El tiempo pasa, pesa y pisa
La revolución y los revolucionarios al final no cambian nada y terminan destruyéndolo todo. Desolada la tierra, desmantelada la industria y cerrada la mayor parte del comercio, cesan las exportaciones y aumentan considerablemente las importaciones. Entre apagones y con agua ocasional. Se minimiza la circulación aérea y de vehículos y el país se transforma en una cadena interminable de alcabalas para extorsionar y de gente viviendo en cautiverio.
El venezolano ve liquidados todos sus derechos, y una nueva clase militar se hace del poder absoluto; el resto el 90% en nuestro caso —los otrora ciudadanos— terminamos como los parias en la India, sin derechos, sin poder hacer uso del costo de oportunidad y sin tiempo para la ilusión y la esperanza.
Desaparecen el mérito y la excelencia como signos de reconocimiento profesional y laboral por antonomasia y se impone la ideología, el patrimonialismo y el amiguismo, tan nuestros. La escuela deja de ser centro de transmisión de valores y educación integral, para transformarse en unidades educativas de información tergiversada y mal intencionada acerca de la realidad, la historia y la democracia. Los liceos y la orientación pedagógica y profesional dejaron de existir para convertirse en centros de capacitación pragmática donde la gente sale sabiendo de nada.
Qué decir de las universidades, ayer centros de formación especializados, algunas de ellas competitivas a nivel mundial en disciplinas como la medicina, la ingeniería y la arquitectura, hoy la mayoría de las públicas en ruinas, sin presupuestos, el grueso de sus docentes en el exilio forzado por el hambre, y muy bien retratados por un distinguido profesor en un Twitter:
Profesores esmirriados; prematuramente envejecidos con ropa desteñida y desgastada y zapatos rotos. La mayoría sin carro, les arrebataron la seguridad social. Los salarios son una falta de respeto. Y aun se pretende que investiguen, saquen revistas arbitradas y den clases.
Hoy la infraestructura externa maquillada, con el rimbombante sello propagandístico de: Universidad Bella, con la complicidad de académicos políticamente inmorales entregados a la dictadura, que se complacen en ocultar la tragedia de nuestra Alma Mater, pisoteados los principios de su razón de ser, el arte y la ciencia por los suelos y lo mejor de sus facilitadores humillados o en el exilio. Digno reconocimiento merece el Profesor, William Anseume, un verdadero guerrero de alta moral cuyo legado de combate estoy seguro formara parte de la Memoria Decorosa de la Nación.
Mención especial merece el resto de la infraestructura educativa, donde nadie quiere impartir clases porque las condiciones son deplorables e insalubres. De los maestros, la mayoría se marchó y los que aquí quedan sienten con todo derecho que las remuneraciones a su trabajo ofenden la dignidad profesional del docente.
Ni hablar de nuestros médicos y enfermeras, obligados a exilarse por que ya no era posible ni seguro atender en los hospitales, sin insumos médicos ni equipos, viviendo con sueldos miserables y sin incentivos de ninguna naturaleza, con toda la infraestructura en un estado deplorable, donde el enfermo, si quiere ser atendido, está en la obligación de llevar los materiales que serán empleados en su tratamiento.
El ensañamiento más evidente del espíritu depredador se produjo con la industria petrolera nacional. El día que se practique una auditoria imparcial veremos el tamaño del desastre, la ferocidad para destruir y el desmedido apetito para robar. Dudo que alguna empresa en América Latina haya sido objeto de más ilícitos administrativos en menor tiempo. La lista de nuevos ricos que produjo Petróleos de Venezuela algún día verá la luz para el asombro de todos.
Una consecuencia de este apoteósico desastre que quienes se aferran al poder pretenden ocultar a una audiencia saturada de post verdad y de populismo, es la inercia que dejan ver en su agonía esta revolución y la cubana a la que pretende imitar: la conformación de una clase militar en la cúspide de la pirámide, custodios del orden, la seguridad nacional, ahora transformados en empresarios y jefes y señores de ocho Regiones de Defensa Integral (REDI), que representan una verdadera élite que tiene la voz última en lo que acontece en el país. Tienen en común como clase privilegiada, al igual que otras que usufructúan el poder, el hecho de que suelen ser discretos en sus apariciones públicas; muy poco se ven sus generales, pero tienen el control sobre los grandes negocios y la administración de la violencia que se ejerce sobre una sociedad saturada de privaciones, penas y necesidades.
Después están, en jerarquía, la clase política, que incluye la presidencia, los ministros del gabinete, los miembros del partido de gobierno, gobernadores y alcaldes al servicio de la revolución. Luego una clase que incluye pequeños propietarios de la tierra —que sobreviven a duras penas—, pequeños y medianos empresarios, comerciantes, obreros, verdaderos valientes, y un grupo infiltrado de simuladores de oficio que saben hacer negocios con toda clase de productos y servicios incluyendo venta de información, asesoramiento electoral, encuestas manipuladas, estadísticas trastocadas, cifras de petróleo alteradas y variables económicas adulteradas.
