como el clima en 2020 era similar al registrado en los últimos seis años, los investigadores no encontraron una asociación entre este factor y la reducción del riesgo de dengue. Incluso, los científicos señalaron que queda por ver cuántos de los 0,72 millones de casos estimados se evitaron realmente, o simplemente se retrasaron hasta años posteriores, ya que a medida que el movimiento humano vuelva a los niveles anteriores al COVID-19 las tasas podrían volver a incrementarse. Por este motivo, afirmaron que es clave mantener la vigilancia en las tendencias del dengue en 2022 y años posteriores.
Con información de Europa Press