Un delirio faraónico con helipuerto, un rascacielos erigido para ser el símbolo de una poderosa y moderna Caracas. En 1990, la Torre David se concibió como la piedra angular del Wall Street venezolano: la sede de los bancos del grupo Confinanzas, que incluía un hotel y pistas de tenis en un disparatado complejo de 12 hectáreas con seis edificios y una torre central de 190 metros. Tal era el sueño megalómano del multimillonario David Brillembourg, presidente del emporio Confinanzas y apodado el Rey David de los mercados. Desde luego, respondía al perfil: coleccionaba arte (obras de Fernando Botero o Diego Rivera destacaban en su colección privada) y era un amante de la hípica, propietario de dos cuadrillas de crianza de caballos, una de ellas en Estados Unidos.
Por: El Mundo
En 1993, Brillembourg falleció de cáncer. Tenía 51 años. Y no vio cómo un año después su conglomerado empresarial era víctima de la crisis bancaria venezolana: fue intervenido por el Estado y la construcción de la Torre David -de la que se había completado más del 60%- quedó paralizada. Ahí sigue: el tercer edificio más alto de la capital (y octavo de Latinoamérica) solo es un esqueleto de hormigón. Pero hace 10 años era una favela vertical habitada por más de 4.000 personas.
«Se ha creado un mito en torno a la Torre David. Lo cierto es que es un símbolo de los últimos 30 años de Venezuela: desde la promesa modernizadora del capital hasta la promesa revolucionaria del Estado», señala Juan José Olavarría junto a su colega Ángela Bonadies. Ambos son artistas y nacieron en Caracas, aunque desde hace años Ángela vive en Madrid y Juan José en Buenos Aires. En 2010 iniciaron un proyecto sobre la Torre David que ahora exponen en forma de instalación en la Virreina de Barcelona: En las entrañas de la bestia. Mientras montan su pequeña exposición (intimista, una invitación a asomarse al edificio con mejores vistas de Caracas, a pesar del vértigo de la caída libre), recuerdan cómo empezó todo. «Durante años vimos cómo cambiaba el exterior. Cómo la torre se iba quedando sin vidrios, cómo se intensificaba la sensación de chabola, de rancho, que decimos allá», explica Ángela.
Tras quedar abandonada durante años y ante la total indiferencia gubernamental, en 2007 varias familias irrumpieron en el complejo para ocuparlo. Una comunidad que creció hasta convertirse en una microciudad, la favela más famosa de Latinoamérica: en 2012 la Torre David recibió un paradójico -y polémico- León de Oro en la Bienal de Venecia y en 2013 apareció en la serie televisiva Homeland, algo que no hizo mucha gracia al recién estrenado Gobierno de Nicolás Maduro. «¿Qué razones hay para que Venezuela aparezca en una serie que el presidente Obama abiertamente apoya y anima a ver, y que cuenta con el respaldo y el apoyo de la CIA? ¿Es una especie de preparación para que el pueblo estadounidense justifique cualquier agresión a nuestro país, o cualquier apoyo a la derecha venezolana?», escribió la agencia de información oficial. Unos meses después, se ordenó el desalojo de la Torre. Fue «pacífico», según informaron los medios venezolanos, ya que los soldados que lo efectuaron no iban armados y los residentes fueron reubicados: del centro de Caracas se los llevó a la ciudad de Cúa, a 60 kilómetros de la capital. Allí se les incluyó en la Gran Misión Vivienda Venezuela, una tentativa fallida de viviendas sociales: muchas urbanizaciones nacidas de la nada y en la nada, sin servicios ni comunicaciones, acabaron abandonadas por sus habitantes. «El gran negocio de las viviendas sociales ha sido para las constructoras», dice Juan José. Y Ángela remata: «Hacen viviendas pobres para pobres. En toda Venezuela hay casos de edificios okupados, unas excepciones que ya son norma. Se vive en una excepcionalidad permanente. Como el apagón de luz de 2019 que duró cinco días…».