A este renglón pertenecen los alacranes y todos los mercenarios que le hacen la corte al gobierno por intereses personales, crematísticos y de sobrevivencia: Bernabé Gutiérrez, Claudio Fermín, Felipe Mujica, Timoteo Zambrano, José Brito, Henry Falcón y Henrique Capriles, una verdadera vergüenza para la clase política que fundó la democracia. Está también, el lado oscuro de Fedecámaras, encabezado por Carlos Fernández y su asesor, el también filósofo de Datanálisis, experto no solo en economía, petróleo, astronomía y hasta en astrología y que ha probado solo para su ego que lo puede predecir absolutamente todo: Luis Vicente Leon.
Igualmente, a este combo pertenece, el eminente sociólogo Gil Yépez —que jura por su madre que el país de enero para acá entró en una fase totalmente diferente y apunta al despegue, y la demostración de ello es la devolución del Sambil—, o el otro sabio encuestador, de apellido Seijas, que afirma que lo que la gente quiere es normalidad, no importa que continúe la dictadura.
Finalmente, abajo en la pirámide, la mayoría absoluta, nosotros los parias, seres humanos sometidos y humillados que perdimos todos los derechos a solicitar atención y seguridad en todas las instituciones que se deben a la ciudadanía. Hace muchos años que aquí se olvidó la igualdad ante la ley; todo aquel que no sea hombre de uniforme o este afiliado a un carnet de la patria es un pendejo o un auténtico paria.
Catorce años les duró el saqueo de cifras astronómicamente millonarias, y seis años la razzia desde que perdieron las parlamentarias, para terminar de acabar con todos los recursos, que fueron a parar a paraísos fiscales por una lista larguísima de personeros del entorno presidencial, su familia y sus amigos. Se hicieron multimillonarios a costa de la apropiación descarada e indebida de todos los presupuestos de las instituciones del Estado y del hambre y el bienestar de millones de venezolanos que hoy se encuentran en el exilio y de la mayoría de la población, que a duras pena sobrevive en la miseria más desalentadora, como verdaderos parias.
A mi mente viene, en palabras, la sabiduría de Erasmo de Roterdam: Con la cara más dura que una piedra, hemos depuesto todo pudor, abandonando todo sentido de la vergüenza e imitaciones, igualamos, dejamos atrás a los paganos en avaricia, ambición, lujo, fasto, tiranía.
Que no me vengan con el cuento de que lo que tuvo casi dos décadas para desmontarse y destruirse casi desde sus raíces, hoy los mismos ineptos del pasado pueden reconstruirlo. No solo es mentira sino también imposible, comenzando porque en Venezuela tenemos que reconstruir la moral ciudadana y el tejido social tan pervertido por esa contracultura de la revolución, que hizo de los malandros y el pranato niños de cuna y de lo mejor de nuestros estudiantes perseguidos y defenestrados enemigos públicos.
Asdrúbal Batista, en alguna de las conversaciones que tuvimos en uno de nuestros tantos encuentros, me confesaría en una ocasión que el problema es que ellos no tienen la capacidad profesional ni el conocimiento indispensable para llevar a cabo ninguna reforma seria y de envergadura. Por eso esa revolución va rumbo al más estruendoso fracaso.
No solo al más rotundo fracaso, como se ha visto, sino a la consolidación de una sociedad sin opciones para elegir, por lo que se anula la posibilidad de ilusión, que es la fuente de esperanza en la vida cotidiana, en la vida profesional, en la vida civil, donde no existe costo de oportunidad, porque no tenemos opciones sino mandatos, al igual que los militares hoy castrados en su capacidad heurística para crear y producir innovaciones.
Lo más grave: una sociedad sin un concepto de tiempo, donde no pasa nada y todo perece en estancos, porque quienes la controlan nunca supieron a donde iban. Donde nos sentimos como el personaje de Alguien voló sobre el nido del cuco, atrapados sin salida, y donde todos sabemos que no podrán pagársenos los años de mal vivir, las aspiraciones frustradas y las oportunidades perdidas. Dudo que algún profeta pueda sacarnos de este laberinto; solo nosotros y lo que cada uno pueda hacer por ayudar con sacrificio y entereza a devolvernos una democracia mejor de la que teníamos ayer, antes de que estos bárbaros por nuestras limitaciones llegaran al poder e hicieran tierra arrasada de todas las instituciones pilares del sistema democrático.
León Sarcos, marzo de 2022.