He tenido la oportunidad de conocer a venezolanos respetados, sólidos intelectualmente, con eminentes servicios prestados al país, que manifestaron su apego a la teoría sociológica del positivismo. Alegaban que nuestro pueblo no tenía las condiciones de madurez suficientes para desenvolverse en democracia, y por tanto, necesitaba la guía de un gendarme-militar necesario. Las sociedades infantiles requieren del hombre fuerte que las tutele y haga mantener el orden. Asumen a la democracia como desorden y bochinche. Estas eran las consideraciones, groso modo, de mi apreciado amigo José Antonio Giacopini Zárraga y, en cierta forma, de mi ilustre profesor Tulio Chuiossone. De esta manera justificaron ambos actores del posgomecismo el golpe al gobierno elegido democráticamente de Rómulo Gallegos.
Yo desde temprano aposté, por mi formación y ejemplos familiares de mi entorno, por la democracia, a pesar de los defectos de madurez cívica que admito en nuestra sociedad. La democracia exige más que la tiranía inconsulta y mandona sin control.
Para subsanar las carencias tenemos a la pedagogía política de los partidos democráticos, que al principio dieron la talla y después la abandonaron.
Son valores fundamentales e irrenunciables el respeto a la voluntad popular, la alternancia en el poder, los lapsos de los gobiernos, con fecha de inicio y terminación, y el debido acatamiento a instituciones solidas que rigen la convivencia social. El desafío es trabajar duro por tener democracias eficientes y profundizar en los principios que fortalezcan las instituciones. Los partidos se deformaron y se olvidaron de la pedagogía política. En el caso de algunos gobernantes hubo fallas en predicar con el ejemplo y en sus ejecutorias, lo cual se corregía y daba cuenta con la alternancia derivada de elecciones limpias. El balance de los 40 años de democracia es positivo y el mejor tiempo de nuestra historia republicana.
Hoy el mundo se debate entre democracia y tiranía. La propaganda presenta a las últimas como las más eficientes y convenientes para el devenir de los pueblos.
Los tiranos se concentran en el control del poder y se olvidan de generar cambios políticos que beneficien a los de a pie. Vemos al genocida Putin, que no depende de la soberanía popular, y el sistema autoritario le permite actuar sin contrapesos, sin límites éticos e institucionales. Este homicida es poco representativo de la voluntad de los ciudadanos.
Apostamos a desarrollar una democracia que le sea útil a la gente y le asegure el respeto de todos sus derechos. No hay duda que es un camino más arduo, que exige siempre de parte de los ciudadanos estar vigilantes para evitar las desviaciones.
El reto es aferraros a la democracia, a defender sus principios y valores y traducirlos en bienestar colectivo. Los partidos anuncian procesos de renovación de sus autoridades, ojalá sea así y no una treta para ratificar a los mismos.
¡Libertad para Javier Tarazona! ¡No más prisioneros políticos, torturados, asesinados ni exiliados!