Es lógico que los líderes se hagan acompañar de aquellos con los que coinciden; sin embargo, deben ampliar su círculo de relaciones e incluir a los que discrepan. Cuando se conforma una dirección política en la que ese líder debe, constantemente, legitimar sus decisiones, se espera –incluso– el disenso. Nos referimos al leal disenso. A las diferencias frontales, abiertas, genuinas y de buena fe. ¿Por qué es importante el disenso, la controversia? Porque, sean próximas o remotas las posibilidades, una dirección partidista es como un pequeño campo de entrenamiento para ejercer el poder.
Se ha sabido, hasta por la prensa, que hubo numerosos consejos de ministros donde los integrantes no estaban de acuerdo con el presidente que los nombró para determinadas decisiones, y la procesión iba por dentro en el marco de un proceso de continua composición y recomposición política. Esto no se ve en el presente régimen. Resulta impensable. Esto se aplica hasta en las discrepancias que los concejales puedan tener con los alcaldes. En otros gobiernos, las controversias eran de naturaleza, estrictamente, política y de gestión edilicia, pero, ahora, es de contratos que pueden llevar a la extorsión. Por esto, amparándose en las comunas, los poderosos son los alcaldes frente a los concejales, quienes están hasta económicamente disminuidos, por ejemplo.
El dirigente político puede tener y los tiene, amigos que a la vez son magníficos aliados políticos. José Ángel Ciliberto fue un dirigente que rompió con Acción Democrática en los lejanos sesenta, pero siguió siendo amigo del entonces jefe de la fracción parlamentaria, Jaime Lusinchi, que lo hizo ministro de Relaciones Interiores durante su gobierno. Por cierto, otro jefe de fracción, Luis Herrera Campíns, fue amigo de Manuel Quijada, preso en la citada década por subversivo, y en su gobierno lo hizo ministro de Justicia. Ambos fueron muy capaces, aunque el primero estuvo liado en un problema por la compra y distribución de sendos vehículos; y el otro, fue un chavista furibundo que prometió arreglar el problema judicial en el país. Los hay antiguos enemigos, y basta poner el ejemplo de los segundos gobiernos de Carlos Andrés Pérez y Rafael Caldera, donde nombraron como ministros a algunos de los viejos subversivos que tanto los insultaron tiempo atrás.
Claro que es difícil conformar una dirección política con tino y paciencia para cultivarla, palabras claves. Un punto central es nunca interponer la amistad por encima de la política, pues, es como hacerlo si usted tuviera una empresa mercantil como motivo de trabajo: políticamente se fracasaría como amigo y como comerciante. Eso muy bien lo entendieron los viejos líderes, como Rómulo Betancourt y sus comités ejecutivos nacionales, Rafael Caldera y sus comités nacionales, Gustavo Machado y sus politburós; Jóvito Villalba y sus direcciones nacionales; y hasta Arturo Uslar Pietri y sus dirigentes nacionales, porque se dice que le fastidiaba reunirlos semanalmente para someter a discusión sus pareceres. ¿Qué hay hoy? ¿Se conocen? ¿Pueden esas direcciones de la oposición gobernar al país?
Todas estas interrogantes son aquellas que se plantean muchos de los ciudadanos que hoy día tienen interés en que se genere un cambio político en el país, cambio que debe ir de la mano en la reconstrucción de la unidad y los partidos políticos para que exista una recuperación de sus funciones de conducción y liderazgo. Para esta reconstrucción es esencial dejar a un lado todos aquellos vicios y malas prácticas que nos llevaron y nos siguen llevando a una desconexión con el ciudadano y con los problemas que a diario padecen. Tenemos más de veinte años resistiendo, insistiendo y persistiendo en la idea de la unidad. No abandonemos la visión de un político de verdad, capaz de tolerar las incertidumbres que pueden surgir al aceptar para su análisis y consideración cualquier idea opuesta. Toda idea posee una información importante para la consecución de la libertad. Aprendamos a tolerar el cuestionamiento como parte nuclear de la política.
@freddyamarcano