Nadie como el tándem Bonadies-Olavarría ha documentado mejor la historia de la Torre, llena de contradicciones y fracasos. La han expuesto por medio mundo, desde Dubái a Río de Janeiro, y lo siguen haciendo: «Es un proyecto aún en proceso, cambia en cada ciudad y se adapta al espacio. Y, bueno, la torre sigue ahí…», admite Juan José. Ellos fueron los primeros extranjeros en poder entrar (todo el que no vivía en la Torre era un extranjero) y plasmar la vida cotidiana de esa ciudad vertical en unas estampas que parecen realismo mágico, salvo que son realidad dura.
UN NUEVO CAPO: EL ‘NIÑO’
Lejos de ser una cooperativa autogestionada con un modelo horizontal de reminiscencias marxistas e igualitarias, la Torre David se convirtió en una favela gobernada por el Niño, alias de Alexander Daza, un exconvicto que vio la luz en prisión y se ordenó pastor evangélico (también era un ferviente creyente de Chávez). Él mismo celebraba las misas en la favela y estableció su propio sistema de especulación y extorsión: los residentes debían pagar un alquiler por servicios como la electricidad (que se robaba) o la seguridad(vigilantes que se encargaban de hacer cumplir una lista de normas entre las que figuraba la inocua prohibido circular por los pasillos sin camisa o la totalitaria prohibido hacer reuniones en los pasillos con personas de otro piso sin consultar).
«Es una Torre de Babel en la que, en realidad, no se entiende nada. ¿Que si es un nido de delincuentes? No. Hay tanta delincuencia como en cualquier otra comunidad. ¿Que si hay violencia? Es una violencia más profunda… Los vecinos están jodidos, con perdón, por la oligarquía del propio edificio que reproduce el mismo sistema caudillista y totalitario que se da en todo el país», cuenta Ángela. Y ahonda en la paradoja de la verticalidad en un edificio de 45 plantas sin ascensor (se podía acceder en coche o moto hasta la 12) ni servicios sanitarios («todo se bajaba al alcantarillado. Los olores en las plantas bajas eran muy fuertes. Además, estaban llenas de escombros de más de dos metros de altura», añade Juan José). «La verticalidad creó nuevas clases sociales: el lumpen vivía en las plantas más bajas o a partir de la 30. Había familias que vivían hacinadas, ocho personas en un solo espacio, y otras que prácticamente tenían un loft. Como en cualquier favela había personas de todo tipo, policías, universitarios, peluqueros…».
La Torre era prácticamente una microciudad de hormigón visto, con soluciones marginales a base de planchas de zinc, lonas o telas. «El agua se recolectaba en un gran tanque en el tejado y se repartía con mangueras en los diferentes pisos», señala Juan José. Había guardería, panadería, bodega, librería, charcutería, frutería, peluquería, dentista… Hasta una cancha de básquet. Y también prostitución. Y la iglesia del Niño.
«Hablamos mucho con la gente, pero no queríamos exponer a esas personas, ni su manera de vivir», admiten los artistas. Por eso la fotografía de los habitantes es la de su ausencia en sus espacios íntimos, a través de sus objetos, de sus camas, de su ropa tendida en un desierto de hormigón. Los artistas dibujaron una novela gráfica que, más que un cómic, resulta una especie de cuaderno simbólico, entre lo poético y lo imaginado, donde reproducen escenas vividas y otras imaginadas.
«Lo curioso de Venezuela es que aquí todo está en evidencia. Las favelas están a la vista. Llegas al aeropuerto y el paisaje te regala la favela», señala Juan José. Y Ángela añade: «Lo que vuelve loca a la gente es el lenguaje. Puedes estar ante un campo yermo y ver un cartel que pone ‘Aquí estamos cosechando futuro’».
La polémica del premio al urbanismo marginal
El de 2012 fue uno de los premios más polémicos de la Bienal de Venecia. El jurado otorgó el León de Oro a un proyecto del estudio Urban Think Tank sobre la Torre David que, además de un documental, reproducía un restaurante ‘de favela’ con festivas mesas de colores entre ladrillos, luces de neón y teles viejas. El jurado destacó “la potencia de este proyecto de transformación: una comunidad espontánea que ha creado un nuevo hogar y una nueva identidad ocupando Torre David y lo ha hecho con talento y determinación”.
En Venecia, la vida en la Torre incluso parecía ‘cool’. Claro que hasta allí no llegaba el hedor de los deshechos ni se hablaba de subalquileres, ni de lo peligroso de la estructura, que causó más de un accidente.