Cuando Yevghen Sboromyrskiy vio su casa ardiendo tras un bombardeo ruso en las afueras de Kiev, se puso a temblar tanto que no pudo ni llevarse un cigarrillo a la boca.
Por Clarín
Con cada explosión, los vecinos de Irpin, al noroeste de Kiev, se agachaban detrás de unas vallas. Pero Sboromyrskiy, conmocionado, se quedó de pie en medio de la calle, tembloroso.
“Estaba abriendo la heladera para agarrar unos huevos”, explica el hombre de 49 años, entre lágrimas. “Después, hubo un gran estruendo y la heladera se me cayó encima, y luego lo hizo toda la casa”, recuerda.
En el jardín trasero, su pastor alemán empezó a ladrar y correr en círculos mientras la casa ardía y se intensificaban los combates.
El humo se hizo más espeso y sus vecinos empezaron a gritar, tratando de advertirle de la explosión de un tanque de reserva de combustible en una pequeña bodega.
Sboromyrskiy empezó a correr, con su camiseta cubierta de hollín, antes de detenerse y caer de rodillas.
“Mi vida entera se ha ido”, solloza. “Mi esposa logró salir por la ventana y gracias a Dios, mis hijos se habían ido a una tienda 10 minutos antes. Gracias a Dios. Esa cosa se estrelló en su habitación”, cuenta.
“Podían haber muerto”, dice, antes de soltar unas lágrimas.
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